Abordar la batalla cultural y el debate sobre las ideas determina la posición y los resultados de la defensa de los principios de libertad y democracia.
La contienda política está basada en primer término en la lucha por alcanzar el poder y en cuyo proceso convergen diferentes fuerzas con sus matices, propuestas y prospecciones. En ese proceso influido por las circunstancias y el objetivo común, la determinación de una y otra fuerza política depende de su proyecto a largo plazo y sus fines, que se cruza en el debate con los adversarios. En una democracia ese debate se presenta frente al público, los ciudadanos, y se diseña conforme a los ideales que proyecta en su matriz cada fuerza.
En ese escenario, la ideología se presenta como el impulso en el contexto y en la acción bajo la cual se plantean las posiciones y propuestas de los partidos/fuerzas que contienen en sus agendas diferentes cauces y objetivos. La ideología está justificada por múltiples razones de orden experimental, histórico, consuetudinario, moral, y determina los límites y aspiraciones de cada partido y por supuesto, de cada individuo a título personal. La ideología es transformadora de la sociedad, es la raíz a partir de la cual se genera el debate de ideas y el planteamiento sobre el presente y el futuro de la sociedad que determina, de forma ineludible, su éxito o fracaso.
Por ello, se equivocan quienes afirman que la ideología no importa y hablan del ‘hombre pragmático’ ignorando que el peso de las ideas está detrás de todos los acontecimientos que vivimos tanto a nivel individual como colectivo y que condiciona la realidad en la que nos desenvolvemos como personas.
Los partidos son, precisamente, espacios donde se desarrollan las ideas políticas y se pretende su materialización. Los partidos deben ser sitios donde el debate de ideas surja de las propuestas y el intercambio de opiniones, de lo contrario, estaremos frente a organizaciones jerárquicas que responden a un mando único.
Pero, más allá de la cuestión interna, lo evidente es el conflicto con el oponente, es decir, con el partido al otro lado del espectro. En ese debate es donde surgen propuestas opuestas frente a una problemática real. En algunas ocasiones, la posición de uno y otro partido se aleja de un extremo a otro y el resultado está supeditado a la capacidad de los actores de llegar a un consenso.
El problema es cuando un partido u organización política que busca incidir positivamente en la sociedad y, por lo tanto, en la vida de los ciudadanos omite el debate ideológico o, al menos, prescinde de la defensa de las ideas frente a los problemas de los individuos y frente a la dialéctica que maneja el adversario, peor aún cuando éste sí es consciente de la importancia del mensaje, de las ideas y de las consecuencias de esas ideas, aun cuando éstas resulten contrarias a la libertad. Y es precisamente en ese debate en el que las ideas permanecen y no se difuminan como el color de los partidos de turno cada cierto tiempo.
Por ello, hoy es más necesario que nunca dar la batalla por las ideas. Podemos poner varios ejemplos de organizaciones que tienen claro su horizonte y que se sitúan en oposición a los principios de libertad y democracia tal como hoy la conocemos. El Foro de Sao Paulo, el Grupo de Puebla y partidos políticos como Unidas Podemos, son algunos de ellos, son organizaciones que comprenden la importancia de este debate y su influencia en la cultura.
Es por eso por lo que hoy es indispensable situarnos en este contexto y entender la dimensión tan importante de este debate y su alcance en el futuro. Abordar la batalla cultural y el debate sobre las ideas determina la posición y los resultados de la defensa de los principios de libertad y democracia tal como hoy la comprendemos.
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