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La utilidad, asesina del valor (y II)

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El hombre se ha enfrentado desde siempre al dificilísimo reto de trasladar valor en el tiempo. El transcurso del tiempo no es otra cosa que el cambio, y el cambio nos genera incertidumbre. Por otro lado, toda decisión implica alguna renuncia o sacrificio. Como suele afirmar el gran Thomas Sowell, no existen las soluciones, solo existen los compromisos.

Pongamos que, por ejemplo, en primavera y verano decidimos emplear nuestro tiempo y recursos en cultivar y aprovisionarnos de trigo para el siguiente invierno, no solo para consumirlo, sino también para intercambiarlo por otros bienes. Pero a costa de lo anterior, descuidamos la preparación de nuestra casa para resistir bajas temperaturas. Si resulta que el invierno llega especialmente helador, podríamos acabar muriendo de frío con la despensa a rebosar de harina. 

El futuro es irremediablemente incierto, y lo que para nosotros fue subjetivamente más valioso de cara al invierno, el trigo, resultó no ser lo que finalmente acabó siendo más valioso. Es más, si la cosecha de trigo fue muy buena, tendría muy poco valor de cambio con nuestros vecinos, que al igual que nosotros estaríamos otorgando mucho más valor relativo a la necesidad de calentarse y, por tanto, a los bienes que pudieran servir para mitigar el frío.  

En una sociedad donde existen buenas posibilidades de intercambio, necesitamos asegurar que el valor que hemos generado en el presente siga disponible para nosotros en el futuro, y para ello necesitamos bienes que consideremos con alta probabilidad tendrán valor de cambio en el futuro. ¿Y qué condición se tiene que cumplir para que sean valiosos en el futuro?: Que sean escasos. 

Bienes raros o irreproducibles

Como había prometido en mi comentario del mes pasado, paso a enlazar con el valor potencial de los objetos “raros”, es decir, aquellos cuya cantidad total es muy limitada y que son muy fácilmente distinguibles de los demás. Los objetos raros no tienen por qué necesitarse para satisfacer ninguna necesidad, y si esto es así, no serán escasos, sino económicamente abundantes por muy pequeña que sea su cantidad.

Ahora bien, las probabilidades de que estos objetos de cantidad limitada acaben por ser escasos son más altas que aquellos otros bienes cuya cantidad es mayor, incluso aunque estos últimos tengan utilidades industriales o de consumo y los primeros no. ¿Por qué? Porque pueden servir para el mero intercambio.  Y si sirven para el intercambio, entonces tienen valor, y si tienen valor, son automáticamente útiles, como consecuencia de ser escasos, que a su vez es consecuencia de ser raros. Y son “útiles” en el sentido de que satisfacen la necesidad de intercambiar. Incluso la necesidad de intercambiar a medio y largo plazo, que es a lo que llamaríamos transferir valor en el tiempo.

Esta idea está presente en el concepto de “collectible” de Nick Szabo. Aunque el término “collectible” es muy descriptivo de lo que a él se refiere, es una palabra que ha llevado y puede llevar a mucha confusión, y quisiera aclarar que Szabo no se refiere a objetos a los que tengamos un apego emocional, que nos dé satisfacción poseer o que demandemos por mero capricho.  Se refiere a lo que serían los antecesores del dinero. Tuve la oportunidad de que me lo aclarara él personalmente cuando aún estaba activo en Twitter.

Protodinero

Después de que yo le reprochara a otro usuario que, en mi opinión, no estaba entendiendo bien el término “collectibles” al asimilarlo a baratijas, ya que lo que Szabo quiere decir es más bien “proto-dinero”, Szabo contestó lo siguiente:

Efectivamente, collectibles (también llamados objetos de valor o dinero primitivo) eran depósitos de valor y medios para transferir riqueza que las sociedades antiguas se tomaban muy en serio, casi tanto o más como nosotros nos tomamos en serio el dinero hoy en día. 

Lo anterior podría parecer que entra en contradicción con una serie de afirmaciones que hace Szabo en Shelling Out, en el sentido de que coleccionar objetos raros por mero placer es un instinto universal en las distintas culturas. Esto no es necesariamente incompatible con su explicación de Twitter, pues a lo largo de miles años el reconocimiento de los objetos raros y con cualidades para funcionar como protodinero podría haberse incorporado causalmente como un instinto genético.  Es decir, que ese placer por coleccionar no sería causa, sino consecuencia evolutiva de la apreciación de las cualidades monetarias de estos objetos.

Pero aunque lo anterior no sea incompatible con la idea de protodinero, difiero humildemente de Szabo, pues creo que una explicación mucho más simple del deseo por este tipo de objetos es el oportunismo. Es decir, es bastante racional atesorar objetos raros aunque no tengas ni la menor idea de para qué pueden servir, porque la probabilidad de que sean escasos es muy alta si alguien los demanda y eso implica que puedes obtener algo a cambio.

Bitgold

Como corroboración de lo anterior, no es casual que los objetos raros en bruto (sin estar tallados ni trabajados de ninguna manera), fueran casi siempre de tamaño reducido. Como pueden ser conchas o dientes de animales, ya que recopilarlos y atesorarlos tiene muy poco coste, y así, esta demanda oportunista, que no placentera, tiene más probabilidades de resultar beneficiosa.

Cuando un objeto se demanda única y exclusivamente por y para el intercambio, nos resulta muy contraintuitivo incluso aunque nosotros mismos lo hagamos. En nuestra mente tendemos a justificar el valor de las cosas buscando utilidades no monetarias, pero si en nuestros actos conseguimos beneficio, no nos importa tanto la explicación.

La cantidad limitada y su fácil distinguibilidad y verificabilidad son las razones, en mi opinión, por las que Bitcoin se empezó a atesorar, mientras que su más cercano predecesor, Bitgold, no lo llegó a atesorar ni su propio creador. Aparte de otros problemas, la cantidad total de Bitgold no se diseñó para ser limitada, por lo que sus probabilidades de llegar a ser escaso eran bajas.  Las otras cualidades como el hecho de ser portable (digital), divisible, difícil de falsificar, fácil de verificar, etc. son sin duda interesantes pero no suficientes sin la escasez. Tampoco son cualidades necesarias, pues hay objetos raros que, sin tener esas mismas cualidades, también se demandan para el intercambio, como las obras de arte o las monedas raras como los centavos de cobre de 1943.

La escasez

En definitiva, y según define Carl Menger el concepto de necesidad en función de la cantidad de bienes necesitados y disponibles, y que es la primera condición para que un bien sea tal, el sujeto valora aquellos objetos cuando estima que la cantidad necesitada es superior a la disponible.

La preocupación de los hombres por satisfacer sus necesidades se convierte, pues, en previsión para cubrir sus necesidades de bienes en los tiempos por venir. En consecuencia, llamamos necesidad de un hombre la cantidad de bienes que le son necesarios para satisfacer sus necesidades dentro del período de tiempo a que se extiende su previsión. Para que esta previsión alcance la meta apetecida, se requiere un doble conocimiento. Debemos, efectivamente, tener ideas claras:

  1. sobre nuestra necesidad, es decir, sobre la cantidad de bienes que necesitaremos para satisfacer nuestras necesidades durante el período de tiempo previsto;
  2. sobre las cantidades de bienes de que disponemos para el mencionado objetivo.
Carl Menger, Principios de Economía Política. Capítulo II

Es decir, escasos, pudiendo ser la mera previsión de escasez una utilidad en sí misma, previsión que puede tener su causa en la mera cantidad limitada.

Ver también

La utilidad, asesina del valor. (Manuel Polavieja).

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