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La gran hambre irlandesa

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La Irlanda de la segunda mitad del Siglo XIX se ha puesto muchas veces como ejemplo del fracaso de un sistema social. En la conciencia social colectiva, como el fracaso del liberalismo y de la propiedad privada. Como una incómoda mancha de pobreza en medio de un brillante desarrollo social que acompañó a otras experiencias liberales, como la de los Estados Unidos o la del Reino Unido. En 1840 había 8 millones de irlandeses, y la sangría demográfica impuesta por el hambre, en la combinación de muertes por inanición y migraciones huyendo de las mismas, dejó la población irlandesa en 1900 en los 4,5 millones.

Irlanda, sí, es un claro ejemplo. Pero no del fracaso del liberalismo, sino de los perversos efectos sociales de la falta de respeto a la propiedad privada. Irlanda fue brutalmente tomada por Inglaterra, que sometió a ese país a una servidumbre extraña. Ya que impuso sucesivas expropiaciones que repartieron las tierras irlandesas entre los protestantes ingleses. Pero los nuevos terratenientes no se quedaban en Irlanda, sino que vivían en Inglaterra. No es de extrañar. El Estado subvirtió la common law. Ésta era generalmente favorable a los arrendatarios, que por el usufructo de la tierra pagaban al terrateniente una renta. La ley les protegía incluso en casos de impagos no prolongados.

Pero el mandato británico logró desnaturalizar la ley e imponer una legislación de una abyecta injusticia. Se ha llegado a decir que los irlandeses católicos solo eran reconocidos legalmente para la represión y la penalización. Desde finales del XVIII y durante la primera mitad del XIX, se prohibió a los católicos comprar propiedades de los protestantes. Y el chivato que diera noticia de un contrato así se quedaba automáticamente con la propiedad. La herencia se repartía entre los hijos por igual, a no ser que uno de ellos se declarara protestante, en cuyo caso pasaba a su propiedad. Dice un historiador que “la tierra pasó casi universalmente a manos de los protestantes”.

Había un claro y en muchas ocasiones violento enfrentamiento entre los terratenientes ingleses, que habían recibido la propiedad por la conquista y los contactos políticos, y los arrendatarios. “La antipatía entre (éstos) y el terrateniente impedía cualquier acuerdo basado en la mutua buena fe”, dice un historiador del período. Es más, había una auténtica guerrilla campesina. En estas condiciones, tampoco la propiedad de los terratenientes era segura. No miraban hacia el futuro, sino más bien a la mayor explotación a corto plazo de sus tierras. Estrangularon al campesinado irlandés, sin realizar las inversiones que hubieran elevado la productividad de la tierra y hubieran permitido mayores rentas de arrendatarios y terratenientes. En 1839 Malthus observó que el problema irlandés provenía de falta de capital. Pero no llegó a observar que éste provenía de una situación insegura de la propiedad en dicho país.

El historiador Joel Mokyr, nos dice Tom Bethell en The Noblest Triumph, buscó sin éxito la respuesta a “¿Por qué se moría Irlanda de hambre?”, lo que sería la traducción de su libro sobre el asunto, pese a que reformuló la pregunta correctamente a “¿porqué era pobre Irlanda?”. Y eso que observó que Irlanda estaba caracterizada por continuos enfrentamientos y “derechos de propiedad pobremente definidos”. Una comisión de 1844, inmediatamente anterior a las grandes hambrunas, halló que “la incertidumbre el arrendamiento es vista como un agravio opresivo en todas las clases de arrendatarios”.

Con la institución de la propiedad violada, desvirtuada y subvertida, no solo no se invertía en la mejora, no se dedicaba capital a la tierra. Todos los observadores se sorprendían por la desidia y la holgazanería, que muchos achacaban a la raza irlandesa. Nassau Senior, uno de los grandes economistas del momento, observó que los irlandeses “trabajan duro en Gran Bretaña y en los Estados Unidos de América”, pero que en su propio país “eran indolentes”. Además se contaba con el contraejemplo del Ulster, donde siempre se respetó más la propiedad, se llegaba a acuerdos voluntarios con los terratenientes sin mayor problema, y si un arrendatario vendía su contrato, recibía una compensación por las mejoras que hubiera hecho en la parcela. En el Ulster nunca se llegó a los problemas que aquejaron al resto de Irlanda. El irlandés es un caso claro de cómo la violación de la propiedad lleva a los enfrentamientos y a la pobreza.

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