Skip to content

La mutilación genital femenina como límite a la tutela parental

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Los liberales nos enfrentamos a un dilema moral.

La mutilación genital femenina (MGF, en adelante) consiste en una práctica que en su mayoría afecta a niñas (entre los 5 y los 14 años; y en países como Mali o Nigeria, antes de los 5) y que engloba básicamente cualquier “procedimiento consistente en la resección parcial o total de los genitales externos femeninos, así como otras lesiones de los órganos genitales femeninos por motivos no médicos” (WHO, UNICEF y UNFPA, 1997: 3). En cuanto a su extensión geográfica, la OMS calcula que 200 millones de mujeres y niñas en 29 países diferentes de África, Oriente Medio y Asia han sido sometidas a la MGF, con diferentes variaciones en cuanto a las modalidades practicadas, la edad y su prevalencia entre las mujeres del grupo. Sin embargo, la inmigración ha permitido su diáspora, por lo que también puede encontrarse en Europa, Australia, Estados Unidos, etc.

Tal y como recogen diversos documentos de UNICEF o la OMS, las razones que llevan a determinadas comunidades a mantener la MGF pueden resumirse en cuatro tipos.

  • En primer lugar, la fundamentación de esta práctica por motivos religiosos se debe, en la mayoría de los casos, a la creencia errónea de que se trata de un precepto obligatorio de la religión en cuestión. Errónea porque en ninguno de los libros sagrados de las principales religiones monoteístas aparece alusión alguna a dicha práctica.
  • En segundo lugar, existe la creencia de que los genitales femeninos son antiestéticos o sucios y la MGF se utiliza como medio para higienizar o purificar y embellecer a la mujer.
  • En tercer lugar, la MGF es concebida también como una forma de control sobre la sexualidad de las mujeres, ya que la circuncisión produce una atenuación del deseo sexual.
  • Finalmente, en algunas comunidades se realiza también como parte de un rito de paso de las niñas a la etapa adulta y un proceso de integración social y transmisión del rol de género.

La MGF como norma social

Una norma social es una norma informal de comportamiento tal que los individuos prefieren ajustarse a ella debido a que creen que (a) la mayoría de las personas en su red de referencia se ajustan a ella (expectativa empírica) y (b) que la mayoría de las personas en su red de referencia creen que deberían ajustarse a ella (expectativa normativa) (Bicchieri, 2006: 11), y no hacerlo afectaría a su reputación, por lo que se trata de un ejemplo de comportamiento interdependiente. Las normas sociales siempre son condicionales, ya que nuestra preferencia por obedecerlas depende de nuestras expectativas de cumplimiento colectivo. De la misma forma que las normas descriptivas las normas sociales se basan en la creencia de que los demás siguen la norma. Sin embargo, en las últimas la influencia normativa es fuerte y juega un papel crucial para impulsar el cumplimiento. Nos importa que la mayoría de las personas en nuestra red de referencia crea que debemos comportarnos de una manera específica por razones cualesquiera.

La MGF se considera una parte importante de la identidad cultural y de género de las mujeres de muchas comunidades y sus familias, que puede proporcionar orgullo, sentimiento de mayoría de edad y de pertenencia a dicha comunidad. El coste de rechazarla no es asumible en muchos casos por las familias, que no llegan a plantearse tal posibilidad[1]. De hecho, las niñas que no se someten a ella son consideradas promiscuas y sucias y no consiguen casarse. Y, por otro lado, cuando se practica por motivos religiosos, las niñas no circuncidadas son rechazadas y no pueden participar en rituales colectivos. La MGF puede considerarse una norma social puesto que aquellas personas que la practican son conscientes de la existencia de dicha regla de comportamiento y de que les vincula a ellas. Además, eligen ajustarse a ella porque esperan que una parte importante de su entorno lo haga también. Y, por último, porque creen que la mayoría de personas de su entorno piensa que deben someterse a ella y puede sancionarlas si no lo hacen (UNICEF, 2013: 17). Determinar si la MGF es una norma social es importante porque, si lo es, es difícil para las familias detenerla sin intervención externa. Donde una norma social está asentada el miedo a la exclusión social por no cumplirla puede ser más fuerte que el miedo a cualquier tipo de sanción legal.

La teoría de señales honestas costosas nos permite explicar cómo funciona esta norma social. Los emisores necesitan ofrecer garantías de la honestidad de su señal para que esta sea fiable y útil para el receptor. Los individuos se comunican emitiendo señales que pueden ser honestas, en tanto en cuanto son útiles para el receptor. Las señales costosas son honestas porque resultan difíciles de falsificar (Zahavi y Zahavi, 1997: 24). El emisor honesto puede permitirse algo que resulta prohibitivo para el tramposo. La sumisión a la MGF es una señal honesta que expresa la voluntad de participación en una comunidad determinada, sobre todo porque es muy costosa, pues implica una lesión irreversible en los genitales de quien la sufre.

Por otro lado, en ciencias sociales un equilibrio es una situación en la que ningún agente se beneficia de una desviación unilateral. Someterse a la MGF es un equilibrio puesto que el hecho de que una sola familia decida no tomar esa decisión no mejora su situación, sino todo lo contrario, puede suponer un problema a la hora de encontrar marido, en tanto en cuanto el resto de mujeres sí está circuncidada. Ahora bien, eso no implica que si entre todos concertasen un curso de acción distinto podrían mejorar su situación sin pagar el coste de un desvío unilateral. Esa desviación multilateral puede resultar en la aparición de un nuevo patrón agregado de comportamiento. En este sentido, la ley puede ser un arma de doble filo. Por un lado, si las personas continúan viendo a otros someterse a la MGF y continúan creyendo que los demás esperan de ellos que lo hagan, la ley puede no ser un criterio suficientemente fuerte como para detenerla, pues el coste de la señal se incrementa por la ilegalidad. Por el otro, entre los grupos que la han abandonado, la legislación puede ser una herramienta para fortalecer la legitimidad de sus acciones o un argumento para convencer a otros de hacer lo mismo. Por lo tanto, igual podríamos pensar en alguna otra intervención exterior que no fuese por la vía de la legislación, sino de la conciencia social y la educación sobre los riesgos de la MGF.

La MGF como límite a la tutela parental

El reto que plantea la MGF para la tolerancia estriba en la discusión sobre si hemos de permitir que se lleve a cabo, aunque nos parezca una aberración, por el hecho de respetar una práctica cultural con la cual todavía muchas comunidades están de acuerdo (la narrativa que se ha impuesto desde el discurso políticamente correcto). O si bien no podemos tolerar bajo ningún concepto que se destruya la integridad física de una persona sin su consentimiento. Además, cuando analizamos el caso de la MGF nos encontramos con un problema que no está presente en otras prácticas lesivas que afectan a personas adultas (i.e. piercings o cirugía estética), y es que esta tiene lugar mayoritariamente en niñas, lo cual supone una dificultad a la hora de hablar de consentimiento, ya que son los padres quienes toman la decisión por sus hijas, que como menores tienen limitada su capacidad de obrar.  

Las limitaciones de la capacidad de obrar de las niñas se fundamentan en la necesidad de proteger jurídicamente a la persona que no es suficientemente madura para defender sus intereses. Esta limitación es suplida por sus padres, que tienen sobre ellos la patria potestad. La patria potestad es un régimen legal de guarda que hace referencia a los derechos y deberes que la ley concede a los padres sobre sus descendientes o los bienes de estos y encierra un triple contenido: personal, patrimonial y de representación. Esta suele terminar cuando el descendiente alcanza la mayoría de edad o se emancipa. La cuestión que aquí atañe, por lo tanto, es si los padres deben tener una capacidad de decisión absoluta sobre sus hijos, o bien si la patria potestad tiene límites. Y en caso de tener límites, si debe ser el Estado o cualquier otro organismo quien interceda en defensa de los menores.

En primer lugar, este estatus no hace a los padres propietarios de sus hijos stricto sensu, sino que debe conferirles el tutelaje de los menores hasta que estos adquieren la madurez suficiente para tomar sus propias decisiones.

En segundo lugar, dicho tutelaje debe ejercerse siempre en el interés de los menores, o al menos no en contra, y tenemos fuertes razones para creer que los padres tienen el mayor conocimiento e incentivos para hacerlo. Por ende, la intervención de cualquier otro ente o persona debe ser excepcional y motivada por una causa de fuerza mayor. Sin embargo, en este caso parece que no está claro cómo se concreta, si el mejor interés para las menores es que se sometan a la MGF o no. De hecho, los padres que someten a sus hijas a la MGF entienden que actúan en el interés de la menor, para protegerla y asegurarle una buena vida futura –llegar a la edad adulta, ser pura o encontrar marido-. Esas razones culturales son las que llevan a los padres a pensar que actúan en su beneficio. No es la lesión en sí su finalidad, sino adecuarse a las tradiciones que les permiten ser parte de una comunidad. Pero sabemos que las complicaciones físicas y los problemas psicológicos que sufren dificultan la justificación del cumplimiento de esta tradición.

En tercer lugar, en principio una lesión a la integridad física solo puede justificarse mediante el consentimiento libre y válido de quien la sufre, y este tipo de consentimiento no puede darse en el caso las menores de edad. Además, existen también diferencias en la gravedad de las lesiones. No es lo mismo un corte de pelo o la colocación de pendientes en recién nacidos, que son alteraciones leves y reversibles, pese a que sean no consentidas, que la mutilación (irreversible) de sus genitales sin motivos higiénicos o de salud. Pues esta decisión no atiende a ningún criterio de necesidad, proporcionalidad o idoneidad médica, aunque se perciba como necesaria para la aceptación social en sus circunstancias concretas. Es simplemente un coste, y muy alto, asumido por las familias, y que pagan las niñas, como miembros de esa comunidad.

Los liberales nos enfrentamos a un dilema moral: por un lado, asumimos que, al ser niños, su consentimiento no es maduro y por lo tanto no puede ser válido; y, por el otro, porque no pretendemos decir a los demás qué importancia deben otorgar a qué cosas. Parece claro que en el caso de aquellas personas que no pueden ejercer sus derechos -menores o incapacitados-, como lo es el de autopropiedad, estos deben ser protegidos de cualquier injerencia externa. ¿Pero esto debe ser así siempre, sean cuales sean las consecuencias de esa intervención?


[1] Es interesante ver cómo son las mujeres mayores las que, pese a haber sufrido los dolores en el momento de la mutilación y las secuelas a lo largo de su vida adulta, son las primeras instigadoras. Nos da alguna pista.

 

5 Comentarios

  1. ¿Pero qué dilema moral ni qué
    ¿Pero qué dilema moral ni qué niño muerto (por intolerable sumisión a costumbres bárbaras)? Toda clase de violencia debe ser perseguida y erradicada; con más razón si la víctima es un menor. Cualquier duda al respecto resulta groseramente antiliberal. ¡Hay que ver hasta dónde llega la osadía del maldito consecuencialismo!

    • El dilema moral que expresa
      El dilema moral que expresa este excelente ensayo, es el sabor amargo de la perplejidad que nos produce la paradoja que el transcurso del tiempo no perfecciona las costumbres y tradiciones sociales. Por eso no acepto como serio un » dilema moral » . A los sumo – a nivel individual – seria un dilema ético . La moral es un elemento del orden social, colectivo , que con frecuencia desdibuja la pureza axiologica de los valores individuales que llamamos ética . Como liberal me exaspera y asfixia la presión social que pretende sacrificar mi sagrada individualidad en el altar del difuso y perverso bien común. Dentro del mismo liberalismo tenemos discrepancias (Rothbard , pilar de mis convicciones , estaba de acuerdo con el aborto) pero son diferencias que no trascienden la individualidad .
      El problema para la libertad individual son las presiones de lo colectivo, de lo político , que invocando dudosas razones de religiosidad ,(como el caso del presente articulo) pretenden imponer normas morales «institucionales» que regulen el comportamiento de los miembros de una sociedad so pena de ser marginados como incumplidores de la ley de lo convencional. Este es el verdadero dilema.

    • Estimado César, yo no dudo
      Estimado César, yo no dudo que el tiempo perfeccione las costumbres y tradiciones sociales; pero estamos en proceso y no al final del camino de una línea netamente ascendente con altibajos. La gran mayoría de la humanidad más avanzada ya condena estas costumbres aberrantes que no dudo terminarán por desaparecer. Diría incluso que la evolución biológica es algo más que el andar errático de un borracho.

      Nadie es infalible. Rothbard, contradiciéndose a sí mismo, no condenaba el aborto ni el abandono de tus hijos –cuando claramente traerlos al mundo equivale a un muy serio compromiso de cuidado y manutención- lo cual no le da ni quita razón en otros temas

      Para mí no existe dilema: todos tenemos la obligación de luchar con el mayor denuedo contra toda clase de violencia y sin en excepcionales ocasiones juzgamos que ésta representa un mal menor, pues a pasar por caja y que el verdugo nos corte el cuello, que ser un héroe no sale gratis. Puedo perfectamente sobrellevar que un grupo de criminales me margine y niegue su amistad por oponerme a sus fechorías, de otro modo lo que soy –como dicen que le dijo B. Shaw a una señorita- ya estaría claro y sólo estaríamos discutiendo el precio

    • Berdonio: Como siempre,
      Berdonio: Como siempre, perceptible profesor, me obligas a aclarar …. Y si, es cierto lo que dices, la evolución biológica es «algo mas que el andar errático de un borracho» (me hubiese gustado mas que dijeras que «Dios no juega a los dados» porque tu sabes que con tu ejemplo bien podría ser yo -amante del cabernet- aquel del andar «errático» :=)
      El peligro de nuestra especie radica en que la evolución cultural (costumbres, tradiciones) es una manera de adaptarse al ambiente mucho más rápida y versátil que la biológica y se puede dirigir políticamente. A raíz de la manipulación gramsciana de las masas, se sobre impone como normas sociales, lo adquirido culturalmente por sobre los naturales instintos biológicos como el cuidado de los hijos y su educación . Y este devenir de las culturas no es evolutivo como lo biológico.
      Por eso los anacrónicos actos ( aunque contemporáneos ) de esa «cultura» subsahariana criticados aquí por la autora del articulo.

    • Berdonio: Como siempre,
      Berdonio: Como siempre, perceptible profesor, me obligas a aclarar …. Y si, es cierto lo que dices, la evolución biológica es «algo mas que el andar errático de un borracho» (me hubiese gustado mas que dijeras que «Dios no juega a los dados» porque tu sabes que con tu ejemplo bien podría ser yo -amante del cabernet- aquel del andar «errático» :=)
      El peligro de nuestra especie radica en que la evolución cultural (costumbres, tradiciones) es una manera de adaptarse al ambiente mucho más rápida y versátil que la biológica y se puede dirigir políticamente. A raíz de la manipulación gramsciana de las masas, se sobre impone como normas sociales, lo adquirido culturalmente por sobre los naturales instintos biológicos como el cuidado de los hijos y su educación . Y este devenir de las culturas no es evolutivo como lo biológico.
      Por eso los aberrante anacrónicos actos ( aunque contemporáneos ) de esa «cultura» subsahariana criticados aquí por la autora del articulo.


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

Conde-Pumpido o la apoteosis del Derecho alternativo (I)

El escándalo no ha hecho nada más que empezar. Desprecio absoluto por parte de los magistrados Cándido Conde-Pumpido Tourón, Inmaculada Montalbán Huertas, María Luisa Balaguer Callejón, María Luisa Segoviano Astaburuaga, Juan Carlos Campo Moreno y Laura Díez Bueso de las normas que obligan a abstenerse del enjuiciamiento del caso por una larga lista de causas.

Contra el ‘sumacerismo’

Desde el comienzo del estudio de la economía como ciencia —e incluso antes— ha habido ciertas voces que han atribuido la riqueza de unos pocos afortunados a la miseria y a la privación material del grueso de la población.