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La ideología de la paz

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Sería aceptable que los miembros del Comité que elige al Premio Nobel de la Paz no ayuden a causas que si se decantan por algo es precisamente por no ser muy pacíficas.

De todos los premios Nobel que se entregan cada año, el de la Paz es posiblemente el más controvertido, el que más polémica levanta y no sin razón. Más que a la paz, los premios Nobel de esta categoría se otorgan a aquellos personajes que aparentemente han contribuido a una causa política que consideran adecuada los miembros del Comité noruego que otorga dicho premio, distinto del sueco que otorga los demás, y que según sus estatutos se obsequia “a la persona que ha hecho el mejor trabajo o la mayor cantidad de contribuciones para la fraternidad entre las naciones, la supresión o reducción de ejércitos así como la participación y promoción de congresos de paz y derechos humanos en el año inmediatamente anterior”.

Dada la ya larga lista de miembros que han recibido este premio, lo que me queda claro es que, al menos en las últimas décadas, se premia las intenciones más que los resultados y en no pocos casos, la ideología de los premiados prima mucho más en su labor que la causa en sí.

Qué sentido tuvo por ejemplo el premio que se otorgó en 1994 a Isaac Shamir, Shimon Peres y el terrorista confeso y líder palestino Yasir Arafat “para honrar un acto político que requirió gran valentía de ambos lados, y que ha abierto oportunidades para un nuevo desarrollo hacia la fraternidad en el Oriente Medio” si el conflicto entre los israelíes y el resto del mundo musulmán seguía y sigue abierto, incluso ahora con un mayor peligro dada la deriva integrista de los seguidores del Islam.

No menos sorprendente es el premio que se dio en 1992 a Rigoberta Menchú por “su trabajo en pro de la justicia social y de la reconciliación etno-cultural basado en el respeto de los derechos de las personas indígenas”. Si por justicia social se entiende el socialismo más rancio, el marxismo, la corrupción y el apoyo político a causas que firmaría el mismísimo Lenin, entonces acertaron de pleno los miembros del Comité. El indigenismo no es sino otra versión del socialismo, pero con una aplicación un poco más limitada y con sus mismas fobias de clase y filias por el empobrecimiento.

Qué decir del que se otorgó al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático junto al contaminador Al Gore en 2007, por ser este último el principal abanderado mundial de la causa ecologista, pese a que la incoherencia en sus actividades no disuadió a los noruegos a cambiar el premiado que poco tenía que ver con la paz; o a Barack Obama por “sus extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la colaboración entre los pueblos”. Hay que reconocerle que, en aras de esa colaboración, Estados Unidos, bajo el mando de su actual presidente, se ha abierto con una alegría inaudita a gobiernos que, como el cubano o el iraní, promueven valores tan importantes como la represión y el totalitarismo. Al “socialismo o muerte” habría que añadir “yihadismo o muerte”.

Especial mención tiene la superburocracia que es la ONU. Al ya mencionado Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, hay que añadir en 2001 a la propia Organización de las Naciones Unidas y a su entonces Secretario General, Koffi Anan, por “su trabajo para un mundo mejor organizado y más pacífico”, o en 2005 a Organismo Internacional de Energía Atómica y a su director Mohamed El-Baradei, por “sus esfuerzos para prevenir el uso de la energía nuclear con fines militares y asegurar que la energía nuclear con propósitos pacíficos sea usada de la manera más segura posible”. En ambos casos, el fracaso es absoluto y los casos de corrupción y de ineficacia, propios en todo caso de una organización estatalizada y burocratizada, son evidentes.

Y con ello llegamos al año actual y nos fijamos en el que se ha entregado este año, en el que el Comité Nobel Noruego a Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez por su “decisiva contribución a la construcción de una democracia pluralista en Túnez como consecuencia de la Revolución de los Jazmines en 2011”. Voy a ejercer de abogado del diablo con este otorgamiento. Seamos realistas, puede que el premio esté dirigido en teoría a los tunecinos, y que en Túnez la situación política esté, en comparación con sus vecinos, aceptablemente estable, pero lo cierto es que la Revolución de los Jazmines se transformó en la Primavera Árabe y la consecuencia de este movimiento revolucionario global ha sido la desestabilización de casi todos los países musulmanes del Mediterráneo, algunos han vuelto a tener regímenes tan autoritarios o más de los que tuvieron, como Egipto, y otros están desangrándose en guerras civiles, como Libia, o incluso implicando a terceros países, como es el peligroso caso de Siria. Sin olvidar la guerra de Yemen en el que se han implicado los países de la Península Arábiga.

No me quedo ahí. En estos países se ha avanzado, pero en integrismo y violencia. Los grupos integristas, quizá más organizados y con una causa y un objetivo que va más allá del poder en sí mismo, y es extender e imponer sus ideas, se han organizado en movimientos políticos y militares que avanzan, vencen y lo más importante de todo, convencen a muchos, pese a que se muestran crueles y desalmados con otros. Y es esta la parte que da más miedo, la que hace que las mayorías se impongan violentamente a las minorías.

Quiero pensar que el Comité Noruego se ha sentido “culpable” por ciertas reacciones en Occidente ante tanta barbarie por parte de los integristas musulmanes y con este premio quiere decir que en el mundo del Islam también hay personas buenas y responsables, amantes de la paz. Y seguramente tenga razón, pero la mayoría de los que dirigen y gobiernan con mano de hierro no son de esa facción, aunque sea mayoritaria, y que los que son gobernados, bien por miedo, por indiferencia o por simpatía, no hacen mucho o casi nada por invertir esta tendencia.

Que los Premios Nobel de la Paz tienen una ideología detrás, al menos en las últimas décadas, es un hecho demostrable y evidente. Sería aceptable que los miembros del Comité no ayuden a causas que si se decantan por algo es precisamente por no ser muy pacíficas. Y mira que hay personas que desde su labor, quizá menos grandilocuente y política, han hecho mucho más por la paz en el mundo que estos premiados.

3 Comentarios

  1. Si el premio Nobel de la paz
    Si el premio Nobel de la paz tuviese que ver con la paz o con los méritos en este campo de los premiados, uno no podría por menos que indignarse cada vez que se otorga a personas activistas del conflicto.
    En cuanto entiendes que se trata de las preferencias de unos socialdemócratas buenistas para hacerse una foto con sus ídolos del sentimentalismo a pesar de los resultados nefastos, pues cambias tu gran indignación por pequeñas pinceladas de asco y pena.

  2. No me gustan los premios
    No me gustan los premios Nobel: no me gusta el santoral católico y tampoco me gusta el santoral ateo.

    Respecto a lo de los islamistas. Hay que entender una cosa: o hay libertad económica o hay fanatismo y pobreza. Es absurdo exigir a la gente que deje el fanatismo si se le impide sistemáticamente la libertad económica. El que siembra vientos recoge tempestades.

    Está claro que la política y la guerra no van a solucionar los problemas. Probemos con el libre mercado.

  3. No criticas los premios
    No criticas los premios otorgados a Roosevelt, a Woodrow Wilson y al «idealista» Henry Kissinger, seguro que para ti seran los heroes de la democracia moderna, a los fachos no se les puede pedir mucho. Disfruten sus «donaciones»


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