La idea de la libertad es tan atractiva que los socialistas de todos los partidos la usan como reclamo para conseguir el voto de la gente y legislar contra ella. Paradojas de la política, los hombres nacen libres pero se entregan al Estado para que los esclavice por su propio bien.
Los españoles hemos encadenado dos gobiernos socialistas de distintos partidos que han competido en subirnos los impuestos y mantener el Bienestar del Estado. Las recetas que no funcionaron al inicio de la crisis tampoco están funcionando ahora, aunque se maquillen con el apelativo de "liberales". La desesperanza abruma a una sociedad que se esfuerza por seguir trabajando mientras el Ministerio de Hacienda le saquea con tal de mantener la burbuja del sector público y socializar las pérdidas de empresas ruinosas que no dejan quebrar.
El liberalismo no es rescatar bancos con el dinero de los contribuyentes; el liberalismo no es subir los impuestos para mantener el gasto estatal; el liberalismo no es devaluar la moneda para empobrecer a la gente; el liberalismo no es crear trabajos artificiales; el liberalismo no es dejar de pagar las deudas; el liberalismo no es planificar la economía; el liberalismo no es legislar para crear incentivos; el liberalismo no es gastar el dinero de los contribuyentes…
No, el liberalismo es todo lo contrario: bajar impuestos; reducir el gasto; pagar las deudas; devolver la iniciativa económica a la sociedad; desregular para simplificar las leyes que deben ser comprensibles; ahorrar para acumular capital que después se podrá invertir; y permitir que los malos empresarios fracasen y el capital se desplace hacia los sectores productivos. La complejidad de la acción humana impide que nuestra economía pueda diseñarse en un despacho por lo que todos los socialistas repetirán viejos errores y fracasarán.
Pese a todo, deberíamos ser optimistas. Frente a todos aquellos que recorren una y otra vez el camino de servidumbre del socialismo, el liberalismo reluce en lo alto de la colina. Existe una alternativa real y bien desarrollada por economistas a los que los políticos no hacen caso porque piden menos poder para el Estado y más libertad. Y cada vez son más, los de siempre y toda una nueva generación de jóvenes bien formados que recogen y mejoran los principios que sus maestros les descubrieron.
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