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La violencia, ¿elección o predeterminación?

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Mientras que una masa crítica tolere la violencia, activa o pasivamente, la sociedad, cultura, religión, nación o país se comportará de una manera violenta hacia los que considere sus enemigos.

Cuando se analiza la relación entre el Islam y el uso que hace del terrorismo, las teorías se pueden agrupar en dos categorías. La primera se refiere a un origen ajeno a la naturaleza del propio Islam. Así, los que profesan esta religión han visto alterada su convivencia a lo largo de los siglos, al menos de los más recientes, a través de la presencia de entidades exteriores, generalmente de carácter imperial, que, tras siglos de opresión[1], les han impulsado a utilizar la guerra y, en las últimas décadas, el terrorismo como las únicas maneras de defenderse de los agravios extranjeros.

Desde la época del colonialismo decimonónico -ya sea francés o británico principalmente, sin olvidar el italiano y en menor medida el español- hasta el más reciente, el estadounidense, que sustituye al británico cuando su imperio se desmorona, el soviético cuando invade Afganistán o de nuevo el americano, cuando invade Irak en las dos Guerras del Golfo, el Islam ha hecho frente a estos imperios. Tampoco podemos olvidar el Estado de Israel que, fundado en el corazón de Oriente Medio a mediados del siglo XX, aglutina buena parte del odio de los musulmanes y, paradójicamente, el de no pocos occidentales que lo culpan también de los males que afectan a la zona y al mundo.

Este tipo de explicación es mucho más frecuente de lo que creemos. Yo mismo me he visto explicando la situación de Afganistán como consecuencia de la entrada de la URSS en este país y la consiguiente desestabilización. La Guerra Fría llevó a los EEUU a ayudar a los que se oponían a los soviéticos, sin importar si eran o no fanáticos. Por otra parte, debatía con los que acusaban a los americanos de financiar grupos de oposición a los regímenes, grupos que luego terminarían volviéndose contra ellos. Incluso hay teorías conspiratorias que aseguran que Al-Qaeda o el ISIS son “inventos” de la CIA y una consecuencia de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en el corazón de Estados Unidos. Este tipo de historias es muy interesante para los que hacen de la conspiración un arte y de las redes sociales un estupendo altavoz.

La segunda categoría, mucho menos frecuente, pero no menos real, en tanto existe y de vez en cuando se usa como explicación fácil, es que el Islam tiene en su genética particular la violencia como uno de sus motores básicos. Así, la religión del alfanje, la religión de la “sumisión”, que es lo que quiere decir Islam, se extendió rápidamente desde el desierto árabe a China por el este y a España y algunas otras zonas europeas al oeste. Esta rápida expansión generó, a lo largo de los siglos, rupturas en la unidad inicial, casi antes de que Mahoma muriera. Así, desde el punto de vista doctrinal, los dos grupos mayoritarios, chiítas y sunnitas, están enfrentados en no pocos lugares, como lo estuvieron católicos y protestantes en Europa durante varios siglos. Sin olvidar otros grupos menos importantes numéricamente, pero que pueden ser objeto de la animadversión del vecino sunnita o chiíta. A ello hay que añadir la división, a menudo violenta, que hay entre nacionalidades adscritas a una tradición imperial o nacional; así, los árabes se llevan mal con persas/iraníes y con los turcos, entendiendo por éstos no sólo a los habitantes de Turquía, sino a otros grupos que viven en las repúblicas caucásicas, lugar de origen de los turcomanos. Turcos y persas tampoco son amigos fieles. Magrebíes del Norte de África, kurdos o musulmanes de orígenes étnicos diversos, muy distantes de su centro religioso, La Meca, completan un mosaico muy complejo donde la paz no ha sido habitual durante siglos. Por último, añado una división no menos significativa: la que separa a los musulmanes que no dan peso a la religión en su vida con los que la colocan como su guía moral y ética.

Todo lo anterior son hechos comprobados que se pueden usar para justificar cualquier teoría de la violencia en el Islam. Los occidentales han ejercido la fuerza en su contra, pero no es menos cierto que otros imperios y nacionalidades musulmanas han atacado a sus hermanos de religión con el mismo enconamiento que los que no profesan su fe[2]. Las diferencias políticas y culturales entre vecinos no desaparecieron al adoptar la fe musulmana y, en algunos casos, las diferencias doctrinales ayudaron a hacer más distintos a dos pueblos geográficamente cercanos, de la misma manera que la adopción de la fe de Cristo no impidió la guerra entre vecinos cristianos.

Estas dos categorías no son tan opuestas como puede parecer a simple vista, ya que en muchos casos, se complementan. Por ejemplo, las diferencias entre vecinos pudieron ser aprovechadas por los “invasores” para desunir a los que allí vivían y ejercer el poder de una manera más sencilla. Los británicos usaron el nacionalismo árabe para atacar al Imperio Turco durante la Gran Guerra, después de que la confrontación bélica directa no fuera por donde ellos querían, con gran éxito si nos fijamos en la desaparición de dicho imperio y con gran pesar si lo hacemos en lo que ha pasado y está pasando actualmente.

Ninguna de las dos categorías contempla el papel del individuo en la génesis de la violencia. Todo lo contrario: le exculpa al considerar que la crean factores que no puede dominar o manejar, ya sea porque viene de personas o instituciones ajenas a su voluntad o que una especie de determinación cultural le impulsa a soportar o incluso promover la violencia[3].

Sin embargo, todos los días, en el aquí y el ahora de cada uno de los que viven en un entorno violento, existe la opción, la capacidad y la voluntad de rechazar la violencia o seguir aceptándola. Mientras que una masa crítica la tolere, activa o pasivamente, la sociedad, cultura, religión, nación o país se comportará de una manera violenta hacia los que considere sus enemigos. Nada de eso se hace si no es con el consentimiento de las personas. El factor individual, ya sea la persona que la ordena, la que lo perpetra, la que lo consiente o incluso la que se opone, es esencial para comprender la naturaleza de la violencia, su nacimiento, su alcance, su evolución y, afortunadamente, su final.

Así, los grupos terroristas, ya sean de origen ideológico (como lo fueron las Brigadas Rojas o la Triple A), nacional (como la ETA o el IRA) o religioso (como los innumerables grupos islámicos[4]), tienen la vida que les otorgue la sociedad que los alberga. Estos grupos se alimentan de las personas que les dan su apoyo. El terrorismo islámico terminará cuando los musulmanes quieran; la violencia ligada a ésta o cualquier causa desaparecerá en tanto los que la profesan decidan no usarla como herramienta para conseguir sus fines, oponiéndose a los que aún la manejan. No digo que sea un proceso fácil, rápido o que no tenga sus frenazos e involuciones, pero hay ejemplos prácticos de que es posible. Ya no se invocan cruzadas, los procesos revolucionarios ligados al comunismo y otras doctrinas totalitarias son escasos, si no inexistentes hoy por hoy, y quiero creer que el terrorismo de ETA ha desaparecido tal como lo conocimos en España durante décadas, no así la organización, que sigue existiendo y no ha pagado todo lo que debería haber pagado.



[1] Basta investigar un poco para observar que, en la mayor parte de los casos, esta influencia occidental apenas ha sido de medio siglo, mientras que entidades como el Imperio Otomano ha ejercido su influencia durante cinco.

[2] Con permiso de los macabeos, Hassan-i Sabbah, el Viejo de la Montaña, fue un reformador religioso durante el siglo XII que primero usó el terrorismo, en este caso contra los seljúcidas y los fatimitas, desde su fortaleza inexpugnable de Alamut, pero también ayudando al que le pagara bien.

[3] Ambas categorías pueden ser usadas a posteriori para justificar atrocidades cometidas o evadir culpas de personas concretas. Así ha sido en la Alemania nazi o en las guerras yugoslavas, donde con mayor o menor acierto se han juzgado crímenes y se han evadido cuando lo que se ha denunciado han sido los crímenes del comunismo.

[4] Los grupos terroristas palestinos que tanta importancia tuvieron en los años 60, 70 y 80 del siglo XX (ahora se han visto apartados por los extremistas islámicos) tuvieron un origen mixto, entre nacional, ideológico (apoyados por la URSS) y religioso, sobre todo cuando los soviéticos desaparecieron. Es significativo que, tras la “derrota” del comunismo, éste fuera sustituido en muchos casos por el nacionalismo.

 

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