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La indeseable democracia ateniense

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Si hubiera una nación de dioses, éstos se gobernarían democráticamente; pero un gobierno tan perfecto no es adecuado para los hombres.1

— Jean-Jaques Rousseau

Entre los defensores de la democracia “real”, se suele mencionar al modelo ateniense como el más deseable, el más cercano a la perfección. Aquí veremos por qué ni siquiera este sistema es deseable.

Del mismo modo, cuando realizamos una crítica, la mejor manera de hacerlo suele ser con argumentos conceptuales o teóricos, que derrumben por completo la doctrina que se ataca. No obstante, y debido a que contra la democracia ya se han escrito muchos libros2, en este artículo rescataremos la historia de uno de los grandes de la filosofía.

Este es Sócrates, reconocido filósofo griego, y quien fue uno de los mayores defensores de la democracia ateniense. Sin embargo, tras su muerte, se convirtió en uno de los muchos motivos prácticos para oponerse a este sistema político.

Sócrates

Nace en Grecia en el año 470 antes de Cristo, y es enjuiciado y condenado a muerte en el año 399 a.C. Su mejor discípulo, Platón3, escribiría “Apología de Sócrates”4 cuatro años más tarde. La injusticia de su juicio —véase la contradicción— es de las mayores que han sido inmortalizadas por escrito y en el arte:

Para introducirnos correctamente, debemos saber que Sócrates era un gran defensor del sistema ateniense y de sus costumbres. Tanto fue así, que, pese a tener oportunidad de escapar de la prisión donde estuvo encarcelado durante treinta días antes de su condena, y como hicieron otros grandes como Anaxágoras o Aristóteles, decidió quedarse y cumplir con el que creía que era su deber: cumplir la ley.

Sus acusadores fueron cuatro: Aristófanes —se cree que le acusó buscando fama—, Meletos, Licon y Anitos. Los motivos concretos por los que se le acusaron no son tan relevantes aquí, pero por nombrarlos brevemente fueron tres: impiedad [asebia], corrupción de juventud y herejía. Todas estas acusaciones, como argumentó él mismo en su juicio, eran exageradas o directamente falsas5.

Cicuta democrática

No obstante, el hecho es que fue condenado a muerte, cuya narración también considero necesaria para entender mejor la crítica:

El sol estaba ya cerca de su ocaso. Llegó Sócrates, recién lavado, y después de esto no habló mucho. Agradeció las atenciones de los representantes de los Once y pidió: «Que traigan la cicuta, si es que ya está triturada».

Salió un esclavo a buscarla y la trajo ya triturada, en una copa. Al verle Sócrates, le dijo: «Buen hombre, tú que entiendes de estas cosas, ¿qué es lo que debo hacer?». «Nada más que beberlo y pasearte, hasta que se te pongan pesadas las piernas, y luego tumbarte».

Así hará su efecto —y le tendió la copa. Tomóla con gran tranquilidad y sin alterarse ni su color ni su semblante… Al verlo beber no pudimos contener las lágrimas y nos recriminó: «Mandé fuera las mujeres y niños para evitar estas escenas. Ea, pues, mostraos fuertes».

Al sentirse pesadas las piernas, se acostó boca arriba. El esclavo le preguntó si sentía cuando le apretaba el pie y le dijo que no. Y siguiólo tocándole y le dijo que cuando le llegara al corazón se moriría. Tenía ya casi fría la región del vientre, y descubriendo el rostro dijo éstas que fueron sus últimas palabras: «¡Oh, Critón!, debemos un gallo a Asclepio. Pagad la deuda y no lo paséis por alto».

Y no habló más. Al cabo de un rato tuvo un estremecimiento y el esclavo le descubrió la cara: tenía la mirada inmóvil. Al verlo Critón, le cerró la boca y los ojos.6

Anaxágoras y aristóteles

Tras su muerte, el arrepentimiento fue generalizado. Tal fue este que uno de sus acusadores, Meletos, fue condenado también a muerte, y los otros tres fueron desterrados. Se le construyó también una estatua de bronce.

Este no fue el primer ni el único juicio arbitrario contra un filósofo en Grecia, aunque sí fue el primero donde se asesinó al acusado. Otros casos que hay que destacar fueron los de Anaxágoras7 y Aristóteles8, ambos exiliados. Este último, antes de irse, declaró lo siguiente:

No dejaré a Atenas pecar dos veces contra la filosofía

Y no sólo eso, sino que Sócrates antes de ser ejecutado declaró que “[e]sa peste no se detendrá con mi condena”, refiriéndose a los juicios ideológicos.

Ahora bien, ¿es esto intrínseco al modelo democrático?

Analizando simplemente los motivos por los que fue condenado, podemos responder con un rotundo sí. Estos motivos, además de ser falsos, mostraban el enorme miedo que se vivía en ese momento entre los aristócratas —en el mal sentido de la palabra—. Había un ambiente de tensión política, y el posible golpe de estado estaba a la vuelta de la esquina. Algunos lo describen como una suerte de caza de brujas.

Nuevamente, debemos responder con un rotundo sí. Y no sólo esto, sino que era una democracia bastante mejor que cualquiera de las actuales, al menos en términos institucionales. Veámoslo a continuación:

Primeramente, en la Antigua Grecia convivían más de 150 gobiernos diferentes, aunque todos bajo unos principios comunes, que podríamos equiparar a los cantones suizos actuales, salvando las distancias.

Además, el poder estaba dividido de manera jerárquica, y con una participación popular que no vemos actualmente en ningún estado moderno. Esta es como sigue, y en orden descendente: Ecclesia —máximo órgano, 10 reuniones anuales—, Boulé —550 de consejo, cámara deliberativa—, Pritania —50 bouletas y presidente, mandato de algo más de un mes—, Epistates —por sorteo, solo dura un día.

Asimismo, el poder ejecutivo estaba dividido en el arconte-rey, el tribunal de jueces [dikastai] y el tribunal popular [helieia].

La tiranía de la mayoría

A lo que pretendo llegar con esto es que los diferentes fracasos democráticos no dependen del sistema concreto, sino que son algo esencial al sistema. La tiranía de la mayoría no puede ser otra cosa que eso: en el mejor de los casos, una dictadura del partido más votado. Este es, en definitiva, uno de entre muchos argumentos que debemos empuñar para rechazar el sistema democrático, tanto en la teoría como en la práctica.

Finalmente, y como pequeña anotación final, me gustaría aclarar que no creo que todo defensor de la democracia sea alguien malo. Como decía Sócrates, la maldad nace de no saber lo que es bueno. Por tanto, el malvado es ignorante. Sin embargo, yo no creo que sea realmente así; efectivamente habrá ignorantes, pero también gente que actúe así sabiendo que no es lo correcto.

Por este motivo, y para concluir, considero necesario recordar que todo defensor de la democracia es o malvado o ignorante. A estos últimos es a quienes debemos convencer.

Recordad que este artículo no ha sido revisado por nadie y, por tanto, recomiendo encarecidamente revisar cada una de las cosas dichas en él, por si hubiera cualquier error. De ser así, por favor, comunicádmelo.

Notas

1 Ver “El contrato social”.

2 Al respecto, podéis consultar “Monarquía, democracia y orden natural”, de Hans-Hermann Hoppe, “El mito del votante racional”, de Bryan Caplan, o “Sin traición”, de Lysander Spooner.

3 Filósofo griego, discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles. Entre sus muchas obras, casi todas estructuradas en diálogos protagonizados por el propio Sócrates, el autor nos narra su visión sobre diferentes temas, principalmente la epistemología, ontología, ética y antropología. Podemos destacar obras como “República”, “El banquete”, “Parménides” o la propia “Apología de Sócrates”.

4 Para este comentario utilicé la edición de Alhambra.

5 Ver “Apología de Sócrates”, de Platón.

6 Extracto de “Fedon”, de Platón.

7 Filósofo presocrático, discípulo de Tales de Mileto, que elaboró una teoría ontológica basada en las homeomerías y que desarrolló el concepto de nous.

8 Filósofo griego, discípulo de Platón, que reorienta el estudio ontológico y epistemológico, introduciendo los conceptos de potencialidad, actualidad y reformulando la virtud platónica, rechazando así la dualidad clásica de este autor. Algunas de sus obras más relevantes son “Política”, “Ética a Nicomaco” o “Física”.

1 Comentario

  1. Recupero un artículo del Instituto Juan de Mariana que, para mí, se convirtió en un clásico:
    Ignacio Moncada «La política nos convierte en enemigos»:
    https://juandemariana.org/ijm-actualidad/analisis-diario/la-politica-nos-convierte-en-enemigos/

    » La política transforma lo que podrían ser relaciones pacíficas de cooperación en relaciones hostiles. (…) nos convierte en enemigos situacionales [1]. Y lo hace por tres motivos. En primer lugar, porque las decisiones políticas se aplican de manera monopolística: una vez que una opción es escogida, se aplica a todos los ciudadanos por igual. En el mercado cada uno puede satisfacer sus preferencias por separado. Cuando imponemos que una sola de las opciones se aplique a todos, las diferencias entre preferencias de los ciudadanos se convierten en una gran fuente de conflictos. Por ejemplo, si queremos que en las escuelas se enseñen muchas más ciencias y menos humanidades, que la metodología de enseñanza cambie o que se haga en una lengua distinta, la única manera de lograrlo en el actual sistema estatal es forzar a que se cambie el programa educativo que se aplica a todos los niños del país.

    En segundo lugar, los sistemas electorales tienden a forzar que el espectro de alternativas posibles que podemos escoger se limite enormemente. De hecho, en las actuales democracias occidentales las opciones tienden a reducirse a dos: lo que propone el bloque de derechas y lo que propone el bloque izquierdas. En algunos casos en los que los grandes partidos políticos se ponen de acuerdo, como sucede en España con el sistema de pensiones, la oferta se reduce a una sola opción: votes a quien votes, siempre estarás escogiendo la opción del insostenible sistema de reparto actual. Sin embargo, en el mercado la oferta de opciones para preparar la jubilación es inmensa.

    Y, en tercer lugar, las decisiones políticas se imponen involuntariamente mediante la amenaza del uso de la fuerza. Si una persona se niega a acatar cualquier decisión política, por ridícula que sea o injustificada que esté, las autoridades le impondrán multas, le detendrán si se niega a pagarlas y utilizarán la violencia física si se resiste a ser detenido o encarcelado. (…) cuando un ciudadano apoya una decisión política (ilegalizar las drogas, prohibir la quema de símbolos nacionales u obligar a que en las escuelas se utilice una determinada lengua), lo que realmente está haciendo es posicionarse a favor de que el Estado haga uso de la violencia contra aquellos que no acaten dichas decisiones.

    Yo añadiría al menos una cuarta razón, que es consecuencia de las anteriores: las decisiones políticas imponen que los costes se socialicen, mientras los beneficios suelen interesar a unos más que a otros e incluso se pueden conceder sólo a un subconjunto de la población. Esto da lugar de manera inmediata a que la política se convierta en el ámbito de la redistribución forzosa de recursos: se utiliza para que grupos más organizados se aprovechen de ciudadanos desorganizados para extraerles rentas u obtener privilegios a su costa. Pocas cosas son tan conflictivas…

    Es posible que existan ámbitos en los que la decisión política sea la única opción funcional posible. Sin embargo, eso no cambia que el sistema político sea una forma enormemente defectuosa de toma de decisiones [2]. La conclusión, por tanto, es clara: reduzcamos el ámbito de la política a lo mínimo que sea posible y ampliemos al máximo los ámbitos de toma de decisiones abiertos y voluntarios como el mercado y la sociedad civil. »

    —————————————–
    [1] Porque introduce a las personas en juegos de suma cero sin opción de salida.
    [2] Y nos convierte igualmente en enemigos situacionales sea cual sea el método que se utilice para decidir… en tanto se interfiera en las instituciones espontáneas emergidas de las interacciones voluntarias de la sociedad (intervención coactiva o subversiva, en la medida que altere la esencia descentralizada y respetuosa hacia cada persona de cada una de esas instituciones espontáneas: la familia, el dinero mercancía, el mercado libre, los oficios, el lenguaje, la contabilidad, los modales o urbanidad, la escuela, las asociaciones voluntarias –que específicamente pueden no ser neutrales pero que en cuanto mecanismo asociativo abierto a todos es neutral valorativamente, al igual que el resto de instituciones espontáneas-, las formas artísticas emergidas también evolutivamente –como las tragedias griegas como género teatral competitivo–, etc.). Obsérvese que la civilización nace, se desarrolla y evoluciona sobre la base de tales instituciones, que en sí mismas son modos de conocimiento tentativo y descentralizado, por prueba y error.


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