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La penúltima astracanada liberticida

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Surrealismo es el vocablo más educado con el que uno puede definir el modus operandi de CIU-ERC-CUP. Transcurridos dos años desde las últimas elecciones autonómicas, la suerte de los catalanes no ha mejorado en lo relativo al empleo, sanidad, bienestar o educación. Esto no debería sorprender a nadie, puesto que su gobierno ha estado ocupado en buscar el enfrentamiento permanente con el gobierno de la Nación (es decir, con Madri-t).

Sin embargo, a pesar de no poder ejercer "el derecho a decidir", subterfugio léxico con el que se enmascara el derecho de autodeterminación, el nacionalismo catalán sí ha sacado rédito de sus acciones. En efecto, gracias al recurso al victimismo, es probable que en la próxima convocatoria electoral no sufra la debacle que su gestión gubernamental merecería.

La razón de ello es que a través de la subvención pública a los medios de comunicación, ha creado una sociedad acrítica, capaz sólo de percibir agravios y menosprecios, más ilusorios que reales. El resultado es que cualquier diario, radio o televisión que ilustre la menor muestra de disidencia para con el paradigma oficial queda excluida del "alpiste público" y cuando no, estigmatizada. La elaboración de listas de catalanes buenos y malos, desde luego, no es algo que pueda relacionarse con la libertad.

Aspectos graves sin duda, pero no únicos. Hay más. Uno de ellos es la capacidad que tiene el nacionalismo catalán en dotar de personalidad humana, cuasi-mística, a lo que simplemente es el terruño. De hecho, es frecuente escuchar expresiones del tipo "Cataluña ha sido humillada" o "Cataluña es expoliada". Nuevamente aparece la subordinación obligatoria del individuo a los designios de la construcción nacional.

Todos estos componentes se han ido gestando en las últimas décadas, si bien actualmente sobresalen con mayor crudeza. Aún con ello, el nacionalismo catalán ha tenido la virtud de presentarse ante el resto de España como una ideología "progresista" y ha conseguido que en distintas partes del Estado se empatice con sus mantras, en particular con el derecho a decidir. La anormalidad se convierte de este modo en lo cotidiano.

Desde el resto de España, y esto es lo grave, se ha aceptado que así sea, básicamente, por cobardía. Al respecto, cuando alguien osa desacreditar la armadura nacionalista, se le acusa de generar independentistas por doquier. Quizás, sólo quizás, las semillas de esos nuevos secesionistas que aparecen ahora como las setas, esté relacionada más bien con el sistema educativo (y de valores) que ha impulsado la Generalidad desde 1980.

Así las cosas, la show continúa. En efecto, nos hallamos en la fase de los acuerdos esperpénticos entre CIU y los anti-sistema de las CUP. Los dirigentes de esta última formación practican una demagogia sin complejos que acompañan de amenazas e insultos. El fenómeno de las CUP vendría a ser a nivel autonómico lo que PODEMOS implica a nivel nacional, aunque sin tanta fuerza mediática por parte de las huestes de David Fernández. No obstante, la peligrosidad para la democracia de uno y otro es idéntica.

El complejo de amplios sectores de la derecha para combatirlos y el buenismo de la izquierda a la hora de referirse a ellos, se convierten en sus mejores armas para medrar. Así es la izquierda española, siempre dispuesta a aceptar los liberticidios cuando proceden de partidos como los aludidos CUP o Podemos, sin darse cuenta de que en sus afanes totalitarios, no dudarán engullirla por las buenas o por las malas. En cuanto a la derecha, es probable que malgaste esfuerzos en hacerse perdonar, en vez de combatir argumentalmente las falacias vertidas sobre ella.

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