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Las guerras no son religiosas

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Las guerras religiosas en el fondo son políticas y la política en el fondo es religiosa.

El Estado a menudo se compara con una banda criminal tanto en su definición como en su conducta. Los grupos criminales establecen relaciones mutuas por conveniencia y en el caso de los Estados, la legitimidad es un factor crucial. Un Estado adquiere su estatus principalmente porque otros Estados lo reconocen y validan. Esta legitimidad internacional casi automáticamente se traduce en legitimidad ante la población que está bajo su control.

La clase gobernante es consciente de que su narrativa de legitimidad se sustenta en su red de colaboración entre Estados. Los gobernantes se ven a sí mismos como iguales y se temen mutuamente. Las verdaderas amenazas para un gobierno provienen de grupos armados bien organizados o de otros gobiernos, que en esencia son otros tipos de organizaciones armadas. Esto se refleja en el derecho internacional, que es único en su flexibilidad y disposición para la negociación. Mientras que ciertas acciones están prohibidas para los ciudadanos dentro de un territorio, si un gobierno las lleva a cabo en otro territorio, la aceptabilidad por parte de la comunidad internacional de esas acciones depende de su posición geopolítica.

Los Estados se atacan a los pies

A nivel internacional los políticos se apoyan mutuamente, es cierto que se espían, se critican, se traicionan, pero también se perdonan, se dan asilo, se venden armas (para la defensa interna y externa), se reconcilian y se reconocen mutuamente. Cuando las mafias se enfrentan y su objetivo no es acabar por completa la una con la otra, no suelen atacarse a la cabeza porque eso escalaría el conflicto muy rápidamente. Así como cuando las bandas criminales se enfrentan y dejan 100 muertos, entre los que no se ubica ningún cabecilla de la organización, así se enfrentan los Estados, matando civiles de lado y lado y evitando orientar sus recursos o estrategias a atacar a los líderes principales con drones u otro tipo de artefactos.

Es bien sabido que los sistemas centralizados no se dominan hasta que no se tenga dominio de su líder o su centro de comando, pero la gran mayoría de las guerras, los líderes, ni siquiera se intenta atacar directamente. La guerra suele ser un campo de negociación, no un duelo a muerte entre político. Solo en situaciones donde el objetivo es la conquista, y no la presión política, se ven ataques directos entre líderes. Sin embargo, en la mayoría de los casos, incluso mientras sus tropas están en combate, los líderes de facciones enemigas suelen mantener relaciones diplomáticas y encuentros formales.

A nivel estatal los motivos no son religiosos

La clase política, si se enfrenta entre sí, por diversas razones tienen luchas de poder, pero no lo hacen por motivos religiosos. Esto lo creo por las siguientes razones:

  • Las victorias religiosas no son necesariamente victorias políticas, y viceversa. El político busca mantener su control y su poder, y aunque comete errores y puede poner en riesgo su poder por malas acciones, dudo mucho que tiendan a anteponer la religión por encima de sus intereses. Una buena estrategia puede ser compatibilizar sus intereses políticos con los intereses religiosos, ya sea para captar votos o justificar sus acciones, pero eso no quiere decir que sus motivos o justificación final sea religiosa.
  • Alianzas cambiantes: Los políticos buscan establecer lazos con Estados que les pueden beneficiar comercialmente o con quienes tienen una afinidad estratégico-política, de manera que, tiene mayor confianza relativa. Esto es, de hecho, una de las razones que hace que Israel sea el favorito entre los Estados, incluso algunos Estados musulmanes. El Estado de Israel es un agente más fiable y con el cual es más viable la cooperación que con Hamás en Gaza. Y esto se antepone a las presiones religiosas que reciben políticos.
  • Políticamente, las religiones más similares a la tuya pueden representar una amenaza mucho mayor que las religiones más diferentes. A nivel político la religión es una vía para generar un endogrupo. Es un instrumento identitario, un medio para establecer una categoría dentro de la población general o el electorado. Por lo tanto, las religiones más similares a la propia son más peligrosas identitariamente que las más diferentes. Esta situación se ve también con frecuencia en las ideologías políticas. Allí, el electorado de un partido de izquierda puede ser fácilmente captado por otro partido de izquierda muy similar.
  • Convivencia pacífica a lo largo de la historia: En muchas ocasiones las religiones han convivido pacíficamente, incluso dentro del mismo Estado. La multiculturalidad o multireligiosidad no es inherentemente conflictiva. Los juegos de suma cero como los que genera el Estado de Bienestar suelen hacer que los grupos entre en conflicto. Los grupos distintos que cohabitan un territorio y no compiten directamente tienden a desarrollar instituciones de cooperación, complementación y lazos identitarios.

La importancia de separar el motivo religioso

Al analizar conflictos bélicos, tanto nacionales como internacionales, atribuirles causas religiosas puede llevarnos a una comprensión limitada de su naturaleza. A pesar de esto, es común que muchas personas vean la religión como la causa principal de estos conflictos. Por ejemplo, algunos ateos argumentan que las guerras tienen motivos religiosos y eso evidencia que un mundo sin religión sería más pacífico. Por otro lado, hay creyentes que sostienen que el carácter religioso de las guerras demuestra la relevancia y permanencia de las religiones en el mundo contemporáneo.

Adicionalmente, puede resultar políticamente conveniente para los gobernantes que los ciudadanos perciban las guerras como conflictos religiosos. Esta percepción puede justificar la guerra a los ojos de la población, bajo la premisa de que la defensa de la religión es justa y noble. Ello gracias a que, si Dios existe, todo está permitido (aunque la afirmación contraria también puede considerarse verdadera). En este contexto, la guerra es vista como un conflicto inevitable, trascendental y de alta prioridad.

Conclusión

La religión y la guerra comparten el hecho de estar sometidas al interés político. La población civil suele entender las guerras como un conflicto religioso, étnicos o culturales, y a sus políticos como oportunistas de dichos conflictos.

Por ejemplo, varios colegas musulmanes me han expresado su descontento con algunos políticos. El motivo es que les ven como traidores por distanciarse del pueblo palestino y establecer relaciones con Israel. Sin embargo, sostengo que esta percepción de traición no es del todo certera. El conflicto en cuestión no se basa en diferencias religiosas, sino en fines políticos incompatibles.

Además, tengo la convicción de que un mundo más ateo o más creyente no determina necesariamente un mayor o menor grado de beligerancia. Tanto ateos como creyentes pueden ser profundamente leales a la religión del Estado, venerando a la nación a través de sus mapas, símbolos y representantes. Esta lealtad puede llevar a ver la defensa o la expansión de la nación. La secesión y la intervención extranjera se convierten en los mayores pecados o traiciones.

Ver también

Guerras y grupos. (Francisco Capella).

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