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Las causas -ya centenarias- del fin de Europa (I)

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Europa continental, exceptuando Rusia, parece que ya no es capaz de respirar por sí sola.

Europa está en coma, y mientras vegeta sumida en un estado de inconsciencia casi absoluta, los demás jugadores siguen moviendo sus fichas. No sabemos si querrán mantenerla -quizás por caridad, quizás por respeto a lo que fue- mucho tiempo en el tablero o si la sacrificarán, para mayor gloria de las nuevas huestes dominantes. Sea como fuere, su futuro es muy incierto, y las noticias, según se suceden, también en este fin y comienzo de año, no hacen sino confirmar lo que viene de lejos.

Poco antes de Navidad, en unas declaraciones algo chocantes, uno de los responsables de Rostec, conglomerado de defensa estatal ruso, acusaba a China por las copias no autorizadas que lleva haciendo, desde hace décadas, de su material militar. Y eran chocantes no porque estuviese descubriendo nada asombroso o inesperado, sino por decir algo que todos sabemos, pero sobre lo que preferían pasar de puntillas. Y es que China no sólo está dando la batalla tecnológica a los anglosajones con empresas de distribución, entretenimiento o transporte, sino que se está convirtiendo, también, en uno de los mayores exportadores de armamento del mundo. Tras décadas especializándose en la ingeniería inversa (comprando productos extranjeros, para desmontarlos y aprender a replicarlos sin necesidad del vendedor), parece que está siendo capaz de desarrollar una tecnología que supera ya, en algunos aspectos, a sus históricos suministradores, de ahí los exabruptos rusos. Europa, en la batalla tecnológica, quizás exceptuando alguna honrosa excepción que desconozco, sencillamente no está… y no parece que haya muchos esperándola.

Por otra parte, la relevancia de que ha gozado, en los medios, durante estas fiestas, Teruel Existe, y las continuas referencias a la España “vaciada” (sic), nos permiten también acercarnos a otra de las emergencias a las que se enfrenta Europa: la emergencia demográfica de la que hablaba Amando de Miguel en otro artículo navideño recordándonos que, a la vista de las tendencias demográficas europeas -y también españolas-, no va a ser posible atender las necesidades de una población cada vez más envejecida y que demanda más servicios sanitarios (los japoneses no parecen estar mucho mejor). El problema no es que la gente abandone el campo para vivir en la ciudad, sino que la población, en el campo y en las ciudades, es cada vez mayor, y no va a haber recursos para mantener a poblaciones cada vez más necesitadas de recursos y menos productivas. La tecnología a lo mejor dulcifica el problema, o incluso permite evitarlo; pero no sabemos si llegará a todos por igual.

Los ataques entre Irán y Estados Unidos de los últimos días no han hecho sino poner de manifiesto otro de los ejes que van a dirigir el futuro de nuestro planeta, que no es el enfrentamiento entre cristianos y musulmanes, sino el largo conflicto entre chiitas y sunitas, recrudecido en Irak tras la derrota del Estado Islámico. Para algunos, como para Enrique Navarro, ese conflicto supone un grave riesgo para el futuro del diseño del tablero mundial, ya que, en su opinión, “si Occidente no reacciona en Oriente Medio y apoya a sus aliados con presencia económica y militar en la zona, el mundo estará dirigido en un par de décadas por clérigos chiitas”.

Muchos dicen que el problema principal de Europa no es ni económico, ni institucional, sino intelectual e ideológico: el pensamiento débil, “un escepticismo compartido acerca de la capacidad del ser humano para conocer el mundo que le rodea y establecer unas normas de comportamiento público y privado dignas de ser seguidas” (así lo manifestaba, por ejemplo, el Grupo de Estudios Estratégicos en un Informe de marzo de 2009). El problema es que, en mi opinión, no se trata de un problema estrictamente intelectual o ideológico -puramente racional-, sino que va mucho más allá.

Guste o no, la civilización occidental, Europa, no se entiende sin su vinculación esencial, estructural, originaria con el cristianismo. Pero también la Iglesia parece partida por la mitad, no por la existencia de grupos enfrentados dentro de la misma que pretendan apropiársela (que también), sino por la disminución brutal de vocaciones y de fieles practicantes, así como por las propias contradicciones públicas de quienes la dirigen, que hablan a menudo de los pobres como “opción preferencial”, pero destinan multimillonarias aportaciones de los fieles a inversiones cuando menos extravagantes; que defienden con vehemencia la necesidad de enfrentarse a la “emergencia climática” (sic), erigiendo esa “lucha” en  una de sus banderas preferentes, pero permiten que se creen colas en la gasolinera del Vaticano para vender combustibles fósiles libres de impuestos; hablan a todas horas del problema de la inmigración, y de lo ingratos que estamos siendo los países europeos, pero no abren las puertas del Vaticano para acogerlos. Está claro que una cosa es predicar, y otra dar trigo; que los propios creyentes tienen muy claro que la Iglesia está formada y dirigida por pecadores falibles, pero que las faltas de sus miembros no invalidan el Mensaje. Lo que quiero destacar es que la parte humana, institucional y sociológica (si es que se puede utilizar este término) de la Iglesia, pieza fundamental en la creación de la sociedad occidental, también padece una grave crisis.

Mi tesis es que nos encontramos en el fin de la época que comenzó tras la Edad Media. Como decía ya hace décadas el filósofo ruso Bardyaev, Europa, la Europa que surgió con el Renacimiento, está llegando a su fin, y con ella el humanismo que fue su base espiritual. Y es que el espíritu del Renacimiento tenía en su raíz la semilla de su propia destrucción, y ese espíritu es el que, en mi opinión, está dando sus últimos estertores. En los próximos artículos pretendo explicar cómo las mismas fuerzas que llevaron a Europa a la cima son las que la están sumiendo ahora en los fétidos y oscuros abismos… de manera casi irremisible. La única duda es qué ocurrirá con el occidente anglosajón, porque Europa continental, exceptuando Rusia, parece que ya no es capaz de respirar por sí sola.

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