"Libertad" es un término manoseado hasta la saciedad. Lo mismo justifica las acciones de un tirano que las pretensiones de un mafioso, los resentimientos de un bohemio o los afanes de quien aspira a una libertad igual para todos. Pero que libertad signifique tantas cosas, si es que algunas de ellas son, realmente, significaciones, no excluye la necesidad de ser racional al acercarse a su estudio. Si hay que buscar referentes de la libertad, en el último de los sentidos señalados, es en la larga lista de pensadores y actores que se alzaron contra el absolutismo en la Europa de los Austrias, en la Francia de los fisiócratas o en la tradición de pensamiento social que surge entorno a la Escuela Austriaca de economía: Carl Menger, Böhm-Bawerk, Mises, Hayek, Rothbard, Hoppe, etc.
La búsqueda de la libertad puede llevar a errores graves, sin duda, como el de no poder prever todos los engaños que los enemigos de la libertad inventan para hacer pasar por ella lo que no son más que emanaciones de su pereza mental o, peor aún, justificaciones farragosas de la servidumbre. Pero esos errores de previsión no causan refutación alguna de la libertad, sino mejoras en su perfil, más bruñido, limpio y prometedor después de identificar la burla.
Muchos de esos errores son los que uno de los grandes entre los grandes de la libertad, Ludwig von Mises, abordó en su fructífera vida. Para empezar, como los de la larga tradición intelectual en que se inserta, define la libertad en los términos más humanos, básicos y críticamente racionales que pueda concebir: la libertad es propiedad. Propiedad privada de uno mismo, de lo que produce y de lo que adquiere legítimamente. Cuando el liberalismo de Mises habla de legitimidad de la propiedad se refiere a toda aquella propiedad que ha sido adquirida con consentimiento de las dos partes. Este es el régimen natural de propiedad, aquél que todos llevamos con nosotros.
Sólo los ideólogos que miran los bienes ajenos con "visión de estado", "altura de miras" y "espíritu de sacrificio" son capaces de concebir sistemas políticos y coartadas ideológicas para que el robo a gran escala, a fecha fija y con alevosía sea para bien. Sólo quienes desde su personal código moral, concebido como los de los demás seres humanos que ostentan uno propio para su mayor gloria que no la ajena, aspiran a llenar de normas, modelos de comportamiento a los demás, sostienen la impostura del tirano. Frente a eso, los liberales decimos sólo: ¡déjennos en paz y dejen en paz a la gente!
Mises cifraba la libertad en la propiedad privada individual porque sin ella la libertad no sólo no es posible, sino que deviene en abuso. Frente al liberalismo así concebido sólo cabe, políticamente, el colectivismo, la llamada propiedad colectiva, la cual, no pudiendo gestionarse colectivamente acaba siendo apropiada por una élite. No obstante, muchos son los que conciben la libertad como el pequeño ámbito de los sentimientos, los vuelos del alma, casi inexpresables de tan íntimos, y repudian las expresiones objetivas, sociales y, por tanto, humanas de la libertad.
Entre ellos están los bohemios, los románticos que abjuran de la razón y exaltan el sentimiento, es decir, aquél ámbito en el que ellos y sólo ellos pueden ser competentes para juzgar porque la subjetividad de la íntima emoción siempre será incomparable. Estos personajes han producido obras de arte sublimes cuya validez les ha sido dada por el aprecio que han despertado, el cual se ha traducido, como no podía ser de otro modo, por la compra de sus obras con un dinero que, si bien desprecian en la oda, aprecian en la cantina.
Mises, hombre culto e inteligente donde los hubiera, mantuvo su sentimiento apasionado por la libertad con el cultivo honesto de la racionalidad. Sabía que ese era el único camino para llegar al meollo. Y, no dejándose llevar por la fantasía imposible de aplicar el método de las ciencias físico-naturales al estudio de la sociedad, se mantuvo en la tradición austriaca que arraiga en la España del siglo XVI y concibió al hombre actuante como eje de su pensamiento. No el colectivo, la tribu, las masas, la nación, el estado, no, sino el ser humano individual que siente, piensa y actúa y, al actuar, se muestra a los demás. Lo que los actos no expongan las palabras nunca dicen.
Antes de Mises, con él y después de él la Escuela Austriaca, hilo conductor de un enfoque humano de la vida social y compatible con muchas otras aportaciones filosóficas, pervivirá en la mente de muchos hombres y mujeres inteligentes y sensibles.
¡Libertad!
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