Todos los años, la revista mainstream The Economist publica una interesante edición analizando el año que entra. Cubre temas de la actualidad de muchos rincones del mundo, desde las economías más grandes a las más pequeñas, pasando por la política y la cultura, tocando la ciencia y tecnología. Asimismo, se efectúan análisis de empresas y sectores y abordan cuestiones financieras. Este número especial se mantiene a la venta durante varios meses, por lo que puede entenderse como un gran logro empresarial.
Desde una perspectiva de negocio, la revista es un éxito, introduciéndose en los nuevos medios de comunicación y cosechando beneficios como ninguna otra editorial tradicional. Desafortunadamente, el conocimiento de mercado que tan bien domina en sus prácticas empresariales es ignorado completamente en la gran mayoría de sus escritos. La edición actual, titulada The World in 2013, no es diferente. Las palabras del financiero Nassim N. Taleb que encontramos en sus páginas no deben pasar desapercibidas.
En libros y artículos anteriores, los ataques del Sr. Taleb a la Economía Matemática han sido duros y muy atinados (1), y así es como comienza su artículo en The Economist. Por desgracia, este buen arranque rápidamente se desvanece al venir seguido de soluciones normativas que entiende que deberían imponerse en el mercado financiero y en sus participantes. No afirma de manera tajante que el Gobierno deba imponer dichas normas, pero, una vez que opta por el empleo de términos como «to oblige (obligar)», «Let’s ban (prohibamos)» o «should force (debería obligar)», la mano coercitiva del Estado se convierte en la única alternativa.
Antes de dar cuenta de sus propuestas normativas, argumenta que éstas son prácticas y sólidas, y que las está seleccionando porque son a la vez sencillas y muy eficaces. Parece que el Sr. Taleb ahí se dejó llevar por la misma Pretensión del Conocimiento (2) que afecta a los financieros matemáticos que con tanta frecuencia son el foco de sus críticas.
En su propuesta inicial, escribe: «A una empresa que sea candidata a un rescate financiero por parte del gobierno no debería permitírsele pagar a sus empleados más de lo que gana un empleado público equivalente». Está claro que esto no es algo práctico, sin complicaciones ni tampoco eficaz. ¿Quién haría la clasificación de las empresas que sean candidatas a los rescates? ¿Los Bancos Centrales? ¿Las agencias antimonopolio? ¿Cómo sería esta calificación? ¿Cómo se elegiría a los funcionarios públicos equivalentes?
En primer lugar, una solución simple, práctica, sencilla y muy eficaz sería no rescatar a nadie y a ninguna empresa. Esa es la única manera de que el dinero de los contribuyentes no sea utilizado en beneficio de burócratas y altos ejecutivos receptores de bonus, pero esa no parece ser una alternativa para el Sr. Taleb.
La expectativa de los rescates crea riesgos morales (moral hazards) que ningún conjunto de regulaciones futuras puede deshacer. No importa cuán estrictas y restrictivas sean las nuevas normas coactivas, al final, jamás serán tan eficientes como los controles naturales del mercado en una sociedad libre. Proveedores, acreedores, clientes, empleados y cualquier otra parte con intereses en la empresa realizarán sus evaluaciones de riesgo, condicionados por la ilusoria vía de escape que les ofrece la garantía de un rescate. Estructuras de incentivos que normalmente conducirían a que las partes interesadas no percibieran seguridad suficiente darán una falsa sensación de certeza que en realidad no existe.
Los empleados que buscan estabilidad laboral a largo plazo no se preocuparán por los riesgos asumidos por la empresa; al final, si la empresa quiebra, saben que siempre podrán contar con el Estado para que salve la compañía y sus puestos de trabajo. Los proveedores, al igual que los empleados, no van a tener la diligencia debida y se embarcarán con demasiada calma en arriesgados acuerdos comerciales que normalmente no establecerían. Los clientes, acreedores y cualquier otra parte involucrada en la firma también verán cómo sus elecciones se distorsionan por una visión turbia de la realidad y por las falsas garantías que surgen por la posible llegada de rescates. Por lo tanto, si los incentivos son ya terribles y desastrosos en una realidad sin listas oficiales de candidatos potenciales a ningún rescate, podemos esperar un aumento exponencial del riesgo moral habiendo una lista oficial pululando por ahí.
Le doy la razón al Sr. Taleb en que es escandaloso, ridículo y simplemente un error que los ejecutivos de las empresas que actualmente son propiedad del Estado ganen cuantiosas bonificaciones a costa de los contribuyentes norteamericanos. Pero sería aún peor ir tan lejos como pretende: tomar la decisión de crear de una lista de empresas candidatas a rescates y privarles de pagar a sus empleados de la forma que quieran.
Como resultado de dicha norma, todo se complica: el riesgo moral ya infligido al mercado por la existencia de los rescates aumenta considerablemente, se les da un enorme poder a los burócratas a cargo de las listas y se pone en jaque la libertad sin contemplaciones. En lugar de presentar una solución altamente eficaz, Nassim Nicholas Taleb propone algo muy destructivo.
La segunda de sus recomendaciones es la que más daño hace a la libertad individual. Quiere «obligar a quienes empiezan a ejercer como cargos públicos a comprometerse a no ganar nunca posteriormente en el sector privado más de una cuantía determinada; la diferencia debería ir a los contribuyentes», y dice que esto «asegurará sinceridad en el servicio público, donde los empleados están supuestamente mal pagados porque existe una recompensa emocional por servir a la sociedad». Leyendo estas líneas, uno podría tener la impresión de estar leyendo el manifiesto de un déspota. Para alguien que reconoce los límites de la econometría, no imponerse límites en su propia capacidad de decir cómo debe vivir la gente parece contradictorio.
¿No puede ver que con esa medida está básicamente dificultando que la gente abandone sus puestos de trabajo, o al menos a sus empleadores? ¿No puede ver que está yendo contra la libertad de los individuos de manera fuerte y voraz? ¿Cómo puede pensar que él tiene algún derecho a fijar un tope a los ingresos provenientes de los esfuerzos de otra persona?
Esta atroz recomendación no sólo destruye la libertad personal, sino que también es muy complicada de aplicar y resulta extremadamente ineficiente. ¿Quién estaría a cargo de vigilar e imponer esa regulación? ¿Cuánta gente tendría que estar trabajando para el gobierno en esta función? ¿Qué sectores e industrias serían vetados? ¿Qué pasa si un ex funcionario decide poner en marcha una empresa; esto sería legal? ¿Cualquier cargo público estaría sujeto a tales normas?
Con una regla práctica, sólida, sencilla y muy eficaz (según sus propias palabras), el Sr. Taleb aniquila la libertad, decide (por todos nosotros) que trabajar para el gobierno es moralmente superior a trabajar en el mercado libre, establece rígidas clases sociales y sienta las bases de un gobierno aún más grande y creciente.
Comparto las preocupaciones del Sr. Taleb con respecto a la estrecha relación entre las grandes empresas de los sectores altamente regulados y las agencias reguladoras en sí. Los ejecutivos están siempre cambiando de bando, ya sea en el sector financiero, en el sector de la salud, en el sector energético o en cualquier otro mercado que soporte una gran carga regulatoria. Esto sucede mucho: pasan de las agencias a las industrias o de las industrias a las agencias. Sí, es triste, y crea un buen número de problemas para la economía, pero el problema no es que algunos individuos jueguen de esa manera. El problema es que las agencias reguladoras existen y obligan a la gente a actuar de esa manera. Contrariamente al argumento de que esos organismos están ahí para fomentar la competencia y evitar el abuso contra los consumidores, las agencias reguladoras existen para ayudar a las grandes empresas a mantener su posición en el mercado, a luchar contra la futura competencia y a dificultar la aparición de nuevos participantes en el mercado (3).
Por lo tanto, la única solución aquí no es la propuesta por el Sr. Taleb, quien básicamente pretende hacer frente a los problemas de la regulación con más regulación, sino reducir y, en última instancia, poner fin a las agencias reguladoras.
El Sr. Taleb sigue atentando contra las libertades individuales con su tercera sugerencia. Pretende decir a los agentes cómo deben regir su negocio, y una vez más se equivoca. «Deberíamos obligar a los gestores de empresas a comerse parte de las pérdidas», es su obvia solución para poner fin en el Problema del agente-principal.
Resumiendo, su punto de vista es que los gestores que tienen su patrimonio en juego son menos propensos a emprender estrategias arriesgadas, puesto que sus beneficios y pérdidas están en sintonía con los de los inversores. Sí, esto tiene sentido a primera vista y, hasta cierto punto, esto sucede también en el mercado (los gestores tienen su capital en juego en la compañía). Aunque parezca increíble, nos encontramos con muchos más gestores de fondos de inversiones libres (industria menos regulada) que hacen de esto una parte integral de su estrategia de venta a inversores potenciales que con bancos llevándolo a cabo (industria más regulada). Una vez más, el Sr. Taleb toma el camino equivocado, no al identificar el problema, sino en su intento de imponer regulaciones ridículas que no son ni prácticas ni sencillas.
Mientras ignora las diferencias fundamentales entre inversores y gestores (4), cierra los ojos ante muchos de los posibles resultados de su perversa recomendación. Dicha imposición puede excluir la posibilidad de que alguien tenga activos y gestione patrimonio algún día o, en el mejor de los casos, hacer que sea mucho más difícil. A muchos individuos capaces simplemente se les desplazaría del mercado, sin posibilidad de trabajar en determinadas funciones, condenados a operar al margen de la ley o en campos que no se ajustan a sus capacidades. ¿Y el impacto en el número de fondos de inversión, en la calidad de los productos y en la diversidad de estrategias que existen en el mercado? ¿En algún momento se le pasó esto por la cabeza? Me pregunto cómo el Sr. Taleb se ocupará de las consecuencias no deseadas que se derivan de sus recomendaciones. ¿Más regulación?
Sin duda, el problema del agente-principal existe, pero, en lugar de intentar poner fin a éste a través de la reglamentación que propone, sería mucho más fácil tratar de entender por qué surge generalmente en grupos de empresas de sectores demasiado regulados. Tal vez sería más inteligente, menos complicado y más eficaz eliminar las regulaciones (5) que se llevan por delante aquellos controles naturales del mercado que deberían actuar para atenuar estos conflictos de intereses.
Por último, el Sr. Taleb critica con dureza el Value-at-Risk (VaR). En cuanto a sus argumentos técnicos, tengo que estar de acuerdo con lo inadecuado de esta herramienta de gestión de riesgos (6). Sin embargo, de ahí a suscribir su idea de prohibirla, hay una brecha enorme. Una vez más, dejemos que las empresas, sus directivos y sus emprendedores decidan qué métodos desean emplear en sus negocios. Si optan por adoptar una gran herramienta, el mercado libre les recompensará. Si eligen las malas (como el VaR, en nuestra compartida opinión), las fuerzas del mercado les harán fracasar y caer en el olvido.
El culpable de la utilización generalizada y sin frenos del VaR no es el mercado libre, sino las regulaciones y agencias gubernamentales que obligan a su empleo. Los Acuerdos de Basilea, los Bancos Centrales y otras agencias reguladoras exigen o hacen campaña para fomentar su uso. Deshagámonos de esas reglas draconianas, y nos desharemos de muchas herramientas malas. Deshagámonos de las regulaciones, y los incentivos perversos del riesgo moral pronto se desvanecerán. Deshagámonos de imposiciones gubernamentales, y los controles naturales del mercado serán restaurados. ¡Es así de simple!
El Sr. Taleb ha identificado correctamente algunos problemas que nos podemos encontrar ahí afuera, pero no ha podido darse cuenta de que son consecuencia de una excesiva regulación, y no deficiencias del mercado libre. Él falla al interpretar qué causó estos problemas, y yerra otra vez cuando no ve las ramificaciones de sus muy peligrosas sugerencias. Estas cuatro reglas prácticas, sólidas, sencillas y muy eficaces que, según dice, deben ser impuestas sobre todos nosotros coercitivamente no tendrían la capacidad de resolver ningún problema, pero sí tendrían el poder de hacer al gobierno más grande y más poderoso, restringir la acción humana, privar a los individuos de libertad y anular la función empresarial.
Si al menos uno de los problemas señalados por el Sr. Taleb se dejara en manos del libre mercado para que éste lo solucione, entonces 2013 será un gran año. Si alguna de sus ideas es impuesta de arriba hacia abajo, como él sugiere, entonces 2013 será un año pésimo.
Notas:
1) Sheehan, James, «Fools Put Faith in Data Alone» http://mises.org/daily/2056;
2) «The Pretense of Knowledge» es el discurso dado por F.A. Hayek en la aceptación de su Premio Nobel de Economía http://mises.org/daily/3229;
3) Sugerencia de lecturas acerca de los efectos de las regulaciones y de las agencias reguladoras: Rockwell, Llewllyn, «Regulatory-Industrial Complex» http://mises.org/daily/5930/RegulatoryIndustrial-Complex; and Armentano, Dominck, Antitrust. The Case for Repeal:http://mises.org/document/6061/;
4) Inversores son los que asumen el riesgo y la incertidumbre del proceso de producción utilizando sus ahorros para avanzar el pago de salarios a los trabajadores -gestores incluidos – por servicios que no producen resultados hasta el futuro. En cierto sentido, los inversores, cambian bienes presentes (los salarios en este caso) por bienes futuros (el producto marginal del trabajador añadido al proceso de producción. Lecturas recomendadas que ofrecen una explicación más profunda sobre el tema son: Mises, Ludwig, La Acción Humana (capítulos 21 y 22) http://mises.org/Books/humanaction.pdf; y Rothbard, Murray, Man, Economy and State (capítulos 6 y 7) http://mises.org/Books/mespm.PDF.
5) Tanto el FDIC como la posibilidad de Rescates son buenos ejemplos de intervenciones gubernamentales dañando los controles naturales del mercado;
6- El debate de 1997 entre Philippe Jorion y Nassim Taleb es un buen resumen de los argumentos del Sr. Taleb contra la VaR: www.derivativesstrategy.com/magazine/archive/1997/0497fea2.asp. Las críticas de Murray Rothbard contra la economía matemática también se pueden aplicar al VaR: http://mises.org/daily/3638.
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