El liberalismo es fundamentalmente filosofía política, un cuerpo de conocimiento ético y económico acerca de la convivencia social de los seres humanos. Muchos de sus defensores son humanistas (gente de letras, economistas, juristas, filósofos, historiadores), aunque desgraciadamente no todos los humanistas son liberales.
Muchos de los críticos del liberalismo (obviamente no los únicos) son gente de ciencias, estudiosos de la naturaleza (físicos, biólogos), ingenieros. Sus ámbitos se caracterizan por el rigor del formalismo matemático y la comprobación empírica controlada. Han tenido grandes éxitos en la comprensión y la manipulación de sistemas simples, y erróneamente extrapolan sus métodos epistemológicos al ámbito de las sociedades humanas, órdenes espontáneos hipercomplejos no diseñables intencionalmente ni planificables de forma centralizada y coactiva. No entienden que la ingeniería social no funciona (el orden no viene de la orden), y no saben apenas nada de economía y ética, lo cual además comparten con la gran mayoría de quienes se consideran expertos en economía y ética (esos humanistas que no son liberales).
Muchos liberales (reales y presuntos) son ignorantes en los ámbitos de las ciencias naturales. Pero algunos (desconocidos o famosos) de forma temeraria critican algunas de las teorías científicas más sólidas, como la relatividad, la mecánica cuántica y la evolución biológica; lo hacen patéticamente, quedando en ridículo intelectual, a menudo por referencias de segunda mano a escritores marginales que se creen genios cuando son locos equivocados. Parecen creer que el ser humano tiene un alma mágica sobrenatural que fundamenta su consciencia y su libre albedrío, y que el bien y el mal son decididos y sancionados por la divinidad. Defienden a sus memes religiosos antes que reconocer la verdad de la realidad: y es posible explicar científicamente por qué lo hacen, aunque no suele servir de nada contárselo (también esto es predecible).
El subjetivismo es perfectamente compatible con el naturalismo. La acción y la elección están integradas en la biología humana como mecanismos de supervivencia. La ciencia cognitiva y la psicología evolucionista explican cómo la mente humana es muy sofisticada pero no requiere milagros para sentir emociones y sentimientos morales, tomar decisiones, preferir, elegir, actuar. No son necesarios imposibles espíritus incausados para dirigir la conducta. La mente no es un misterio insondable, no surge de la nada, es la descripción funcional a alto nivel de la actividad del cerebro. Los seres vivos son agentes autónomos, y los seres humanos son agentes autónomos intencionales (capaces de planificar, de preparar el futuro y no simplemente reaccionar ante el presente). Cada persona toma decisiones particulares por la interacción entre su sistema cognitivo (único en sus detalles, resultado de sus genes y su historia ambiental pasada) y la información percibida de las circunstancias de su entorno (realidad objetiva).
No nos quedemos sólo en las humanidades desconectados del mundo físico, biológico y psicológico. El materialismo naturalista reduccionista es cierto y funciona; no es ningún prejuicio metafísico. Las ciencias naturales sirven de fundamento profundo del liberalismo y es un completo disparate ir en su contra en lo que tienen de correcto. No parece acertado renunciar al conocimiento científico (provisional, revisable, criticable, pero también abundante, preciso, consistente y explicativo) a favor de la superstición. Los liberales somos pocos y sabemos que la mayoría (socialistas y conservadores) están equivocados (o son deshonestos) respecto a la organización social. Pero la analogía no vale en las ciencias naturales: no nos pasemos de listos con nuestra pose rebelde negando lo que ya se sabe; así la gente inteligente no nos tomará en serio y nos hará aun menos caso (si es que eso es posible).
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