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La “teoría” monetaria moderna: ¿Para llorar, o para reír?

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Por alguna razón cuyo causante tengo plenamente identificado, estoy leyendo un ensayo que responde al sugerente nombre de “El mito del déficit”. Con este título apela a mi corazoncito, ya que el único libro de que servidor es autor también trata de desmontar de mitos, aunque en mi caso el título sea más largo a la vez que más preciso: “Mitos sobre la regulación para la competencia”.

Aprovechada la disculpa para la autopromoción, añado que el citado ensayo es de una tal Stephanie Kelton, y que lo construye sobre una cosa que llama “teoría monetaria moderna” (sus siglas en inglés molan más, así que usaré MMT para referirme a ella). Ummm. Una teoría económica, me dije, qué interesante, a ver qué trata de explicar y si mejora las explicaciones estado-del-arte de algún fenómeno económico. La cosa prometía, porque Kelton se harta de citar prebostes de la tal teoría, y presume que es sólida científicamente y está contrastada empíricamente. Por si fuera poco, la autora nos confiesa que el descubrimiento de la MMT le supuso una revelación y le cambió completamente la forma en que ve el mundo, visión que se llevó ni más ni menos que al Congreso de los EEUU cuando la nombró para algún carguito el senador (demócrata) Bernie Sanders.

¿Cuál podía ser esa epifanía que quiere ahora compartir con el resto del mundo la amiga Kelton? Lo explica como para niños en Barrio Sésamo, cuando nos decía el monstruo de las galletas lo de “esto es arriba y esto es abajo”. Kelton nos revela que, al respecto del dinero, hay usuarios y hay emisores. ¿Qué es una familia, una empresa, un ayuntamiento? Usuario del dinero. ¿Qué es el estado federal (en los EEUU)? Emisor del dinero. Repetimos: una familia, usuario; el gobierno federal, emisor. “Muy  bien, muy bien”, nos diría el monstruo de las galletas.

Y como no es lo mismo ser emisor que ser usuario, no se pueden aplicar las mismas reglas económicas a unos y otros. Esta es la revelación de la señora Kelton, como suena. Así, el Gobierno (siempre que tenga soberanía monetaria) puede hacer básicamente lo que le dé la gana con la emisión de dinero. ¿Deuda pública? Emito dinero o, mejor, borro la anotación del libro de cuentas, y ya no hay deuda pública. ¿Déficit público? Lo mismo. ¿Seguridad Social en quiebra? Imposible, si soy el emisor del dinero, emito lo que haga falta y cuadro las cuentas.

Esta es la “teoría” monetaria moderna. Se me olvidaba que sus defensores creen que hay un límite, el marcado por el comportamiento de la inflación. Afortunadamente, como la inflación ocurrirá después, ya arreará con ella el siguiente presidente electo. O sea, que no hay límites para la emisión de dinero, y solo hay que concentrarse en dónde gastarlo para mejorar la vida de la sociedad.

Ante propuestas como ésta, caben básicamente dos opciones, ninguna de las cuales consiste en tomársela en serio. Uno se puede echar a llorar, o se puede optar por la vía jocosa y reír. Como de momento el país en que vivo carece de soberanía monetaria y el BCE aún no parece creerse del todo la MMT, no me echaré a llorar. Os propongo la otra opción, que es echar unas risas a costa de este esperpento.

Para ello nos podemos centrar en su propuesta estrella: la garantía federal de empleo. Dado que el desempleo es el principal problema de la ciudadanía, lo que nos propone Kelton es que usemos las vidas infinitas, en forma de dinero, que le concede la MMT al Gobierno para hacer una especie de oferta de trabajo por defecto, a la que quien quiera pueda acogerse.

¿Para hacer qué? Uy, básicamente para lo que queramos hacer, para realizarnos como personas y dar servicios comunitarios, eso sí, siempre que el curro nos mole. Es innegable que la propuesta tiene un gran atractivo. El Gobierno me pagará y yo haré un servicio social comunitario, no sé, paseos por las montañas, tocar el violín o, incluso mejor, escribir artículos en el Instituto Juan de Mariana. Imaginad, por un momento, que el Estado nos paga por escribir estos artículos.

Espera, una idea aún mejor: ¿y por qué no por jugar a videojuegos? Lo digo porque así podemos completar la renta que otros iluminados[1] atribuyen al valor de los datos que generamos al estar navegando por Internet. Entre el puesto de trabajo garantizado y lo que me paguen por los datillos que se generan mientras juego, peazo vidorra me aguarda.

La idea es tan buena, tan buena, que es fácil anticipar que cada vez un mayor número de personas se acogerá a esta oferta garantizada. ¿Por qué madrugar para abrir la tienda o el bar, si me puedo quedar en la cama y comenzar mis servicios a la comunidad a mediodía? Y si no me motiva demasiado el nuevo trabajo (lo del violín era más difícil de lo que pensaba), pues mañana empiezo con otra afición, digo, trabajo.

Luego está el tema del rendimiento. Si alguien se queja de que mis resultados no son aceptables, mando a la mierda ese trabajo y que el gobierno me dé otro. Digo yo que a la tercera o la cuarta oportunidad acertaré.  Si no siempre queda la posibilidad de convencer a alguien de que lo mejor para la comunidad es que me quede en la piscina sin hacer nada. Algo que, por cierto, aplicaría a la mayor parte de los políticos españoles: está comprobado empíricamente que mejor que no hagan nada.

En todo caso, ya tenemos nuestra corriente fresquita de dinero en el bolsillo, de esos dólares que puede emitir ad infinitum el gobierno federal estadounidense, o cualquier otro con soberanía monetaria. ¿Qué podríamos hacer con ellos? Hombre, pues más bien poca cosa. Al principio, mientras haya obcecados no conscientes de las bondades del modelo, encontraremos tiendas, cines, y otros negocios abiertos, en los que gastar el dinerillo, y así poder comer y satisfacer las necesidades más o menos espirituales que nos asalten.

Pero poco a poco, conforme el número de iluminados se incremente, todas esas cosas, que quieras que no suponen un esfuerzo y sacrificio, cesarán de estar disponibles y vaya usted a saber en qué podremos gastar los dólares. Bueno, yo a alguno que toque el violín razonablemente bien sí que le pagaría un dinerillo, pero no voy a pagar a nadie por verle jugar a un videojuego, o por sus datos.

No hay problema, nos dicen Kelton y sus acólitos. El resto del mundo sí quiere dólares, así que podremos comprar las cosas necesarias a los japoneses, los chinos, los indios…Claro está, mientras sus gobiernos no conozcan las delicias de la MMT: al mirar el paraíso terrenal en que se habrán convertido los EEUU, pugnarán por recuperar su soberanía monetaria (si la perdieron) e implantar programas de trabajo garantizado.

Por suerte, algunos países más recalcitrantes seguirán según las antiguas reglas, al menos durante un tiempo, esperemos, y cogerán nuestros dólares a cambio de comida y recursos similares que el ser humano tradicional necesita. Y el marrón se lo pasaremos a ellos: ¿qué harán con sus dólares? Estamos como hace dos párrafos. Salvo que la próxima vez estos países ya no cogerán el dólar, y vaya usted a saber qué comeremos, y se habrán acabado la soberanía monetaria, el dólar y posiblemente los Estados Unidos de América.

Esta es la dura realidad, frente a las ensoñaciones ignorantes y cínicas de estos pseudoteóricos a los que solo cabe tomarse a cachondeo. Y como este artículo no ha pretendido más (ni menos) que ser un gag cómico, lo suyo es terminarlo con lo que los ingleses llaman una “punch line”. Aquí la tenemos servida del puño y letra de la mismísima Kelton: el caso de éxito más relevante de este tipo de programas es el “Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados” implantado en esa máquina de generar riqueza que es Argentina.

No me digan que no es bueno el chiste.


[1] Por ejemplo, Arrieta Ibarra, Imanol and Goff, Leonard and Jiménez Hernández, Diego and Lanier, Jaron and Weyl, E. Glen, Should We Treat Data as Labor? Moving Beyond ‘Free’ (December 27, 2017). American Economic Association Papers & Proceedings, Vol. 1, No. 1, Forthcoming. Pero, por favor, no perdais el tiempo leyéndolo.

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