Las grandes matanzas del s. XX fueron cometidas por el Estado contra su población: Stalin, Hitler o Mao son sólo unos ejemplos.
En esta sexta entrega de la serie dedicada a la teoría del Estado del profesor Miguel Anxo Bastos abordaremos el ámbito internacional. En la política exterior opera la anarquía. No hay un monopolista supremo de la violencia por encima de los Estados. Los Estados, que son unidades soberanas, funcionan entre ellos de forma anárquica (pactan, acuerdan, cooperan, etc.). De hecho, gracias a esa anarquía, no es habitual que tengan lugar guerras entre Estados (las grandes matanzas del s. XX fueron cometidas por el Estado contra su población: Stalin a los campesinos rusos y ucranianos, Hitler a los judíos alemanes o Mao a los agricultores chinos, por citar solo unos ejemplos).
En la esfera internacional, para que un ente sea considerado Estado, debe ser reconocido por los demás. Los Estados se relacionan entre ellos. Este punto es importante porque es en el ámbito internacional donde los Estados aparecen como realidades homogéneas, donde se personalizan: el Estado como actor unitario dotado de un interés único y coherente que actúa de manera organizada (se ve en la firma de tratados internacionales o en el caso de una guerra: Francia invade España, pero en realidad es un grupo de miles de personas organizadas, el ejército, el que invade el otro país; el deporte por selecciones es también una manera de que el Estado se proyecte internacionalmente —en un contexto de mercado las competiciones serían únicamente de clubes—).
En definitiva, las relaciones internacionales le proporcionan a los Estados un gran escaparate para que puedan manifestarse. Y uno de los elementos de estudio de las relaciones internacionales es la guerra. La guerra es un conflicto armado donde interviene un Estado, el escenario donde el Estado explicita todo su poder. Randolph Bourne estableció que la guerra es la salud del Estado. La guerra es una excusa perfecta para justificar subidas de impuestos, restricciones a la libertad, reclutamientos forzosos… esto es, el Estado revelado en su plenitud. Y si no ha lugar a una guerra stricto sensu, el Estado promueve permanentemente una retórica bélica: guerra contra la pobreza, guerra contra las drogas, guerra contra la obesidad (se trata de movilizar a las personas contra un enemigo concreto decidido por el mismo Estado).
Además de en la guerra, el Estado se ve en la idea de imperio: como ya tuvimos ocasión de señalar, la retórica oficial apunta que cuanto más grande sea el Estado, mejor. Pero el engrandecimiento del Estado solo beneficia a las castas dirigentes, nunca al conjunto de la población.
Las relaciones internacionales también se transmiten al ámbito comercial. Los Estados no son partidarios de que haya un mercado libre, sino que prefieren moverse en mercados regulados. Un comercio que sea siempre entre Estados. Se trata de crear organizaciones internacionales controladas por los Estados, como el FMI, el Banco Mundial y la OMC, todas ellas contrarias al libre comercio y partidarias de la regulación. Así, únicamente las clases gobernantes y sus lobbies adyacentes salen beneficiados de ese conglomerado tan paradigmático del llamado neoliberalismo.
En relación a los movimientos internacionales de personas, conviene recordar que antes de la Primera Guerra Mundial existía una libertad de circulación total, no se exigían pasaportes. Pero con posterioridad a ese acontecimiento, los Estados fueron blindando sus fronteras. Además, los Estados caen en la incoherencia de permitir que unos extranjeros sí puedan entrar y otros no, provocando las tragedias migratorias por todos conocidas
El flujo internacional de capitales también está regulado (controles cambiarios, nacionalismo monetario, etc.). En ese sentido, al poder político le interesa que exista a nivel mundial una moneda como el dólar, que cuenta con el privilegio de señoreaje (puede exportar inflación: compra bienes a cambio de papel, un papel que no regresa a EEUU sino que va de un lugar a otro del mundo; así, EEUU genera una inflación, que se reparte por el resto del mundo, sin que los costes recaigan sobre el propio país). De esta manera, a efectos de libre mercado, estamos en muchos aspectos peor que en el s. XIX, cuando sí existía una moneda sana por todo el orbe como era el oro. Hay que incidir en que la globalización está controlada por los Estados, que siguen siendo los amos del comercio y que únicamente por puro pragmatismo permiten ciertas esferas librecambistas, que en cualquier momento pueden ser restringirlas.
En última instancia, la justificación del Estado es la defensa. Pero Jeffrey Hummel señala que todo se reduce a una cuestión ideológica. Somos herederos de unas ideas y doctrinas de filósofos y creadores de opinión que han venido moldeando nuestras mentes desde hace siglos. Y esas concepciones tan asentadas son muy difíciles de cambiar. La idea de que es necesario un Estado que monopolice la violencia es uno de esos mantras. Pero esto no tendría por qué ser necesariamente así. Realmente, ¿de qué nos defendemos? Supuestamente el Estado nos defiende de nosotros mismos (drogas, obesidad, etc) y de otros Estados u organizaciones. En cualquier caso es el Estado el que define la defensa, el que determina qué ámbitos de defensa le corresponden a él y cuáles a los individuos. Y como por alguna extraña razón las ideas mercantilistas calaron en el mundo (cuanto mejor le va a uno peor le va a otro, lo que gano yo es porque lo pierdes tú), se generó el caldo de cultivo idóneo para justificar defenderse de los demás, cuando la realidad económica indica lo contrario: a un Estado determinado le debería interesar que los demás Estados sean cada vez más ricos para que así puedan comprarle sus productos, lo que a la fuerza derivaría en un escenario de paz y estabilidad deseado por todos y haría innecesaria la idea de defensa nacional tal y como la entendemos en la actualidad.
Una réplica que se suele plantear a la defensa exterior privada es que las agencias de seguridad acabarían convertidas en un sucedáneo de Estado. Pero esta suposición pasa por alto que ya conocemos un mundo organizado en Estados. Esa experiencia probablemente impediría que las ideas legitimadoras de poderes monopolísticos de la violencia volvieran a triunfar. Estamos hablando de poblaciones muy distintas, por su nivel de información y capacidad de comunicación, a las analfabetas y estáticas de los tiempos en los que surgieron los Estados. Además, esa banda armada carecería de un territorio definido y cerrado (sin Estados compactos la gente podría moverse) sobre el que poder asentarse. Otro error es pensar que los mercenarios inevitablemente acaban tomando el poder, pero eso no ha ocurrido en la historia, como demostró Hans Morgenthau. En cualquier caso, las mafias, las maras y las guerrillas ya están operando dentro de marcos estatales (es precisamente el Estado, con sus regulaciones, el que fomenta la aparición de estos movimientos armados; y, puestos a alarmarse, no hay más que comparar la desproporcionada diferencia entre las muertes provocadas por la violencia privada y por la violencia estatal —en buena medida contra su propia población—, en el s. XX).
3 Comentarios
Muy buen articulo José
Muy buen articulo José Augusto. Imperdible hasta el último párrafo. Solo permíteme comentar uno de ellos (el primero).
Efectivamente, en las relaciones internacionales reina la anarquía. La «soberanía» que el estado ejerce dentro del artificio político llamado fronteras, mediante su » privi-leggio» real del monopolio de la violencia, no puede exportarla a países vecinos. Su condición congénita de colonizador y eterno adicto al vasallaje, solo podría manifestarse mediante la fuerza coactiva de sus ejércitos, pero aquí se encuentra que la posible victima también tiene sus propios ejércitos- ¿Cuál es entonces el contrato rousseauniano que por lógica extensión debería mantener la ideal convivencia entre estados? Ninguno. Y observemos que hoy la mayoría de los estados serian “legítimos” estados democráticos, hasta la Republica Democrática de Corea del Norte. Asi como el sofisma del contrato, que legitima la opresión de los gobiernos en nombre de la falsa soberanía de las mayorías, no rige las relaciones internacionales, también las convenciones internacionales de derecho serian para Israel una entelequia, si Irán continua con su programa nuclear . ¿Prevalece entonces la anarquía en la relación entre estados? Sí, porque estos valoran su libertad. Los gobiernos saben que la última ratio en la defensa de sus intereses es la violencia. Cuando esta es aplicada extramuros por un gobierno, lo hace mediante su propia fuerza militar privada. El estado, como parte, no delega su defensa en una lenta, burocrática e ineficiente tercera entidad de defensa supranacional. Si los estados recurren a su seguridad privada (ejércitos) en la defensa de sus difusos intereses soberanos, que no suelen responder a los de la mayoría, ¿porque los gobiernos le impiden a sus mandantes (ciudadanos) la defensa privada de sus legítimos derechos?
La casta termina reafirmando las “utópicas” ideas rothbardianas que tanto estigmatiza.
Saludos
Gracias por el excelente
Gracias por el excelente comentario, César. Lo conservaré en la carpeta de buenos argumentos.
Gracias Berdonio .
Gracias Berdonio .