La narrativa, comúnmente aceptada en Europa sobre la guerra en Ucrania, es que existe un paralelismo histórico evidente entre los acontecimientos políticos de los años anteriores al estallido de la Segunda Guerra Mundial y la agresión militar rusa contra Ucrania. Según esta narrativa, los movimientos de la Alemania nazi, bendecidos por la política de apaciguamiento de Occidente, para apoderarse de Austria y de los territorios de Checoslovaquia, predominantemente poblados por alemanes, solo sirvieron para alimentar los agresivos planes de Hitler para la conquista del mundo.
Desde esta perspectiva, cualquier política exterior de apaciguamiento frente a un gobernante autoritario se considera un error fundamental. Especialmente cuando el agresor alega que está protegiendo a la minoría étnica de un estado vecino. El compromiso está así prohibido y solo se permite la victoria absoluta sobre una reencarnación del malvado dictador que pretende revisar las fronteras.
Tú Chamberlain, yo Churchill
Esta postura se ha convertido en un absoluto moral, un absoluto que se ve reforzado por su conexión indirecta con el holocausto. Cualquiera que piense de un modo diferente quedará anulado. Esta anulación se ve reforzada por el hecho de que los políticos marginados, como Trump y Orbán, son vistos como las reencarnaciones actuales de Chamberlain, marionetas de Putin, mientras que su némesis asume el papel de Churchill. En este sentido, no niego que la «posición churchilliana» tenga y haya tenido méritos, ni que existan paralelismos válidos. Sin embargo, sostengo que la realidad del estallido de la guerra en Ucrania guarda un gran parecido con los acontecimientos que condujeron a la Primera Guerra Mundial.
En aquella ocasión, la chispa fue el asesinato del príncipe heredero de la monarquía austrohúngara en Sarajevo, la capital de Bosnia, en el verano de 1914. Un complejo y aparentemente insoluble conjunto de problemas condujo al asesinato en sí y desencadenó una serie de acontecimientos en los que no se llegó a ningún compromiso, ya que cada participante en el conflicto estaba impulsado por una mezcla de miedo, ambición imperial y nacionalismo.
Hacia los cañones de agosto
La monarquía austrohúngara temía el ascenso de Serbia y Rusia y, por prevención, ocupó Bosnia en 1878, a pesar de que no tenía ni reivindicación nacional ni histórica legítima sobre este territorio multiétnico, poblado en parte por serbios. Los serbios estaban impulsados por su afán de unir y reunificar a los serbios y a toda la nación sureslava bajo dominio serbio cuya búsqueda amenazaba la existencia de Austria-Hungría, con su numerosa población sureslava. Serbia, por su parte, contaba con el apoyo de Rusia, que pretendía controlar los Dardanelos y la Península balcánica poblada, en su mayoría, por eslavos ortodoxos. Además, el paneslavismo ruso amenazaba la existencia de Austria-Hungría con su numerosa población eslava.
Austria-Hungría contaba con el apoyo de Alemania, que temía la rápida aceleración del desarrollo industrial ruso y la pinza potencialmente mortal de la recién creada alianza ruso-francesa. Al mismo tiempo, las élites políticas y empresariales alemanas albergaban diversas ambiciones imperiales a costa de sus rivales.
A su vez, ni Francia ni Inglaterra podían permitirse la derrota de Rusia, ya que inclinaría la balanza de poder en Europa hacia Alemania y significaría una amenaza directa para sus propios vastos imperios.
Así, no es de extrañar que los historiadores sigan discutiendo hasta hoy sobre la proporción de la responsabilidad de las grandes potencias ante el estallido de la guerra, mientras que no se discute quién disparó los primeros tiros.
El fin de la belle epoque
La terrible guerra fue la gran catástrofe del viejo mundo. Puso fin al periodo de la belle epoque de Europa, caracterizada por el aumento de la riqueza, la democratización y una larga paz. Uno de los legados de esta guerra fue la insoportable tensión surgida a raíz de los tratados de paz unilaterales dictados por los vencedores que dieron lugar a un sentimiento generalizado de injusticia entre los perdedores. La guerra fue la causa directa del ascenso del comunismo y el fascismo y, en consecuencia, de la aún más terrible Segunda Guerra Mundial.
El actual conflicto sobre Ucrania es, probablemente también, una de las últimas consecuencias de estas dos guerras mundiales interconectadas, de su violento legado y de los acuerdos de paz entre los vencedores que, una vez más, volvieron a trazar las fronteras internacionales sin tener en cuenta las tradiciones culturales y la composición étnica de su población ni sus deseos.
Causas inmediatas y causas mediatas
En el caso de la guerra en Ucrania, al igual que en 1914, no hay duda sobre quién disparó el primer tiro. Ucrania fue atacada por Rusia. Y punto. Sin embargo, las causas subyacentes son complejas, al igual que en 1914. En el antiguo territorio de un imperio soviético fallido surgió un peligroso campo de minas tras la formación de nuevos estados intensamente nacionalistas con cuestiones de nacionalidad sin resolver. Una parte de la población de Ucrania es rusa o tiene simpatías rusas, mientras que la otra parte es fervientemente ucraniana y alberga fuertes sentimientos antirrusos que se vieron reforzados por los horribles crímenes del régimen estalinista. Al igual que en el periodo previo a la Primera Guerra Mundial, Ucrania, dividida internamente, también se convirtió en un punto de ignición entre las ambiciones de las grandes potencias.
Rusia pretendía mantener a Ucrania en su órbita y apoyaba las reivindicaciones de aquella parte de la población ucraniana concentrada, sobre todo, en las regiones orientales de Ucrania que albergaba simpatías rusas. Las potencias occidentales prestaron su apoyo a los ucranianos que buscaban la inclusión de su país en la OTAN y la UE, lo que también significaba el total alejamiento de la influencia rusa.
Lucha sin renuncias
Otra complicación es que la guerra ucraniana también está vinculada a las luchas entre Estados Unidos y China, ya que Rusia volvió sus ojos hacia Oriente a medida que se distanciaba de Occidente. En este sentido, al igual que en el período previo a la Primera Guerra Mundial, existe un conflicto más amplio de fondo entre Estados Unidos y China.
La guerra continúa … La situación es trágica. Trágica la pérdida de vidas y la destrucción material. El gran desafío, sin embargo, llegará cuando las líneas defensivas sean traspasadas por uno u otro bando. En ese caso puede darse incluso el peor de los escenarios, dada la determinación y el profundo compromiso emocional de los beligerantes con sus propios objetivos bélicos. Lo que está en juego es si puede evitarse otro enfrentamiento militar de la magnitud de una guerra mundial entre las grandes potencias con armamento nuclear.
En la actualidad, ambos bandos mantienen sus objetivos bélicos máximos y, por tanto, no existe ninguna posibilidad de compromiso entre ellos. Para poner fin a esta horrenda sangría, cada una de las partes beligerantes debe realizar el duro trabajo interno de examinar su propia posición y buscar una solución que no solo satisfaga sus propias necesidades mínimas, sino que también represente un arreglo aceptable para la otra parte. A largo plazo, solo un compromiso aceptado como legítimo de alguna forma por ambas partes conducirá a una paz real.
Comercio y paz
Una de las condiciones de la paz real, en mi opinión, es la reconstrucción de las conexiones comerciales normales en el mundo. En los albores de la civilización industrial moderna, Adam Smith y otros pensadores pro-mercado esperaban que el libre comercio condujera a la paz universal, ya que el libre comercio haría innecesarias las guerras por la propiedad exclusiva de los recursos. De hecho, en el propio continente europeo, las grandes potencias europeas mantuvieron durante el siglo XIX una política de libre comercio casi perfecta que provocó, o al menos coincidió, con un periodo inusualmente pacífico en la historia del continente.
No es de extrañar que el ruso Ivan Bloch, y el inglés Norman Angell, justo antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, sostuvieran que el daño de una guerra sería tan grande que ningún político en su sano juicio se arriesgaría a ella. Ambos afirmaban que la guerra era una acción suicida, ya que la economía europea se había interconectado y la prosperidad de las naciones se basaba en un comercio libre casi sin fricciones entre sí.
Ludwig von Mises y Richard Overy
Tenemos que decir, en retrospectiva, que las mismas potencias europeas incumplieron esta idea smithiana del libre comercio al perseguir un implacable sueño colonizador y construir imperios coloniales cerrados. Sin duda, los planes de expansión imperial contrapuestos fueron una de las causas de las dos guerras mundiales entre las grandes potencias. Ludwig von Mises, en su libro El Gobierno Omnipotente, sostenía que una de las razones más importantes del estallido de las guerras mundiales fue el cambio de política económica en los años setenta para restringir el libre comercio e introducir aranceles industriales y económicos. A falta de libre comercio, Alemania, industrialmente avanzada pero escasa de materias primas, optó por lanzar guerras de agresión.
Richard Overy, en su libro Blood and Ruins,The Last Imperial War, llegó a una conclusión similar, identificando la Segunda Guerra Mundial como la última gran guerra imperial por el dominio de las colonias. Overy argumentó que las políticas arancelarias defensivas de las antiguas potencias coloniales forzaron el impulso colonial de los nuevos estados industriales emergentes, ya que Alemania, Italia y Japón llegaron a la conclusión de que sólo construyendo un imperio podrían asegurar su supervivencia nacional.
Si el comercio es realmente libre, no utilizará ni la fuerza ni la coerción, ni se basará en la construcción de imperios. Pero si el comercio, relativamente libre, se combina con la construcción de imperios y la coerción, surgirá el miedo y un sentimiento de injusticia y crecerá un fuerte impulso para extender la influencia más allá de las fronteras propias. Así pues, parece claro que el principio del libre comercio no es suficiente para alcanzar la paz. Se impone la necesidad de buscar una política de paz.
Friedrich von Wieser
Por lo tanto, es muy importante preguntar a cada gobierno no solo si cumple el requisito de mantener el libre comercio entre países, sino si está dispuesto a renunciar a las ambiciones imperiales y a la construcción de una esfera de influencias que lo beneficie.
Friedrich von Wieser, uno de los alumnos más importantes de Carl Menger, se dio cuenta de la importancia de la política en 1924, tras el final de la Primera Guerra Mundial. Wieser era miembro del gabinete de guerra austriaco, por lo que tenía experiencia de primera mano sobre el poder y las ambiciones. En su libro La ley del poder, sostenía que las consideraciones políticas prevalecían sobre las económicas y establece que la cuestión más importante para los políticos es el poder y su inmensa capacidad de manipulación. Por este motivo es fundamental plantear qué límites se deben poner al poder político. Para llegar a una situación de paz, más allá de abogar por un comercio lo menos friccionado posible entre naciones, tenemos que observar cuáles son las lecciones políticas de las horribles experiencias de las guerras europeas modernas.
El poder destructor de una guerra
En primer lugar, debe quedar claro que la guerra es la peor solución para los conflictos interestatales y los choques de poder. Las guerras modernas, libradas por ejércitos masivos con una potencia de fuego devastadora son tan destructivas para todos los beligerantes que hay que aprovechar cualquier oportunidad para evitar la guerra.
La disuasión es importante para defenderse de una posible agresión. Pero la disuasión solo debe utilizarse como medio de defensa y hay que tener el mayor cuidado posible para garantizar que otro país no se sienta amenazado por una potencia competidora. Una sensación de amenaza por parte de un vecino o de una ideología intolerable cercana puede provocar una histeria política que desemboque en una guerra. Lo mejor es que cada parte siga una política de moderación, tenga en cuenta los intereses de la otra y evite la histeria política, el odio personal o la ideología dogmática para no caer en el círculo vicioso del alarmismo y el miedo real.
Autonomía cultural y territorial en un Estado multicultural
Es especialmente importante abordar la cuestión de las aspiraciones nacionales contrapuestas dentro de un Estado. Ludwig von Mises concluyó, a partir de las lecciones de la desintegración de la monarquía austrohúngara, que la solución al problema de los nacionalismos en conflicto reside en la garantía de la autonomía cultural y territorial en el marco de un estado multinacional. En última instancia, un referéndum en un territorio determinado también es concebible si no hay otra forma de evitar la guerra civil.
Pero, incluso con los referendos hay que proceder con la máxima cautela y moderación. Eso es porque sabemos que la disolución de un marco estatal puede ser un caldo de cultivo para nuevos conflictos internos, ya que es muy probable que los nuevos estados que se creen en el lugar del estado multiétnico en disolución estén compuestos, a su vez, de conjunto de nacionalidades, y es probable que surjan inextricables antagonismos nacionales.
Ninguna solución de poder puede sustituir el papel de la cooperación pacífica, la buena voluntad y la búsqueda de compromisos. Las élites políticas tienen la enorme responsabilidad de no manipular los sentimientos nacionales de la comunidad real o imaginaria en cuyo nombre actúan con fines políticos, sino de aplicar políticas moderadas y equilibradas. Podemos añadir que, salvo el engrandecimiento personal, el beneficio global se maximiza con una economía pacífica a favor del libre comercio y no con la especulación bélica.
Nuestra conclusión es que la mejor garantía de paz pasa por procurar el establecimiento de un comercio lo más libre posible y una política de moderación que incluya la renuncia a sueños imperiales y que se base en el ejercicio de la tolerancia y el compromiso.
Ver también
La interdependencia y el libre mercado, ¿amortiguan los conflictos internacionales? (George Youkhadar).
Fricciones europeas por la guerra de Ucrania. (José Antonio Díaz).
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