En Estados Unidos es recurrente el debate sobre el techo de la deuda. El gobierno americano, desde hace muchos años, gasta a tal velocidad y tan por encima de sus posibilidades que cada pocos meses se alcanza un nuevo techo de deuda pública que debe ser redefinido por el Congreso. El límite constitucional al endeudamiento del Estado, que una vez pretendió ser un mecanismo para contener el poder político, se ha convertido en una farsa. Cada vez que se llega al tope previamente fijado, se organiza un paripé, un intercambio de trapos sucios en el que los dos partidos mayoritarios se acusan mutuamente de mala gestión y de haber llevado al país al borde de la quiebra, para, a continuación, sin excepción, dar una patada hacia adelante al límite de la deuda sin solucionar el problema de fondo. Los políticos americanos deben de creer que los ciudadanos no tienen bastante con que cada gobierno sea más manirroto que el anterior y que las finanzas públicas sean una ruina, sino que encima les someten a este lamentable espectáculo partidista.
No hace falta seguir muy de cerca la política americana para ir descubriendo señales que van indicando el declive económico y político de Estados Unidos. En los últimos días los medios de todo el mundo se han hecho eco de una absurda propuesta del Congresista por Nueva York Jerrold Nadler para solucionar el problema del techo de deuda. Ha encontrado que una ley permite al Departamento del Tesoro acuñar un tipo de monedas conmemorativas de platino para coleccionistas. Para sacarlas a subasta, el gobierno puede asignar a la moneda un precio de salida provisional. La absurda propuesta es la siguiente: el Tesoro acuña una de esas monedas de platino y le asigna un valor de un trillón de dólares. Acto seguido la deposita en la Reserva Federal y ésta emite el dinero correspondiente al valor teórico de ese activo. Con esa chequera en el bolsillo, el gobierno ya puede seguir pagando todas las facturas que hagan falta sin preocuparse por el dichoso techo de deuda.
Cuando un disparate económico recorre los medios, y más cuando está encaminado a facilitar el aumento del déficit y la deuda, hay un economista americano que nunca pierde la oportunidad de subirse al carro. En este caso tampoco ha decepcionado. Paul Krugman, el mismo que afirmó que una posible solución para salir de la crisis era prepararse para un ataque alienígena, ha respaldado públicamente desde su púlpito de The New York Times la acuñación de la moneda del trillón de dólares como remedio al problema del techo de deuda: "La ley es la ley, y ofrece una simple aunque extraña salida de la crisis. […] La tarea del Presidente es hacer lo que sea necesario, no importa lo excéntrico o estúpido que pueda sonar, para calmar esta crisis de rehenes. ¡Acuñad esa moneda!"
George Selgin, Profesor de Economía en la Universidad de Georgia, ha sugerido cambiar para dicha moneda la clásica inscripción "In God We Trust" por una leyenda más acorde con la situación, como por ejemplo "In Idiots We Trust". Matthew O’Brien, editor asociado del diario The Atlantic, también tentado a entrar en el debate de los pormenores de acuñación de dicha moneda, propone sustituir la correspondiente efigie por la imagen de una banana.
Aunque la idea de la moneda del trillón de dólares no es nueva, mi apuesta personal es que el Congresista Nadler encontró la inspiración en una fuente intelectual acorde con la categoría de la propuesta: Los Simpsons. En un capítulo de la popular serie, Homer ayuda al FBI a recuperar un billete de un trillón de dólares que emitió el gobierno en tiempos de Truman para pagar sin esfuerzo los gastos de la posguerra a sus aliados europeos. Por lo visto, el cómico guión de una serie basada en el humor absurdo, en manos de ciertos políticos y economistas puede pasar por política económica seria. Lo cierto es que cada vez es más difícil distinguir entre una medida keynesiana y una estupidez sacada del guión de Los Simpsons.
Si, como defienden conocidos economistas, políticos y periodistas, esta solución es válida, ¿por qué acuñar solamente una de esas monedas de un trillón? ¿Por qué no acuñar 17 y olvidarnos de toda la deuda pública? ¿Y por qué no acuñar 100 y gastarlas a manos llenas en solucionar todos los problemas del mundo? Pues, sencillamente, porque esta medida carece de cualquier tipo de sentido económico. La solución es equivalente a imprimir dinero, es decir, lo que hace es quitarle valor a los dólares que sufridamente se han ganado los ciudadanos y meterlo en el bolsillo del gobierno, distorsionando, en el proceso, la estructura productiva. Sólo Krugman considera que la acuñación de dicha moneda no es inflacionaria. De lo que se deduce, digo yo, que mediante esta estúpida propuesta se crea riqueza real de la nada. ¿En qué estarían pensando los que le dieron el Premio Nobel?
Al final, para disgusto de Krugman y sus seguidores, los portavoces del Tesoro y de la Reserva Federal han salido a la palestra para decir, no muy convencidos, que no están barajando esta solución. Anthony Coley, portavoz del Tesoro, explicó el motivo: "No creemos que la ley de monedas conmemorativas deba usarse para evitar tener que incrementar el límite de la deuda". Es decir, que no aplican la propuesta de la moneda de platino, no porque sea económicamente absurda, sino porque va contra el espíritu de la norma en cuestión.
El problema de fondo de todo este sainete es que han montado una guerra partidista por parte de ambos partidos que tiene como rehén a las finanzas públicas de los americanos. Los Demócratas consideran que los Republicanos están haciendo chantaje amenazando con no aprobar un nuevo techo de deuda para cumplir que se le concedan sus exigencias. Y en parte tienen razón. Algunas de esas exigencias son razonables, como recortar partidas de un gasto público desbocado, pero casi siempre trufadas de clientelismo político y electoral. Los Republicanos afirman querer recortar el gasto, pero siempre se refieren al gasto político de los Demócratas, porque el suyo propio no quieren ni que se toque. Por otro lado, el gobierno de Obama y los Demócratas también están haciendo chantaje a los americanos. Han incurrido en gastos por encima de lo que pueden pagar con el actual techo de deuda, con lo que amenazan con la suspensión de pagos si los Republicanos no aumentan el techo de deuda sin rechistar. Lo que no mencionan es que la quiebra, de producirse, sería por los irresponsables gastos en los que ha incurrido el gobierno actual.
Bajo el ridículo de la idea de la moneda del trillón de dólares, subyace una crisis fiscal igualmente absurda. La solución no son ideas traídas de Los Simpsons ni chantajes electoralistas. Tampoco es, como afirma Krugman o el gobierno, que siempre que se alcance el techo de deuda se aumente sin pensar en lo que se está haciendo, ni la abolición de dicho límite constitucional. La solución es mucho más sencilla: hay que equilibrar las cuentas públicas. Hasta el propio Homer Simpson lo haría mejor que los políticos actuales.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!