Durante las dos últimas semanas, los ciudadanos españoles hemos asistido a un espectáculo vergonzoso. La situación económica se agravaba a pasos agigantados; la prima de riesgo escalaba hasta más arriba de los míticos 400 enteros; la subasta de la deuda soberana se zanjaba a un precio un 12% mayor a la del mes pasado… y nuestros políticos correteando de un sitio a otro haciendo que hacen algo pero sin capacidad para mover un dedo, por diversas razones.
Decía Frank H. Knight en su trabajo Riesgo, Incertidumbre y Beneficio (1921) que la función del empresario consiste en asumir el riesgo que no se puede compensar, que no se puede asegurar. En su obra distingue entre "riesgo" (que es aleatorio con probabilidades conocidas) e "incertidumbre" (que es un fenómeno aleatorio con probabilidades desconocidas) y destaca sobresalientemente el papel del empresario en la economía. Cuando la empresa era pequeña esa incertidumbre estaba asociada al hecho de apostar tu dinero en una empresa que no sabes si va a ser una ruina o no. Pero cuando la empresa crece y se vuelve más compleja, aparece la figura del gestor, que será el que tome efectivamente las decisiones empresariales. ¿Ha cambiado de hombros la carga del riesgo-incertidumbre? No, dice Knight. El riesgo ha evolucionado, pero siempre recae en quien se juega el dinero. Ahora la incertidumbre se proyecta en la elección de ese gestor que debe llevar a buen puerto la empresa. Pero Knight deja claro que siempre se trata de tomas de decisión respecto a los medios, nunca respecto a los fines empresariales, porque los fines están determinados por el soberano: el consumidor.
Esta teoría del empresario me hace pensar la parte de responsabilidad que tenemos en la situación económica actual. Hay muchas diferencias entre la política y la empresa. En política, los ciudadanos somos los que ponemos el dinero y los consumidores a un tiempo. Es decir, establecemos los fines y contratamos al gestor que debe poner los medios para alcanzarlos.
En los últimos tres meses se ha duplicado la cantidad extra que pagamos debido a que nuestra deuda es riesgosa. Ha pasado de 200 a 400 puntos enteros. Y nadie paga las consecuencias. Los malos gestores no son solamente los ministros de economía de esta legislatura, que verdaderamente parecen empeñados en hundirnos. Sino también de aquellos políticos que pudiendo, no hicieron la reforma laboral ni arreglaron las cuentas de las autonomías, o el sistema de pensiones. Todos ellos. Y los políticos de todas las comunidades autónomas que han inflado con operaciones por debajo de la mesa la burbuja inmobiliaria. Y esos gestores de comunidades autónomas y de municipios que gastan más de lo que se puede y fuerzan la deuda en vez de ajustar el presupuesto, como cualquier ama de casa sensata haría.
Tenemos responsabilidad en cuanto a los fines que mueven a nuestros políticos porque hemos favorecido a los que nos aseguran el corto plazo pero no se fijan el largo plazo. Y eso significa que hemos preferido subvenciones a tutiplén a costa de endeudarnos. Hemos preferido los excesos de hoy sin pensar en mañana, y hemos elegido al que prometía el cielo aquí y ahora, aun sabiendo que eran cantos de sirenas.
Los fines no deben estar en manos de nuestros políticos. Su fin debe ser nuestra libertad. En el momento en que el gobierno nos adoctrina a nosotros y a nuestros hijos, nos dice qué comer, trata de manejar nuestras costumbres sexuales, y se mete en terrenos que no son suyos… y nosotros lo consentimos. ¿De qué nos extrañamos?
Obviamente el castillo de naipes de la economía se ha caído al primer golpe de viento (que ya nos advirtió el presidente lo poderoso que es) y lo que suceda ya no depende tanto de lo que hagan nuestros políticos, porque ya nadie se cree sus reformas. Dependemos de la confianza que inspiramos en el mercado, de lo que hagan los demás, de lo que pase en nuestro entorno. Esa es la impresión que se tiene.
Lo aterrador es que no hay muchas esperanzas de que la posible alternativa vaya mucho más allá. Tal vez tome las medidas necesarias para salir del hoyo, consiga que recobremos la confianza de nuestros vecinos, pero ¿hasta cuándo? ¿Hasta que se aseguren la poltrona? ¿Y luego? Pues eso: a seguir cebando al monstruo como ya hicieron cuando tuvieron ocasión. Llevaron a cabo mejoras económicas, sí, pero no tuvieron el coraje de emprender las reformas que habrían impedido que esta crisis nos perjudicara tanto: el mercado de trabajo, la reforma de las pensiones, la ordenación territorial, la independencia judicial, la ley electoral.
Tal vez este trago tan amargo nos haga mirarnos al espejo y entonar, en la medida que nos toque a cada cual, el mea culpa.
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