La agrupación HIJOS, dejémoslo ahí, comenzó a convocar a sus miembros frente a las puertas de los miembros de la dictadura argentina que no habían sido juzgados. Si la administración de justicia no iba a hacer lo propio con su nombre, ellos sí estaban dispuestos a dar contenido a esa justicia. Con la declaración de culpabilidad en las pancartas, se arremolinaban frente al domicilio del protagonista y le lanzaban gritos, improperios, acusaciones. En comandita. Todos los mensajes impresos, vociferados, eran importantes, pero el principal, el verdadero mensaje que les convocaba, que iban a entregarle sin firma y sin sello, es esa vieja expresión: sé dónde vives, me he quedado con tu cara. En lunfardo, esa jerga bonaerense, a esa reunión de hijos se le llamó escrache.
Llamarlo escrache es importante. Porque, de no hacerlo así, tendríamos que utilizar una palabra del español y llamarlo acoso. Aquí, una organización pantalla autodenominada Plataforma de Afectados por la Hipoteca adoptó el método y el nombre. Actúan sobre un drama real, el de la gente que es incapaz de hacer frente a su deuda hipotecaria, actúan de altavoz de las personas que sufren las consecuencias, y por medio de los acosos vuelcan el sentimiento de condolencia, incluso de indignación, contra el Partido Popular y contra sus miembros más destacados. Contra el Partido Popular, no contra el Gobierno, ya que el primer acoso fue frente a la casa de su secretario de comunicación, Esteban González Pons, que no forma parte del Ejecutivo.
Más allá de las motivaciones políticas y de las viejas y nuevas tácticas de la izquierda, la cuestión aquí es la legitimidad de los acosos y la respuesta posible. Soraya Sáenz de Santamaría es vicepresidenta del Gobierno, es diputada por Madrid y es miembro de la dirección del Partido Popular. Forman parte de la persona de Sáenz de Santamaría, en su sentido más original. En el teatro clásico, en ocasiones los actores llevaban una máscara que llevaba una bocina, que ayudaba a proyectar su voz. A esa bocina se le llamó, en latín, per sonare, y se identificó con la máscara, de ahí con los personajes de la obra, y, por extrapolación, con el papel que juega cada persona en la sociedad en que vive. Pero además de ese papel público, de esa persona, Sáenz de Santamaría y demás políticos del Partido Popular tienen una vida privada. Es el mismo individuo, pero son dos ámbitos distintos. El ámbito que comparte con la sociedad está abierto a la pública discusión, al debate propio de una sociedad abierta. Los promotores del acoso consideran que eso no es suficiente. Y rompen esa barrera moral que separa los dos ámbitos para entrar en el plano privado. Cada vez que oigamos, o incluso pensemos, que hay que respetar la vida privada de alguien, tenemos que recordar que los promotores de los acosos no lo hacen.
Ese es un elemento del acoso. El otro es la violencia. En el primero de los practicados aquí aporrearon la puerta de la casa de Esteban Pons. Los que defienden los acosos, al menos los que se hacen contra miembros del PP, dicen que son una muestra de la libertad de expresión. Más bien, como aquéllos «interrogatorios reforzados» del Ejército estadounidense, los acosos son «libertad de expresión reforzada». Coacción es el uso o la amenaza de uso de la violencia física. Si se acusa a una persona, en su domicilio, de ser responsable de un agravio propio y se hace gritando y en compañía de una masa enfurecida, ¿es posible no entenderlo como una amenaza? Aquí entra el criterio de cada cual. Pero es claro que si se recurre al acoso es porque la víctima lo puede entender, razonablemente, como una amenaza. En un acoso, una señora portaba un cartel que decía: «¿Qué es violencia? ¿Echarme de casa o ir a tu puerta?». Que, curiosamente, es el origen de los acosos pero dado la vuelta: aquí es la aplicación de la justicia es lo que se considera motivo suficiente para recurrir a él. Hay quien entiende, desde su estricta militancia izquierdista, y siguiendo una larga tradición, que es violento, pero que el recurso a la violencia es legítimo, si el objetivo es de progreso.
Con todo, más allá de unos golpes en la puerta, los gritos son un primer paso al que no ha seguido el segundo, el de la violencia física. Los defensores del acoso no lo llaman así, y habitualmente dicen que son un acto pacífico. No hablemos del derecho positivo, sino de la legitimidad de los actos. Este es un terreno movedizo. Si las calles fueran privadas, sus dueños pondrían, legítimamente, poner normas para su uso. Pero como son públicas, no está tan claro qué límites pueden poner al ejercicio de otros derechos. En principio, no podemos prohibir que una persona se presente frente a la casa de otra. Tampoco que lo hagan varios. No podemos prohibir que manifiesten sus ideas frente a otro ciudadano, ni podemos hacerlo cuando son más de uno. Luego, aunque los convocantes y el protagonista entienden, los dos, que es un acto violento, no está claro que deban prohibirse.
Ahora bien, eso no quiere decir que la víctima de los acosos no pueda defenderse. Recordemos ahora que los acosadores han roto la barrera de la vida personal. La víctima, sola o, como ellos, en compañía de otras personas, puede sacar fotografías de los acosadores. Serían la imagen del acoso. Cada uno de sus rostros. Con esfuerzo, paciencia, suerte, pericia, se podrían identificar a aquéllas personas. Y, gracias a Internet, colocar los perfiles de cada uno de ellos. No hace falta hacer de ello una red social, nada de eso. Es la libertad de expresión, ahora sin refuerzo.
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