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La polarización política y el resultado catalán

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En política se tienen presentes elementos que ponen de manifiesto la evidencia contrastable de hechos que expresan movimientos, cambios, resultados o nuevas pautas para la articulación de posiciones conforme el acontecer político se va desarrollando. Criterios a partir de los cuales se moldean posibles estrategias con el objetivo de alcanzar el poder o aproximarse a él.

El término polarización cobra fama a raíz de la situación que atraviesa España política y socialmente. Un término que expresa la división de la sociedad en dos polos contrapuestos, excluyentes el uno de otro, donde se produce un espacio que enfrenta dos ideas antagónicas de la realidad y en el cual los portavoces de esas fuerzas políticas que representan a un número relevante de ciudadanos son los encargados de asumir las riendas del debate y el discurso que enardece las masas y radicaliza sus emociones.

Esa puesta en escena que en primera instancia se produce en la sociedad como reflejo de una crisis real o provocada en algunos casos, trasciende ineludiblemente al ámbito político donde se encuentran otras ideas y realidades políticas, pero siempre condicionadas de alguna manera a esos dos extremos del espectro político.

Esa idea persistente se ha encarnado en un sistema que se desenvuelve en un ambiente de desgaste institucional y sobre el que rencores e ideologías trasnochadas cobran relevancia pasajera, toda vez que el discurso y las acciones son solo máscaras que disfrazan una pretensión oportunista y, probablemente, no deseada ni siquiera por una mayoría consciente de ciudadanos.

La victoria del independentismo en Cataluña el pasado domingo pone en evidencia algunos elementos relevantes para el análisis de la situación política que atraviesa España a partir de la división y fragmentación de las fuerzas políticas y el radicalismo, más allá del debate sobre la ‘libertad de decidir’ y el discurso radical y antidemocrático que encarnan los partidos que defienden el secesionismo y lo promueven.

En primer lugar, se pone en evidencia que el debate acerca del “problema catalán”, como lo describió Ortega y Gasset, ha llegado a un punto de no retorno, considerando que la política en esa región se ha convertido en una merma del orden constitucional establecido a partir de la Transición y que pone de manifiesto la ausencia de un proyecto político alternativo y fuerte que haga frente al radicalismo exacerbado por las fuerzas políticas republicanas de izquierda y, en gran medida, solapadas por la omisión de un Partido Socialista que a golpe de falaz diálogo antepone el individualismo político por encima de la alternativa constitucional-democrática.

Esa alternativa de “convivencia” a la que aludía Ortega y Gasset, haciendo referencia a que la solución pasaba por la aceptación de catalanes y no catalanes de conllevarse mutuamente, hoy es, sencillamente, imposible. El inicio de la ruptura está dado y las presiones para una ficticia gobernabilidad entre el gobierno central y el catalán forzarán, quizás, la cesión del gobierno de Sánchez a la entrega en bandeja a los pedidos de los partidos que gobernarán Cataluña. La posible y más factible conformación de gobierno catalán es obvia.

Pero los resultados de las elecciones del domingo no se traducen directamente en el hecho de que independentismo lleve a cabo su proyecto separatista, ni mucho menos. Pero es que el fondo del problema, a medio plazo, no es realmente ese. Se trata de la puesta en escena de un argumentario idóneo para su cometido y ahora, por segunda vez en menos de cinco años, amparados en la legalidad de una mayoría electoral que acude a las urnas a favor de los proyectos y discursos independentistas -cada uno con sus características- representados por una mayoría de partidos que no se enmarcan en el orden constitucional de España, como realidad y nación, esto es, Estado de derecho y soberanía nacional.

Lo cierto es que, en el análisis, cabe mencionar la gran capacidad que han tenido estos líderes y partidos independentistas para jugar con los tiempos y resistir largamente, más allá de los errores que hayan podido o no cometer los partidos de la línea constitucional. Sobre este punto podemos establecer dos conclusiones. La primera es que se repite un resultado a favor del discurso generalizado por el bloque independentista, pero con un matiz importante: la mayoría en esta ocasión le corresponde a un partido republicano de izquierda que desde 1980 no tuvo la oportunidad de presidir la Generalidad. Le tocará a Esquerra Republicana decidir la política de confrontación o diálogo con Madrid. Lo previsible es que se trate de lo primero dado que se deben a sus electores y a sus propias palabras. No podrán hacer menos.

Y, en segundo lugar, todo el trabajo desempeñado a lo largo de estos años tiene, en esencia, un resultado medible y, en este caso, favorable a la coalición independentista. Todo el espectáculo alrededor del referéndum de 2017, los políticos presos, el desorden generalizado y la victimización tienen la misión de promover un referéndum legal, aupados por Pablo Iglesias en Madrid, la teatral mesa de diálogo y la división y desorientación de los constitucionalistas derrotados en Madrid y Cataluña.

La polarización ha ayudado a profundizar el radicalismo y ese continuará siendo parte inevitable del argumentario: Cataluña contra España, independentismo frente al constitucionalismo, el referéndum del sí y el no, y el efectivo enfrentamiento del ellos contra nosotros que siempre tiene un efecto inevitable en la estabilidad democrática y en el proyecto a largo plazo de los totalitarios.

1 Comentario

  1. Vds., los Srs. de la Fundación, que tanto por razón de edad como por formación y experiencia, a buen seguro que mantienen relaciones con políticas/os de centro y centro derecha, incluyendo en esta última expresión al partido de Vox, que han gobernado, gobiernan o aspiran a hacerlo, han notado que se sientan avergonzados de su cobardía, de su comodidad, de su retórica huera, de su división y de su traición a los ciudadanos cuya ideología dicen representar?
    Mucho me temo que no, porque ni en los gobiernos de Aznar ni en los de Rajoy ha habido ministras ni ministros liberales; pero autoritarios, corporativista, estatistas………………….., a docenas;en fin, de puesto de trabajoy sueldo vitalicio, casi todos ellos. ¿Dónde está el ideario liberal entre las/los políticas/os españoles?. Para agradecerles que me permitan este pequeño deshago les haré un modesto donativo, como modesta es mi economía. Muchas gracias


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