La pasada semana, un comunicado referente al fallo del Tribunal Constitucional declaró que si bien sigue siendo delito la difusión de ideas o doctrinas tendentes a justificar un delito de genocidio, o que pretendan la rehabilitación de regímenes o instituciones que amparen prácticas generadoras de los mismos, no lo es la difusión de ideas que nieguen el genocidio.
La filtración sobre la sentencia viene a cuento por el juicio contra Pedro Varela, cabeza visible durante años de la CEDADE, organización pro-nazi, y propietario de la librería Europa, y su condena por "apología del genocidio e incitación a la discriminación, al odio y la violencia raciales".
El personaje en cuestión no tiene desperdicio. Tal y como se relata en la entrevista que le hicieron en el 2006 y que se publica en la página pro-nazi Stormfront, en 1980 recibió financiación de Arabia Saudí por la edición de obras antijudías y antisionistas en árabe y castellano. También organizó un homenaje público a Hitler con ocasión del aniversario de su nacimiento en el Palacio de Congresos de Madrid.
El comunicado deja insatisfechos a todos. Los judíos y simpatizantes consideran que negar el Holocausto debería ser penado por la ley debido a que normalmente va asociado a actitudes y conductas criminales contra ellos. La historia habla por sí sola. La persecución y los pogroms habituales desde el siglo XIV, la prohibición de tener propiedad privada, lo que les relegó a las tareas bancarias y financieras, son ejemplos groseros de la persecución histórica a que han sido sometidos.
Los grupos nazis en parte están encantados, pero consideran querrían tener más libertad para difundir sus mensajes. Como si la idea de que su rechazo a la inmigración nos hiciera olvidar qué tipo de gente hay detrás de una esvástica: o un tonto útil o un racista pro-nazi. La negación del Holocausto es un intento de restar importancia a un drama histórico de verdadera importancia, es negar una realidad. Predicar el odio a los judíos o a cualquier otra raza o religión y justificar su matanza es un síntoma del tipo de persona que uno es: una persona que no considera el derecho a la vida como el más sagrado, que no respeta la libertad de culto y pensamiento, y que en cierra odio en su interior. Lo peor.
Es llamativo que en la citada entrevista se afirme sobre Pedro Varela que, por su carácter, jamás habría cometido ni aplaudido un crimen semejante ni habría incitado a nadie a odiar a nadie. Y a continuación se describe su misión vital: desenmascarar al lobby judío como el gran conspirador mundial que se está haciendo con el poder planetario a costa de la destrucción de los demás pueblos, culturas y naciones. No se me escapa que la trampa de cualquier teoría de la conspiración es que al ser secreta por definición, la conspiración no se puede demostrar, es cuestión de fe, en este caso fe en una falacia que ha llevado al intento de exterminio de un pueblo por razón de su raza y religión.
Ahora bien, por mucho asco que me produzcan las tesis nazis, muy peligrosas que me parezcan y muy pro-Israel que me sienta, esta sentencia, y el tema en general, cuestionan la libertad de expresión. Uno puede pensar lo que quiera pero no puede difundir sus ideas si son nazis. Esa es la idea. Como si el odio llevara necesariamente implícita la acción o te hiciera cómplice. No sólo creo que negar el Holocausto no debe ser un delito, también creo que expresar tu admiración por un asesino de masas, por un ser despreciable, por la peor persona del mundo, no debe ser tipificado como delito.
Pero este tema convoca otro problema recurrente en nuestra sociedad.
Una vez definido mi criterio sobre la libertad de expresión la pregunta que surge de forma inmediata es ¿y qué hacemos con los nazis? ¿Vamos a dejar que campen por sus respetos haciendo propaganda de tal atrocidad? ¿Vamos a darles la oportunidad de convencer a nuestros adolescentes o a cualquiera como hicieron con el propio Varela cuando tenía 17 años? No. Rotundamente no. Pero hay otras vías. Lo que pasa es que no son tan cómodas como el recurso a la ley, al Estado paternal, al nanny state.
¿No le gustan los nazis? Boicotéelos. No les admita en sus tiendas, no les venda sus productos, no compre los suyos, no les contrate, no le venda un piso, no les alquile el Palacio de Congresos, no les conceda un préstamo, no les salude en la escalera… tome posiciones. Manifieste su descontento, hágase responsable de su desprecio hacia los nazis. Hágalo a pesar de las posibles represalias.
Es la sociedad civil, individuo a individuo, quien debería echar a los nazis con su actitud. Refugiarse en las faldas legales del Estado dañando para ello la libertad de expresión es un acto de cobardía. Hay que denunciar los actos delictivos, no las opiniones o la expresión de las mismas por mucho que nos aborrezcan. Incluso me parece una buena idea crear asociaciones voluntarias de ciudadanos financiadas por los vecinos para evitar el asentamiento de nazis en los barrios de manera legal y sin lesionar la libertad de nadie, o patrullas ciudadanas armadas para la vigilancia y defensa ante las agresiones y represalias de estos grupos. Organización civil.
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