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Lenguaje y comunicación de la libertad

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La comunicación efectiva de la libertad puede mejorar si se conoce qué es el lenguaje, sus límites y problemas.

La comunicación efectiva de la libertad puede mejorar si se conoce qué es el lenguaje, sus límites y problemas, y por qué las ideas liberales son más difíciles de transmitir y popularizar.

Mediante la comunicación oral o escrita una persona transmite un mensaje a otros utilizando un lenguaje o código (asociaciones semánticas, reglas sintácticas) que ambas partes deben dominar para lograr entenderse. La habilidad lingüística necesaria para participar en actos comunicativos debe aprenderse mediante un acoplamiento práctico con otros usuarios más expertos a quienes imitar y de quienes recibir instrucciones y correcciones. La comunicación puede realizarse como monólogo (de uno a uno o de uno a muchos, un emisor y uno o varios receptores; una presentación, una conferencia, una lección magistral sin interrupciones, un discurso, un libro), diálogo (dos o más participantes que intercambian roles; una charla informal, un debate) o una combinación de ambos (un debate con audiencia).

La comunicación lingüística implica pensamiento y sentimiento, cognición y sensibilidad, razón y emoción: tanto los emisores de mensajes como quienes los reciben son capaces de pensar, entender, relacionar, recordar, imaginar; y tienen intereses, pueden sentir, verse afectados, valorar, preferir; pueden entender lo que se les dice o no; pueden disfrutar de una conversación, o pueden sufrirla (por aburrimiento, porque no les gusta la otra persona o lo que dice).

La comunicación satisfactoria requiere que ambas partes se involucren y sean competentes: el hablante transmite con claridad, precisión y concisión; el oyente practica una escucha activa. El éxito no siempre está garantizado: depende de facultades que deben estar adecuadamente ajustadas y que pueden fallar, de modo que siempre son posibles los malentendidos o equívocos. A veces ni siquiera el hablante sabe con exactitud qué es lo que quiere decir, y sólo a posteriori se descubren posibles problemas de ambigüedad, contradicciones o falta de información (incluso en lenguajes formales como la programación o los documentos legales es difícil depurar todos los errores o garantizar las interpretaciones deseadas).

Los hablantes sinceros hablan para ser entendidos y quieren conseguirlo de forma económica, sin malgastar recursos escasos valiosos como el tiempo y la atención. La comunicación sucede en un contexto compartido por los hablantes que puede facilitar la comprensión mutua e incrementar la eficiencia de la transmisión de información: los participantes tienen un conocimiento común que no es necesario mencionar o repetir y que es posible utilizar como referencia y punto de partida; cada uno sabe (o supone) qué sabe ya el otro. El conocimiento de qué cosas constituyen el contexto compartido suele ser imperfecto y de límites difusos: los hablantes pueden dudar y solicitar confirmaciones, aclaraciones, detalles.

Nadie es dueño, diseñador o creador del lenguaje sino que se trata de una institución social de carácter cultural, emergente, adaptativo, evolutivo, y que se construye mediante su propio uso entre todos los hablantes. Los significados de las palabras son complejos y poliédricos: los términos no tienen significados objetivos absolutos y eternos sino que los hablantes les asignan sentidos que en parte son denotativos (formales, universales) y en parte connotativos (subjetivos, alegóricos, dependientes de circunstancias particulares). Los significados pueden ser aclarados en caso de necesidad mediante otras palabras (descripciones, diccionarios) o de forma ostensiva (mostrando el referente en el mundo real, como un objeto o una acción): sin embargo la aclaración también puede ser problemática, porque las palabras de la definición a su vez pueden no ser comprendidas y porque en el mundo real puede no quedar claro a qué se está refiriendo uno al señalar (¿a ese perro en concreto?; ¿al perro en abstracto?; ¿a los animales?; ¿a lo que está haciendo ese perro en ese momento?). El uso y sentido de las palabras puede cambiar conforme el lenguaje evoluciona y se adapta a las necesidades y preferencias de los hablantes.

Que no exista una correspondencia perfecta entre la realidad y los términos o proposiciones utilizados para representarla no significa que en la comunicación valga todo, que no haya ninguna regla: el hablante que no sea consistente en el uso del lenguaje, que use las palabras sin suficiente rigor, y que no comparta con los demás unos significados por lo general comunes, verá dificultados o frustrados sus intentos de comunicación efectiva.

El habla es una acción, una interacción, y sirve para controlar la acción. El hablante le hace algo al oyente, actúa sobre él, altera su estado mental, su cognición (lo que cree o sabe) y/o sus emociones (lo que siente). En dos extremos opuestos del uso del lenguaje: la poesía evoca, sugiere, emociona, motiva, seduce, mientras que la ciencia describe, analiza y sintetiza, explica, predice. El oyente es afectado de algún modo por el mensaje recibido, puede sentir alegría, tristeza, esperanza, miedo, sorpresa, asco, ánimo o desánimo, motivación o desmotivación. Al alterar su pensamiento y sus preferencias, el oyente actúa de forma diferente a como habría actuado si no hubiera recibido el mensaje.

La posición de hablante y oyente puede invertirse en un proceso dinámico recurrente potencialmente indefinido. Los actos comunicativos son procesos de interacción, toma y daca, doy y recibo: la información compartida puede sugerir nuevas preguntas o temas, solicitudes de aclaraciones, confirmaciones, valoraciones; la conversación se construye sobre sí misma hasta que se agota.

El lenguaje es una herramienta de control y coordinación que posibilita compartir información relevante, organizar la cooperación, instruir, influir sobre los demás, dirigir su conducta, manipular a los otros: órdenes, deseos, peticiones, compromisos, preguntas, consejos, protestas, sugerencias. Sin embargo el oyente no es una mera marioneta en manos del hablante: puede defenderse de los intentos de manipulación, negarse a obedecer, rechazar el mensaje, y puede a su vez intentar influir sobre el otro. Algunos individuos son más persuasivos que otros, más influyentes; y las personas son más asertivas o más manipulables.

La comunicación permite la coordinación de las conductas, y como una conducta interactiva requiere ella misma algún tipo de coordinación para hacerla efectiva y eficiente: no hablar varios a la vez, evitar hablar sin que el otro escuche, acordar los temas. Es especialmente importante la gestión de la atención y la disponibilidad para la comunicación: el emisor debe asegurarse de que el receptor está listo e interesado solicitando su atención, y el receptor debe estar alerta a las peticiones de comunicación. Ciertos instantes especiales pueden requerir de un protocolo más o menos formal: saludos, solicitud y cambios de turno, despedidas. Algunas conversaciones tienen roles especiales, como presentador, entrevistador o moderador.

Los actos del habla a veces son intencionales, preparados, meditados, y otras veces son espontáneos, repentinos, irreflexivos. En algunas ocasiones el hablante puede prepararse y ensayar qué va a decir y cómo va a decirlo para conseguir lo que desea: el oyente está en una posición diferente, ya que en principio no sabe cuándo va a recibir un mensaje ni cuál va a ser su contenido. En una conversación oral puede no haber tiempo de preparar respuestas: el hablante puede reaccionar de forma automática, irreflexiva, incluso involuntaria, no sabe por qué dice lo que dice, puede expresar algo que no quería decir (un lapsus, una indiscreción, algo hiriente en una pelea); para evitar errores puede repetir tópicos, evitar contestar preguntas delicadas, cambiar de tema; la habilidad de conversar espontáneamente suele resultar muy valiosa (algunos discursos aparentemente espontáneos en realidad están muy ensayados).

El habla es un acto relacional y social, de unas personas hacia otras, y la comunicación y las relaciones personales y sociales se influyen mutuamente: al hablar tenemos en cuenta nuestras posiciones o estatus relativos (no hablas igual al amigo o al enemigo, al superior o al inferior, al conocido o al desconocido), y el habla contribuye a construir, mantener o destruir esas relaciones (mensajes de amor u odio, alabanzas, ofensas, promesas, garantías de confianza, amenazas, mentiras descubiertas). Gran parte de los actos de habla son simplemente lubricante social, conversaciones intrascendentes cuyo contenido informativo no importa tanto como el mantenimiento de la relación (saludos estereotipados, protocolos, hablar del tiempo). Los actos de habla no suelen ser meros intercambios de datos, descripciones, explicaciones o predicciones sobre el mundo: también incluyen, de forma explícita o implícita, actitudes y valoraciones. La comunicación no se realiza sólo con palabras y frases: también son relevantes y pueden ser muy expresivos la entonación (cómo se dicen las cosas, el tono de voz) y el lenguaje corporal (gestos, posturas); es posible mostrar respeto o desprecio, superioridad o sumisión, interés o aburrimiento.

Las conversaciones pueden ser interacciones estratégicas competitivas o cooperativas: uno puede intentar derrotar al otro, mostrar que tiene razón y que el otro está equivocado, que sabe más que él (sorprenderlo, provocarlo, ponerlo nervioso, forzar un error), o por el contrario puede intentar una alianza, ofrecer reconocimiento, ayuda y confianza mediante gestos de amistad, confirmar sus expectativas, repetir cosas que ya sabe, hacerle sentir cómodo, caerle bien, darle la razón. El uso de ciertas expresiones distintivas permite identificarse como miembro de un determinado grupo ideológico o religioso: cada colectivo tiende a desarrollar su propia jerga específica.

En algunas ocasiones el contenido de la comunicación es menos relevante que el hecho de que se produzca la interacción y cómo esta sucede: un hablante muestra su alto estatus al concentrar la atención de otros durante mucho tiempo; un dictador suelta un discurso interminable y demuestra su poder al tener juntos, quietos, callados y sumisos a un gran número de personas obedientes que deben escuchar sin protestar, y además la actitud inadecuada puede emplearse como un indicador de falta de lealtad.

El lenguaje es una herramienta útil para la coordinación social, pero no sólo es imperfecto, limitado y proclive a errores: además puede usarse para la descoordinación o el engaño con la mentira, la desinformación o la ocultación activa de la verdad (distracción de la atención al hablar de otras cosas). El lenguaje permite también las sandeces, la charlatanería, el fraude intelectual: los estafadores son maestros de la comunicación y las interacciones personales. El demagogo apela a las emociones y ofusca la racionalidad: halaga al oyente y le promete todo; el demagogo y sus seguidores se proclaman mutuamente como los buenos que denuncian a los otros, los malos, los injustos, los inmorales. En ciertos sectores académicos (como la filosofía postmoderna) es típico el uso de un lenguaje oscuro, indescifrable, difícil de comprender, como estrategia de confusión y como señal de pertenencia: los oyentes incautos pueden creer que el hablante es un ser superior que explora ámbitos difíciles, elevados (o profundos), que no están al alcance de todos; los miembros del grupo de estafadores intelectuales reconocen a un colega.

Los jefes de prensa, los portavoces y los expertos en comercialización, imagen y relaciones públicas, son muy hábiles en el uso del lenguaje con las expresiones adecuadas para defender sus intereses y los de sus clientes. Los hablantes construyen y usan redes semánticas complejas con las relaciones entre los términos: las palabras no sólo significan sino que sugieren, tienen muchas asociaciones, algunas positivas y otras negativas. A veces el hablante no desea ser comprendido con precisión porque esta podría revelar algún error, trampa o contradicción: los posibles significados múltiples se utilizan a propósito para poder sugerir simultáneamente varias cosas diferentes y luego poder escoger según las circunstancias qué es lo que se ha querido decir.

En la comunicación exitosa el mensaje se entiende e interesa: no es algo difícil, poco claro, incomprensible; no aburre, no ofende, no es rechazado. En el ámbito de lo cognitivo o racional, las ideas de la libertad son razonables y no son difíciles de explicar, pero chocan contra intuiciones tribales atávicas y sesgos cognitivos muy extendidos. Sin embargo el problema principal del rechazo del liberalismo seguramente está en el lado de los intereses, emociones o preferencias. Los individuos suelen valorar mucho su reputación personal (intelectual y moral), su pertenencia leal a algún grupo, y sus fuentes de ingresos económicos. El liberalismo suele criticar o denunciar problemas en todos estos ámbitos sensibles: hacerse liberal implica reconocer que antes uno ha estado equivocado, y para muchas personas esto no es fácil; el liberalismo es individualista, parece egoísta, ve a los grupos como potencialmente peligrosos por su capacidad destructiva, y puede implicar alguna ruptura de la lealtad con el colectivo del cual formaba parte una persona (la patria, el sindicato, el partido político), con la pérdida de capital social que esto implica; el liberalismo denuncia de forma sistemática las leyes injustas que benefician a unos a costa de otros (subvenciones, proteccionismo, privilegios), y los intereses creados o beneficiarios de la violación de la libertad y la propiedad, que pueden ser muchos y poderosos, seguramente no simpaticen con el liberalismo, rechacen el mensaje e incluso actúen en su contra.

En un próximo artículo espero explorar cómo argumentar mejor las ideas liberales.

4 Comentarios

  1. Como el lenguaje es una
    Como el lenguaje es una herramienta de acción, interacción, persuasión, coordinación y socialización, un libertario puede hacer, interaccionar, persuadir y coordinar con el lenguaje; y un enemigo de la libertad individual puede además usarlo para tribalizar y socializar. Todos podemos, además, mentir y hacer demagogia con él.
    La libertad y la esclavitud no precisan explicación. Los esclavos no suelen agradecer preguntas acerca de porqué prefieren su situación.
    Los libertarios no somos redentores.
    Los enemigos de la libertad son excelentes justificadores.
    ¿Comunicación de la libertad?

  2. Buen artículo, a pesar de
    Buen artículo, a pesar de que el autor confunde lenguaje con lengua y no se imagina qué son los actos del habla. En lo demás, bien

  3. Gracias por el comentario
    Gracias por el comentario lingüista. Es cierto que es posible afinar más y definir lenguaje como capacidad y lengua como un sistema concreto para implementar esa capacidad. Sobre los actos de habla, sí que conozco la teoría de Austin, y no es eso exactamente a lo que me refiero aquí, sino que como economista estudio un tipo particular de acción (acto) que consiste en comunicarse (hablar): quizás acto de habla no sea la expresión más afortunada por esta posible confusión.

    Saludos

    Paco Capella

    • Muchas gracias, estimado Paco
      Muchas gracias, estimado Paco. Queda clarísimo. Esperamos sus siguientes artículos, este tema de lenguaje y libertad es muy vasto.


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