Hace varias semanas el presidente Zapatero volvió a exhibir sus ideas liberticidas. Fue durante el debate sobre el estado de la nación, cuando aseguró que "mientras sigan existiendo anuncios de contactos se estará contribuyendo a la normalización de esta actividad; por ello, estos anuncios deben eliminarse. Los anuncios de publicidad de la prostitución deben eliminarse".
El presidente debería entender varias cosas. Primero, que la prostitución está normalizada hace milenios. Es una actividad que está estabilizada en la normalidad desde que el hombre es hombre. Como Zapatero parece no haberse dado cuenta de este hecho (pese a que ya no es un tierno e ingenuo infante), confunde clamorosamente causa y efecto, ya que no son los anuncios en los periódicos los que hacen que la prostitución se normalice, sino más bien al contrario: el hecho de que la prostitución esté tan normalizada y demandada hace que se tenga que anunciar ampliamente. A no ser que el presidente, con su peculiar lógica cerebral, crea que la publicidad puede sostenerse en el tiempo si no hay una demanda que lo soporte. Pero la realidad nos indica que si ese servicio no estuviese tan solicitado no existirían tantos anuncios, ya que los anunciantes no encontrarían rentables las inversiones realizadas en publicidad.
Quizás lo que se debería proponer es normalizar la prostitución en el sentido jurídico, es decir, legalizarla. Como ya expuse en otro artículo, si el intercambio (practicar sexo a cambio de dinero) no viola los derechos de nadie, ¿con qué derecho alguien puede inmiscuirse y prohibir un acuerdo voluntario y libre entre dos personas? Y más, sabiendo las consecuencias que se derivan de su ilegalidad.
El mismo razonamiento utilizaría para la publicidad en los diarios: si una persona quiere anunciar un servicio para llegar a un posible acuerdo con otra persona, ¿por qué impedirlo? O mejor dicho, ¿qué derecho tenemos a prohibirlo?
Ciertamente, a nadie se le obliga a punta de pistola a comprar un periódico y a tener que leerse los anuncios de prostitución. Si alguien considera que la prostitución es moralmente reprobable (está en su total derecho y probablemente yo me encuentre entre ellos), la solución no pasa por restringir la libertad de la sociedad, sino en no comprar ese periódico o simplemente pasar rápidamente esas páginas, tan rápido al menos como hace Zapatero con las de la sección de Economía.
Lo que sí es totalmente lícito éticamente hablando es, además de no comprar el periódico, promover y participar en una campaña de publicidad para concienciar a la gente de que la prostitución y/o los anuncios son perjudiciales para la persona y para la sociedad. O incluso promover un boicot público (pacífico, se entiende) al periódico instando a la gente a no comprarlo debido a sus anuncios de prostitución.
Claro que ya saltarán algunos con lo que se suele sacar a relucir siempre que se quiere prohibir algo o restringir la libertad individual de alguna manera: los niños. "¡Y qué será de los niños!"; "¡Qué pasa si los niños ven esos anuncios de prostitución!"; "¡Irán a un prostíbulo, se aficionarán a la prostitución y serán puteros toda su vida!"; "¡Horror!"
La respuesta a esta reacción histérica, hipócrita, inmadura y cateta es simple: educación. Educación por parte de los padres, evidentemente. Que para eso están, y no para dejar que otros los eduquen por ellos.
Los padres deberían explicar a sus hijos lo que es la prostitución, en vez de ocultar su existencia, cosa que por otra parte no podrán hacer por mucho tiempo: deberían comentarles cuáles son los motivos que llevan a una persona a practicarla; deberían hablarles acerca de la diferencia entre prostitución y trata de blancas; deberían razonarles los motivos por los cuales no sería bueno que ellos la practicasen (si es que así se lo dicta su moral); y deberían enseñarles que la prostitución puede ser moralmente mala y no conveniente para la persona, pero que aún así no es correcto prohibirla por ley, ya que hay que respetar el derecho de los que deciden practicarla libremente.
Es decir, los padres no deberían esconder la realidad, sino explicarla y razonarla. Eso es educar en la libertad, en la tolerancia y en la responsabilidad, todo ello sin renunciar a su moral.
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