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Lo que faltaba: ahora los especuladores amenazan nuestro glorioso Estado del Bienestar

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A nadie se le debería escapar que unos mismos fenómenos despiertan muy distintas, incluso contrapuestas, interpretaciones. La crisis es un caso que refleja perfectamente este hecho, y la actualidad económica española, en concreto los recortes de gasto público anunciados por Zapatero, nos ofrece un ejemplo que sirve muy bien para ilustrar esta cuestión.

Lo que para unos es la evidente manifestación de la pésima gestión de la política económica de la Administración actual, para otros es la evidente manifestación del peligro y la perversión que representan unos mercados financieros descontrolados. Veamos, paso a paso, el razonamiento que hay detrás de este segundo argumento, sostenido por cierta parte de la izquierda y por no pocos economistas, algunos de ellos considerados de prestigio.

En primer lugar, para éstos el origen de la crisis se encuentra en un sistema financiero y bancario desregulado y libre -gracias a las desregulaciones de la época Reagan y el “ultra-liberalismo” de Alan Greenspan- sin apenas control ni supervisión pública, y animado por la revolución de la nueva ingeniería financiera y los productos financieros sofisticados de Wall Street.

Los agentes en este mercado –if left to themselves– son inherentemente proclives a asumir demasiados riesgos y apalancamiento en un contexto de expectativas optimistas, lo que probablemente sumado a una excesiva ambición y avaricia, da lugar a la fase de auge del ciclo: exuberancia irracional, burbujas, etc. Pero esto llega a su fin tan pronto como llega la desconfianza y se instala el pesimismo en los agentes, lo que puede llevar a colapsos, pánicos y, en definitiva, crisis. Así se manifestaba recientemente Nouriel Roubini.

En segundo lugar, los descalabros producidos por los mercados financieros y Wall Street conducen a serios problemas que ponen en serio peligro al sistema bancario, lo que afecta al crédito, puede poner en peligro los ahorros de los ciudadanos y, por tanto, afecta a la economía real y a la gente de Main Street. Por ello, al gobierno no le queda otra y se ve obligado a salir en rescate a la banca para ayudar al ciudadano medio, lo que inevitablemente genera aumentos importantes en el déficit y la deuda pública.

En tercer lugar, los beneficiados de esos rescates (banqueros, inversores, especuladores…) muestran su verdadera cara y maliciosamente se vuelven contra los gobiernos y el déficit, lanzando ataques especulativos (la retórica usada no es casual ni elegida al azar), ya sea contra la deuda soberana, los mercados bursátiles o la moneda de un país o conjunto de países (Zonaeuro).

Como consecuencia, se produce un aumento notable del coste de financiación de la deuda de estos países que han sido atacados (disparando los tipos de interés a niveles nada “razonables”), lo que pone contra las cuerdas a los gobiernos y las cuentas públicas, deterioradas precisamente por culpa de quienes ahora les están atacando. A medida que aumenta la presión de los mercados internacionales, los gobiernos deben acceder a reducir el déficit y los “derechos sociales”. Y así es como los mercados y especuladores acaban poniendo de rodillas a los gobiernos, amenazando nuestro glorioso Estado del Bienestar, progreso social y calidad de vida.

Al margen de ciertas inconsistencias, incoherencias y non sequitur en este análisis, la clave descansa en el primer punto: asumir que es la libertad económica la que genera los ciclos como el actual. Por el contrario, lo que otros autores han sostenido, y lo que parece más sensato pensar a la luz de la evidencia empírica y la teoría (o cierta teoría), es que es precisamente la intervención pública en muy diversos ámbitos, pero especialmente en el sistema monetario y bancario, la que genera estos ciclos. Las razones que explican la actual crisis, desde este enfoque, ya han sido suficientemente explicadas, además de respondidas las tesis intervencionistas.

Pero hay mucho más que añadir a la crítica del razonamiento anterior. Primero, los rescates públicos a la banca no eran inevitables, y existían otras alternativas, como han propuesto Rallo y Rodríguez Braun en “Una crisis y cinco errores”, o Philipp Bagus. Segundo, resulta poco serio hablar de “ataques” especulativos: si éste fuera el caso, debiera probarse. Más bien, parece que los inversores huyen de lo que consideran más arriesgado, y descuentan con bastante acierto la realidad oculta para muchos.

Para los defensores de las tesis anteriores, parecería que los problemas fiscales y de insolvencia de España son sólo fruto de la actividad de esos especuladores. Un tentador chivo expiatorio para justificar un déficit público disparado, un gobierno incompetente, y un Estado del Bienestar difícilmente sostenible. Como afirma Philipp Bagus en un reciente artículo, “la crisis, con su brutal incremento en la deuda pública, es un salto adelante hacia el inevitable colapso del Estado del Bienestar”.

En suma, no parece aceptable la conclusión de que los mercados financieros libres y la especulación estén amenazando nuestra calidad de vida. Más bien son los gobiernos y sus acólitos quienes actúan más irresponsablemente, suponiendo la mayoría de las veces un lastre para el progreso económico y el aumento en la calidad de vida. Puede que durante años este lastre fuera camuflado y escondido por la “economía de la burbuja”. Pero eso ya acabó.

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