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La viabilidad de la reserva fraccionaria

Publicado en Libertad Digital

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La economía neoclásica asume en su práctica totalidad que la reserva fraccionaria (esto es, la obligación de los bancos de mantener en reservas sólo una parte o fracción de sus depósitos) es posible sin generar efectos perversos sobre el resto de la sociedad. La escuela austriaca, por otro lado, concluye en su mayoría que la reserva fraccionaria provoca el ciclo económico y las crisis bancarias.

El debate, en realidad, se encuentra mal enfocado. El problema no es tanto si los bancos deberían conservar en todo momento el 100% de sus depósitos en forma de reservas monetarias, sino si pueden o no incurrir en situaciones de iliquidez, es decir, situaciones donde el plazo de vencimiento de sus pasivos sea inferior al plazo de vencimiento de sus activos.

Con esto quiero decir que es posible que los bancos no mantengan el 100% de sus depósitos en forma de reservas monetarias pero que, aun así, sigan siendo líquidos. El sistema bancario sí debe sujetarse a una reserva del 100%, pero del 100% en forma de activos líquidos: oro y letras de cambio. Muchos austriacos se equivocan al restringir los activos líquidos al dinero; muchos neoclásicos yerran mucho más al considerar que la iliquidez bancaria es un problema que puede solventarse con buena planificación y con la intervención del Banco Central.

Por consiguiente, los bancos pueden utilizar sus reservas para participar en el mercado monetario. Como grandes depositantes de oro, pueden descontar letras de cambio (y adquirir la diferencia entre el tanto descontado y el valor nominal) o servir como cámaras de compensación de depósitos y letras.

Esto implica que en un sistema monetario libre, los bancos podrían emitir billetes respaldados parcial o totalmente por letras de cambio, sin que cupiera considerarlos una duplicación inflacionista de la "masa monetaria".

La razón es sencilla y se la conoce como la "ley del reflujo de Fullarton". Los bancos emiten billetes respaldados por oro y letras (o sólo letras) que no son más que pasivos que ellos mismos aceptan por su valor nominal, esto es, son deudas del banco para con su tenedor que permiten saldar créditos de igual importe con el banco. El reflujo se da cuando los billetes (pasivos) emitidos por el banco fluyen hacia él para pagar las letras (activos) que había descontado previamente con esos billetes.

El proceso tiene su importancia para, por ejemplo, organizar el pago de los salarios. Un fabricante entrega a su distribuidor las mercancías y éste le entrega una letra de cambio. Sin embargo, el fabricante tiene que pagar a sus trabajadores antes de que venza la letra. Para ello tiene dos opciones: o pagar a los trabajadores con cargo a sus ahorros (con lo que dispondrá de menor capital para invertir) o bien acudir a un banco a que le descuente la letra.

El banco puede entregarle oro o bien puede adquirir la letra emitiendo billetes. El fabricante tomará esos billetes y los entregará a los trabajadores quienes, a su vez, tratarán de utilizarlos para comprar las mercancías que posee el distribuidor. El distribuidor aceptará los billetes ya que le servirán para pagar la letra descontada que se encuentra entre los activos del banco. Con el vencimiento, el banco saldará la letra con sus billetes: una vez las mercancías hayan llegado al último consumidor, letra y billetes desaparecerán de la circulación.

El sector bancario ha actuado como una gran cámara de compensación, donde las deudas y los créditos de fabricantes, distribuidores y trabajadores/consumidores se han compensado entre sí. No ha habido necesidad de movilizar el oro ni de recurrir a los ahorros: las mercancías han circulado y se han intercambiado en última instancia mediante el trueque.

Si el sistema funciona correctamente, no puede haber “pánicos bancarios”. Los pánicos se generan por dos motivos: el primero es que el sistema bancario se vuelva ilíquido (o existan sospechas de que se ha vuelto ilíquido) y los depositantes se enteren de ello, con lo que acudan en masa a retirar los depósitos. El segundo es que los depositantes acudan al banco en cuantía superior a la prevista y el banco no tenga fondos para devolverles sus depósitos (con lo que se extiende la sospecha de iliquidez).

En principio, si los bancos mantienen sus reservas en oro y letras, no hay razón para que la gente sospeche que el sistema bancario se ha vuelto ilíquido. Pero si aun así lo creyera por error y acudiera en masa a retirar sus depósitos, hay que tener presentes que las letras vencerán en oro en un plazo muy breve, por lo que con una corta espera, todos los depositantes cobrarían y el pánico se disiparía.

Además si los depositantes acuden al banco en un número superior al previsto y éste no puede pagarles en oro, siempre puede pagarles en billetes. Los depositantes podrán utilizarlos para adquirir mercancías ya que los distribuidores las aceptarán para saldar sus deudas al vencimiento.

Muchos austriacos yerran al considerar que esta modalidad de la reserva bancaria es nociva: no ha habido expansión de la estructura productiva, porque no se han trasvasado fondos desde el mercado monetario al mercado de capitales; esto es, toda la inversión sigue proviniendo de ahorros reales.

Ahora bien, este sistema sí puede funcionar mal cuando el banco emita billetes no respaldados (con lo que tendrá más deudas que créditos), descuente letras de mala calidad (gente poco solvente o mercancías poco líquidas) o alguno de los actores retenga los billetes del banco en su saldo de caja (de modo que no se produce el reflujo).

Es por ello que el oro sigue siendo el baluarte último de la liquidez de todo el sistema. Al funcionar como mecanismo para saldar los saldos acreedores netos, permite poner coto a los problemas anteriores. Cuando un banco sobreemita billetes, terminará con un saldo deudor en las cámaras de compensación que tendrá que saldar con cargo a sus reservas de oro. Lo mismo sucederá cuando descuente letras de mala calidad (una letras impagada equivale a una sobreemisión de billetes). Y cuando un actor retenga los billetes, tendrá que saldar su deuda en oro con el resto de los actores.

Pero junto a esta función limitadora de la iliquidez del sistema bancario, el oro también es la unidad en la que tanto los precios de las mercancías, los salarios y, sobre todo, el valor nominal de las letras y de los billetes se expresa. El oro es lo que permite compensar los saldos y que todo el sistema funcione.

En otras palabras, resulta erróneo pensar que puede prescindirse del oro en un sistema monetario. Sin oro las letras y los billetes sólo circularán merced al curso forzoso y los resultados serán el señoriaje inflacionista y la iliquidez de los balances bancarios como precedente de la crisis económica.

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