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Liderazgo y toma de decisiones en Juan de Mariana (y 2)

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El arte de dirigir en De rege et regis institutione es un modelo de recomendaciones perspicaces en torno a la selección de personal, la división del trabajo, la delegación, la creatividad y la naturaleza de la función directiva. Gobernar un equipo parece en múltiples ocasiones una tarea casi titánica, pero los consejos de Mariana quedan cerca de nuestro alcance.

El autor de la Escuela de Salamanca solicita máxima atención en la búsqueda de candidatos idóneos a un puesto de mando. No es cuestión baladí el reclutamiento de personas. Todo influye: rasgos físicos, biografía y proyección de valores íntimos hacia el futuro. Juan de Mariana adelanta lo que más tarde serán las comisiones seleccionadoras para cargos públicos al modo angloamericano:

Es preciso examinar la vida y costumbres de los que van propuestos como empleados antes que se les admita para compañía y servicio del príncipe… Está envuelto el carácter de cada cual debajo de muchos pliegues y como encubierto por un velo; la frente, los ojos, el semblante y más que todas las palabras se prestan mucho a la ficción y la mentira… Los que deben estar en compañía del príncipe son los que pueden llegar a ser esclarecidos capitanes e incorruptibles magistrados…

Yo no confiaría ningún cargo de gobierno a nadie que no fuese antes proclamado al pueblo, para que cada cual tuviese derecho de revelar sus faltas, como hacía en Roma Alejandro Severo.

La experiencia que la edad confiere es útil para los empleos graves; en otros puestos, ser neófito no es motivo de desdoro. Dicen algunos que son ineptos para los negocios hombres que, como los monjes, salen de improviso de las tinieblas a la luz del día –asegura- ¿Hay acaso algo en lo humano que esté completamente exento de vicio? No es partidario en sentido maximalista ni de la tecnocracia ni del amateurismo. Aparte de las cualidades intrínsecas de la división del trabajo, Mariana defiende un argumento sutil a favor de la misma: el reparto de tareas limita la disidencia; la acumulación es el anticipo de la rebelión:

Pues distribuyéndolos entre muchos, son también muchos los que aman al príncipe, obligados por los beneficios recibidos, y siendo muchos los que entiendan en las cosas públicas, ha de ser menor el deseo de innovarlo y reformarlo todo.

Somos lo que hacemos, no lo que dicen (o decimos) que somos o hacemos. Importa finalmente la obra bien hecha. Lo demás, moral aparte, son añadidos de breve virtud. El Padre Mariana ofrece en todas las ocasiones una magna lección de praxeología:

¿Nos metemos acaso en si son o no buenos ciudadanos los que nos calzan, los que nos construyen la casa donde vivimos, los que nos forjan las armas o los instrumentos de labranza? ¿No nos basta acaso saber que entienden bien de su oficio?

Resalta el jesuita cuestiones de mucho juicio acerca de la delegación. Delegar no es abdicar. Se delega el quehacer pero nunca la responsabilidad. Ante la delegación, que fomenta el desarrollo individual, los colaboradores honrados y atentos merecen una oportunidad. Quien delega tiene la obligación de enseñar al que ignora. El ejemplo episcopal es de inexcusable cumplimiento; el manager debe ser un experto al que los suyos puedan acudir:

La silla del obispo no lleva el nombre del trono ni de tribunal, sino de cátedra, y esto es, a no dudarlo, para que se acuerde de que su más principal deber es la enseñanza, y no ostentar el aparato del príncipe ni hacer las veces de juez, debiendo estar siempre convencido de que sería más útil para la república y aún para sí mismo que si algo hubiese de delegar a varones prudentes, fuesen todas las funciones anejas al cargo, menos las de enseñar e instruir a su rebaño…

La libertad de opinión propicia la creatividad, recurso imprescindible para el progreso en las organizaciones. Pocos han explicado como Mariana el verdadero significado profundo de la técnica de la tormenta de ideas o brainstorming:

¿No puede además el príncipe elegir sus consultores?…si se me da a elegir, prefiero un príncipe torpe que oiga, a otro agudo y perspicaz que no admita mas que sus propias convicciones…

Si cuando pide el príncipe consejo, olvidándose alguno de su posición y de la majestad que ante sí tiene, manifestase con demasiada libertad su parecer, creo que debe el príncipe dispensárselo, pues nadie debe ser castigado por su libertad en hablar, por más que haya emitido una opinión necia y ridícula. ¿Cómo no ha de faltar quien trate de persuadir si hay en querer persuadir peligro?

¡Que delicia leer a nuestro gran autor con ese estilo suyo tan visual, tan cinematográfico por momentos! Parece que estamos viendo in situ los pasos del príncipe inteligente que evita el tramposo dominio, tan omnipresente, de la presunta excelencia profesional que sirve de coartada para ejercitar la perversión en el trato a los demás. Del rey y de la institución real desenmascara a los culpables:

Las palabras "aborrézcanme, pero teman" son solo propias de un tirano. Raras veces puede un príncipe sobrellevar el odio de su pueblo; preséntese siempre humilde, así en el traje como en el continente, haga bien a todos, y si no a muchos, de a cuantos pidan, o cuando menos no les quite la esperanza de alcanzarlo; manifieste su buen deseo en concedérselo, haláguele con palabras blandas, procure que nadie se aparte de su vista triste y abatido, recuerde siempre que se hace pesadísimo ver unida a la supremacía del poder la dureza en el trato y la aspereza en las palabras.

Juan de Mariana conocía sobradamente las razones del alma humana. Quizá sus previsibles labores de confesor le ayudaron en gran medida a descubrirlas. Aquí aparece un gran retablo de la gloria y el error entre los hombres. El líder more aristotélico templa, compadece y vigila. No se vislumbran soluciones al contado ni sofistería banal sino manantiales de sabiduría para las horas de la vida.

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