A estas alturas de la crisis parece que todos deberíamos estar de acuerdo en que hay que reducir los gastos del Estado, mejorar su eficiencia, eliminar las muchas corruptelas que se esconden bajos sus alfombras y -algo bien complicado- acostumbrarnos a reclamar menos servicios gratuitos; que luego han resultado no serlo tanto. Porque ofrecer unas sofisticadas coberturas de sanidad, educación o ayuda a la dependencia puede llevar a la ruina a un país que no cuente con los recursos suficientes para mantenerlas; a no ser que se entrampe con la deuda pública, municipal o autonómica. Lo que implica que de gratuidad nada; y que el coste final será mucho más elevado que si los ciudadanos hubiésemos pagado de nuestro bolsillo los estudios, medicamentos o intervenciones quirúrgicas. Quedan exentos, de acuerdo, los casos de necesidad; que pueden ser razonablemente cubiertos con el dinero de todos: siempre que no haya otra alternativa (como esa falacia que explica con ingenio Carlos Rodríguez Braun sobre el niño pobre y enfermo que vive alejado en las montañas… y que descubre la existencia de una Fundación privada que justamente se dedica a financiar estas situaciones; y con mayor eficacia que la gestión pública). Aquí no puedo dejar de señalarles que tuve la oportunidad de estrenar mi colaboración con esta web escribiendo sobre esas mismas cuestiones, hace ya tres años.
Pero este largo introito en realidad es un desahogo que Uds. me permitirán antes de hablarles del Estado y sus manifestaciones históricas. Porque lo que pretendo es contarles la publicación de un interesante libro del profesor Dalmacio Negro: Historia de las formas del Estado (El buey mudo, 2010). Asistí a la explicación del propio autor en una iniciativa de AEDOS llamada "Seminario Permanente Bibliográfico", donde un grupo de académicos conversan con escritores de actualidad, y que les resumo.
El libro se puede dividir en dos apartados: uno primero de fundamentación de la vida política; y varios capítulos que narran las diferentes formas del Estado en la historia: las monarquías estatales, el Estado moderno, el Estado nación y los diversos estados totalitarios que frecuentan la era contemporánea. En seguida comentaremos la situación actual.
Dejo aparte todas las reflexiones sobre teoría política, en las que no soy experto. Quería simplemente destacar algunas referencias a nuestros escolásticos de Salamanca que, como vengo escribiendo últimamente, no solo fueron pioneros en una concepción moderna (y libre/liberal) de la Economía; sino que trasladaron muchas de aquellas novedades al terreno de la organización política. Por encima de la exitosa "razón de Estado", iniciada por Maquiavelo o Botero (y que "con Bodino transformó la posesión del poder en una propiedad del soberano"), los Doctores de Salamanca consideraban que "el titular del poder era el pueblo y éste lo cedía en fideicomiso al gobernante, por lo que no cabía pensar en concentrarlo sistemáticamente para separarlo de aquél" (p. 160). Pone el famoso ejemplo de Jacobo I de Inglaterra, con su doctrina del derecho divino de los reyes como una especie de monopolio; que fue rebatida por Francisco Suárez (en su Principatus Politicus de 1613), como unos años antes había hecho Roberto Bellarmino en una Apología (1609), menos conocida, y que desarrolla según Dalmacio Negro "la mala solución de la potestas indirecta de la Iglesia sobre el poder civil" (p. 144. Tema que me parece de enorme interés y del que seguiré escribiéndoles en cuanto pueda).
Dos breves comentarios bibliográficos: este libro es uno de los pocos que conozco en los que se cita a Hans Herman Hoppe (aparte de, por supuesto, la escuela de Jesús Huerta de Soto); aunque se discuta su concepción de la monarquía. Como también se cita y discute al autor español casi desconocido Ángel López Amo (uno de los primeros preceptores del príncipe don Juan Carlos); recuerdo un texto antiguo: La monarquía de la reforma social, y una edición reciente: El principio aristocrático. También reconoce el profesor Negro a los austríacos Mises y Hayek. A este último se refiere cuando critica la Constitución, "entendida como una suerte de planificación de la conducta política" y no el resultado de "la prudencia y la sabiduría ilustrada por la experiencia" como escribía Jovellanos a su amigo Lord Holland (p. 261).
Termino con la visión de Dalmacio Negro sobre la época que nos ha tocado vivir: "El Estado Totalitario era un tiránico estado paternal. El Estado del Bienestar es un tiránico Estado maternal. El Estado Minotauro, la última figura del Estado, es un tirano andrógino" (p. 418). Lo describe como señor de las haciendas, dictador de las conductas y dueño de la vida y la muerte. Proviene de la sustitución del "obrerismo" por el "hedonismo" en los objetivos de la socialdemocracia, convertida ya en lo políticamente correcto (recordemos la intuición hayekiana de 1944: "a los socialistas de todos los partidos"). Citando a Etienne de la Boetie, el Minotauro recoge aquella antigua idea de Ciro que, tras apoderarse de Lidia, a fin de mantener el orden ahorrándose una numerosa guarnición permanente, "estableció burdeles, tabernas y juegos públicos, obligando a sus habitantes a frecuentarlos… Desde entonces nunca más fue necesario utilizar la espada contra los lidios: estas pobres y miserables gentes se entretuvieron en inventar todo tipo de juegos" (p. 412). Es la nueva servidumbre voluntaria.
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