Definitivamente la corrupción tiene mala prensa. Cuando se descubre a un político, un sindicalista o un empresario corrupto todos pedimos lo mismo: ¡dimisión! Pero la corrupción es un síntoma que muestra que algo funciona mal.
Cuando cayó el comunismo mucha gente lo atribuyó a la corrupción: el “poder” había corrompido a los camaradas. Lo mismo apuntó recientemente Ernesto Cardenal (revolucionario nicaragüense seguidor de la teología de la liberación y ministro de cultura sandinista a principios de los ochenta): “perdimos la revolución por culpa de burócratas corruptos”. El mismo camino está siguiendo Lula da Silva, presidente de Brasil, que tiene el dudoso honor de dirigir uno de los gobiernos más corruptos de la historia de ese país. Incluso en China, donde la corrupción se castiga con la pena de muerte, tienen fuertes casos de corrupción.
¿La corrupción es una enfermedad del socialismo pues? No del todo. La corrupción es un síntoma que nos indica que en ese lugar concreto donde se produce hay una fuerte represión de la libertad. La corrupción nos muestra un exceso de leyes inútiles que enrarecen el buen funcionamiento de los asuntos económicos. La corrupción no se arregla, pues, con más leyes, pues eso sería incentivarla: la corrupción sólo se puede eliminar con más libertad, y eso significa en el mundo de la economía menos poder político y más libertad para el actor económico individual.
En una sociedad altamente regulada, si no hubiese corrupción, las cosas simplemente no funcionarían. Todas las tareas y procesos se perderían en trámites, aumentarían su coste y se crearía un sistema donde una gran parte del beneficio se lo llevaría el auténtico inútil de la sociedad, el legislador y el funcionario.
¿Eso significa que hemos de permitir la corrupción pues? Evidentemente que no, porque ésta es un coste también —aunque menor que las leyes excesivas e inútiles. La solución radica en simplificar las cosas y tener las leyes básicas que permiten la justicia. Y es que incluso las leyes, bajo un sistema de derecho natural ni siquiera hace falta que sean impuestas por ningún estado. Pueden surgir espontáneamente de la sociedad; y de hecho así funcionó en muchos países de Europa (el “boicot empresarial” es el ejemplo más citado). Actualmente también lo podemos ver con el resurgimiento del derecho arbitral y no sólo en el mundo empresarial, sino también particular. Como dijo el economista austriaco Friedrich von Hayek, no hace falta que las leyes estén escritas siquiera, la mínima condición necesaria para que funcionen es que sean aceptadas por la comunidad; y es que si las leyes suponen una amenaza para el bienestar del hombre, como ocurre hoy día, el sistema entero degenera convirtiéndose en un caos. Imponer leyes vanas, triviales o excesivamente duras sólo crea la reacción contraria a la finalidad deseada.
En el campo de la economía, ¿qué podemos hacer para eliminar el sobrecoste de la corrupción? La respuesta es bastante evidente. Quitar regulaciones a las empresas y eliminar todas las organizaciones regidas por los medios políticos que, casualmente, son las más corruptas: sindicatos, patronal, órganos reguladores que sólo actúan en propio beneficio como la CNMV, Dirección General de Seguros, Banco Central…
¿De verdad cree que estos grupos sirven para algo? No se pregunte qué están haciendo por usted, pregúntese qué le están haciendo y cuanto perjudican su bienestar. Probablemente, por la única razón que conozca a esas organizaciones sea, precisamente, por sus escándalos de corrupción y continuas irregularidades.
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