El Padre Mariana en su obra Del Rey y de la institución real (1598) recomienda las cualidades esenciales que todo príncipe cristiano debe poseer para la mejor gobernación de su futuro reino. Se trata de una suma de valiosos consejos acerca de la monarquía, la educación y los cargos públicos. Dirigida a Felipe III, rey de España, en De rege et regis institutione Mariana explica su celebérrima defensa del tiranicidio. Sus consejos, plenos de modestia y sabiduría, pueden resultar muy útiles para los hombres y mujeres con algún tipo de responsabilidad ejecutiva e incluso para un eficaz desenvolvimiento en cualquier otro aspecto de la vida.
Juan de Mariana analiza en profundidad la gloria, que hoy podríamos entender como el legítimo afán de superación profesional y la voluntad de salir adelante. La gloria es el motor que mueve la acción humana. Los ejemplos de los grandes hombres de la Historia sirven de acicate para la propia evolución personal. No hay en la gloria según Mariana sombra de vacuo aristocratismo sino un certero mensaje contra la envidia igualitaria:
El amor a la gloria es natural en el hombre y existe en todos, porque ¿quién podría haber tan humano y tan fiero que no medite infinitos proyectos para adquirir el aplauso de sus semejantes?…
Abramos los antiguos anales, recordemos las edades antiguas y encontraremos indudablemente que al amor a la gloria debemos la existencia de los más valientes capitanes, de los más prudentes legisladores, de los más sabios filósofos.
…El amor a la gloria no está fundado en la opinión del vulgo, sino en la misma naturaleza humana, y esto lo declara suficientemente el hecho de que este deseo lo tenemos todos.
El autor fija un límite para la gloria: que ésta no desemboque nunca en el oportunismo. Critica a los que hoy denominaríamos profesionales de la solidaridad, siempre pendientes de la audiencia televisiva, y recomienda practicar buenas obras ocultándolas a la vista de nuestros semejantes.
A Mariana le gustan los líderes que comuniquen al equipo los valores que inspiran su dirección y rechaza la desacertada y extendida idea acerca de la excelsa soledad del mando. Lanza además un mensaje para valientes de resonancias casi churchillianas:
Aprenda sobre todo el príncipe a despreciar vanos temores, luche con sus iguales, hable en presencia del pueblo, no huya de la luz, no se aísle del público, no se acostumbre a una vida retirada… Es el miedo la mejor señal de un ánimo abatido, así que desdice del todo la dignidad del príncipe y es del todo contraria a la dignidad de los reyes. Deben exponerse todos los esfuerzos posibles en alejarle y fijar con ahínco en el ánimo del futuro monarca la idea de la infamia y mengua que consigo llevan, a fin de que rechace el miedo al miedo.
El gran jesuita dedica largos párrafos a la mentira, a la que sonoramente detesta.
Advierte las desventajas de la falsedad y observa con temor cualquier clase de disimulo. Dice con donaire que los aduladores son perniciosos camaleones que visten todos los colores, menos el blanco:
Nada hay en la vida humana más excelente que la buena fe, con la cual se establecen las relaciones comerciales y se constituye la sociedad entre los hombres… No negaremos que el príncipe debe ser cauto y guardar esa reserva, que el pueblo suele llamar astucia y fraude, dando a la virtud un nombre que está muy cerca de significar el vicio.
Acerca de la dirección de personas, nuestro autor no admite favoritismos por parte del líder, que debe permanecer alerta distinguiendo entre buenos y tramposos colaboradores:
Ármese de circunspección y prudencia para que no le engañen sus cortesanos, que están acechando todas las ocasiones para cegarle y arrancar de sus manos honores y riquezas, tomando tal vez por juguete a la inocencia ajena y abusando de la sencillez del hombre que verdaderamente vale. No se deje nunca desviar de las leyes de la equidad, no podrá mantener unidos a los altos con los bajos, ni con éstos a los del orden medio si no los tiene a todos persuadidos de que más pueden con él las prescripciones de la justicia que los afectos personales ni la privanza de los que le rodean.
Es aleccionador cómo Mariana presta atención a un aspecto tan moderno como es el lenguaje corporal. ¡Cuántas personas pierden la consideración de los demás apenas despliegan su póquer de gestos! Le desagradan por completo la violencia en los brazos, los labios torcidos y la voz desgañitada:
Las vanas e hinchadas olas se estrellan contra los peñascos, las grandes y generosas fieras no levantan siquiera la cabeza por oír ladrar a un perro. Los movimientos del ánimo demasiado vehementes y el excesivo calor en la palabra, no sólo desdicen de hombres graves, son contrarios a la dignidad y al mando, porque si es implacable la ira, se atribuye a crueldad; si cede, a ligereza y blandura; que es sin embargo preferible.
Del Rey y de la institución real es fuente de múltiples y gratas sorpresas. También el Padre Mariana podría aparecer como precursor del role-playing y las dinámicas de grupo cuando recomienda la exposición pública de asuntos de interés para una ventajosa formación entre los jóvenes (Hágase que dos o tres muchachos hablen en pro, ora en contra, y que uno cómo juez resuelva la cuestión dando el fallo definitivo que le aconsejen su razón y su conciencia…). Éstas y otras técnicas decisorias en las organizaciones que el ilustre talaverano avizoró, serán objeto de un próximo comentario.
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