Fue tras pasar unos días con su familia, en el mismo año que murió, cuando Frédéric Bastiat escribió su ensayo La Loi (1850). Desde las primeras líneas, el autor francés denuncia y señala, al tiempo, el objeto de su obra: la ley ha sido apartada de su finalidad primera y se aplica persiguiendo un objeto perverso, que no es otro, que la arbitrariedad del poderoso.
A partir de ahí, con un lenguaje claro y conciso y un estilo didáctico y elegante, Bastiat lleva de la mano al lector desde la base, el origen de la ley, hasta las profundidades de la perversión atroz de los irresponsables gestores políticos que la utilizan a su antojo.
Y viene a cuento, hoy y aquí, en nuestro país, pero lamentablemente también en otros lugares. La ley ya no es el recurso pacífico, legítimo, de la defensa propia, a cuya sombra acuden víctimas e indignados para prevenir su Persona, su Libertad y su Propiedad, sino un instrumento de abuso. Una de las bases de esta mutación de la ley es la tendencia del ser humano a vivir a costa de otros. La otra es la falsa filantropía. Los monopolios, las guerras, las migraciones, la universalidad de la esclavitud, los fraudes industriales son ejemplos que inundan la historia y que Bastiat propone para constatar este hecho.
¡Qué lamentable que después de ciento sesenta y cuatro años aún estemos en el mismo lugar!
La explicación del gran Bastiat goza hoy de plena vigencia. Efectivamente, el socialismo ha logrado que la Ley garantice el expolio, entendido éste como robo. El Estado, ejerciendo su despotismo filantrópico, estimulando los instintos más egoístas del ser humano, arrebata lo que es suyo a unos para dárselo a otros, y se reserva la potestad de establecer el criterio de reparto que, indudablemente, desde Rousseau y Robespierre hasta nuestros días, se basa en la perpetuación del poder del propio Estado. ¿Y qué explica esta situación? En primer lugar, el socialismo confunde Estado con Sociedad, y proclama la defensa, el fortalecimiento, y la mejora de la Sociedad cuando de lo que se trata es del bienestar del Estado. No es casual que Bastiat llame a estos socialistas «publicistas», especialistas en vender una idea al gran público.
Y es ahí cuando entra en escena la inercia de la sociedad, que asiste a semejante espectáculo dejándose llevar y sin plantearse las intenciones del mandatario. La inercia radical de la humanidad, la omnipotencia de la Ley y la infalibilidad del legislador han secuestrado, de alguna manera, el sentido primigenio de esta Ley. El legislador, alejado y por encima de sus conciudadanos, conocedor de sus verdaderas necesidades, aprovechando esa superioridad moral que nadie como el Socialismo le confiere, se atornilla al trono del poder utilizando precisamente la Ley, mientras las víctimas se sorprenden cuando alguien cuestiona lo que está pasando, y no dudan en tachar de sedicioso a quien, simplemente, busca que la Ley recupere su verdadero ámbito: la defensa del individuo, la propiedad y los contratos.
Una vez depositado el voto, cada cual se deja ir, se amolda a lo que su elegido (o el de la mayoría) decida, sin cuestionar nada. Y, de ahí nace la omnipotencia del legislador que se encarga de dirigir, educar, moralizar… mediante la Ley.
Y, una vez entendida la lección de oro que nos ofrece Bastiat, preguntémonos cuántos casos de expolio en forma de subvenciones, estímulos, impuestos, aranceles, prebendas, privilegios, etc. imperan en nuestro país; qué parte de la adoctrinación de los niños corresponde al legislador, que les educa para mayor gloria y honra propia; cuánta inercia de la sociedad explica el presente expolio y perversión de nuestras leyes. Y preguntémonos, a continuación, a qué esperamos para impedirlo.
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