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La (i)lógica del terror

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La complejidad de las sociedades humanas es, en última instancia, la razón de la imposibilidad del socialismo. Las variables son demasiadas y la información se genera constantemente de forma que la planificación central se hace imposible. Cada problema, cada carencia, tendrá diferente respuesta en función de las circunstancias y los actores implicados. La violencia forma parte de las sociedades hasta el punto de que la extrema violencia de la guerra puede llegar a destruir unas y volver hegemónicas otras. Si la economía, la sociología o la psicología generan complicadas teorías que nunca llegan a explicar con acierto todas las razones de ciertos comportamientos y sus consecuencias, ¿por qué tendemos a aceptar teorías simplificadas que explican la violencia?

El dolor que la banda terrorista ETA ha causado a la sociedad española es bien conocido por todos. Cada atentado de estos asesinos va acompañado de un duelo generalizado y de ciertas preguntas: por qué, cuáles son los motivos profundos que les impulsan a matar. Queremos y creemos ver en las caras de los etarras rasgos que definen su maldad, miradas extrañas y gestos desafiantes que nos ayudan a “comprender” su comportamiento. Si no es algún tipo de patología o desviación, entonces la siguiente pregunta sería por qué una persona normal es capaz de cometer un asesinato de una manera tan fría y despiadada.

Paradójicamente, cuando los muertos de la barbarie terrorista se producen a miles de kilómetros de distancia en sociedades con principios morales y éticos diferentes a los nuestros apenas les hacemos caso. Cuando en Bagdad, Kabul, Islamabad, Nueva Delhi o Mombasa estallan las bombas, las noticias no suelen ocupar más allá de unos pocos minutos de un noticiero que suele dar cifras e imágenes sangrientas con una profesional desgana ante una indiferencia que no me atrevo a calificar como general, pero casi. Es el sopor de la comida o de la cena el que nos inunda y no la rabia.

Está claro que la cercanía de las víctimas es el factor más importante para encender el circuito neuronal de nuestra indignación. Es en este caso cuando las explicaciones simplificadas se hacen más evidentes. Cuando no es el petróleo de la zona, es la pobreza de los terroristas, o el imperialismo al que se ven sometidos, o son ciertos intereses económicos, políticos o ideológicos (si es que estos son contrarios a lo políticamente correcto) los que les impulsan a tomar tales decisiones. El razonamiento lineal, sujeto a nuestros más íntimos prejuicios, se apodera de nuestra razón.

El terror es una herramienta para dañar al contrario, no un objetivo en sí mismo, y persigue contribuir a decantar un conflicto, real o ficticio, hacia los intereses del grupo que la utiliza. No busca tanto la victoria sino generar una situación de inestabilidad e indefensión entre gente que, a priori, no está implicada en el conflicto, incluyendo en muchos casos personas cercanas a la causa, que se convierten rápidamente en mártires o daños colaterales. El terror como arma se ha venido usando durante siglos: estados contra estados, grupos de personas contra estados y viceversa o grupos entre sí. Desde los hashshashiyyín y el Viejo de la Montaña a Al Qaeda han pasado unos cuantos siglos.

El terror sirve por tanto a varios fines. Es un elemento de propaganda sobre todo en los países donde la libertad de prensa es un hecho y los atentados terroristas obtienen suficiente cobertura, sobre todo los que afectan a sus ciudadanos. Pretende amedrentar a una población que, asustada, podría exigir a sus gobernantes que cedan a las presiones de los terroristas, pero también para que los gobiernos, agobiados por el impacto de la extrema violencia, busquen acuerdos y cesiones aceptables que no destruyan su posición de poder. Otras veces buscan la propia destrucción de la sociedad atacada, formando en este caso parte de una estrategia más compleja de violencia generalizada, por lo general de carácter bélico. Tal es el caso de buena parte del terrorismo de Oriente Medio contra Israel.

El terrorismo suele ir acompañado de una ideología que canaliza la acción de los terroristas y facilita los atentados. Ha habido (y hay) terrorismo anarquista, nacionalista, islamista, comunista, nazi, fascista, entre otros tantos. Si bien no es necesario, sí ayuda al terrorista matar por un ideal más elevado que la vida de las víctimas o su propia vida. Las medias verdades, una lectura interesada de la historia, un carácter mesiánico, un quimérico y generalmente arrebatado destino histórico son algunos factores que forman parte de esta mitología.

Esta fábula se ve favorecida mediante la creación o la apropiación de una red pública de escuelas donde los jóvenes reciben el adoctrinamiento necesario. No es casualidad que cuando las “ramas” civiles y legales de los grupos terroristas llegan al poder, busquen dirigir o al menos influir en la educación pública.

La pobreza y la miseria pueden ayudar a la hora de elegir a un terrorista, pero tal situación no es ni necesaria ni suficiente, sólo un factor que hay que considerar en función del entorno. Ningún etarra, por poner el caso español, ha llegado al terrorismo en una situación de penuria extrema.

Todo grupo terrorista tiene sus cimientos sobre una masa crítica de gente que lo mantiene, bien con apoyo directo y activo, bien con un apoyo pasivo, de simple tolerancia, bien por un simple y, algunas veces, comprensible temor. El impuesto revolucionario de la banda terrorista ETA es un ejemplo de cómo con la coacción la ETA se ha podido financiar en parte durante años. En algunos casos, el principio del fin ha sido precisamente la desaparición paulatina de esta masa crítica de personas que poco a poco les han ido volviendo la espalda. Los GRAPO, si bien siguen existiendo en España, no tienen la capacidad de dañar que tenían hace unas décadas, pero eso no impide que sigan cometiendo crímenes como el secuestro y desaparición de Publio Cordón. Debemos estar vigilantes incluso cuando parece que se han rendido o han aceptado un acuerdo. Las ramas más extremas del IRA siguen activas, al fin y al cabo.

Este somero análisis invita a pensar que las soluciones a los problemas terroristas a los que se enfrentan las naciones y sociedades serán diferentes para cada una de ellas. Una estrategia ganadora en un sitio puede ser desastrosa en otro. Hay grupos con los que se puede dialogar y con otros sólo serviría la persecución hasta su desaparición. Hay algunos que ante la presión caen como un castillo de naipes y otros que se reafirman. Una ideología novedosa puede aglutinar y hacer fuertes a quienes la siguen; y otra caduca, favorecer la rendición. La complejidad es evidente y las soluciones simples y rápidas, un fracaso casi seguro.

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