Las teorías modernas del desarrollo y del crecimiento no son exactamente lo mismo. Se considera que las primeras son aplicables a las economías de mercado avanzadas, mientras que las segundas enfatizan el papel de los factores no-económicos y los "fallos del mercado" en los países menos avanzados. Ahora bien, muchos de los presupuestos de la teoría del desarrollo tienden a converger con las nuevas teorías del crecimiento, especialmente con los teóricos endogenistas. Precisamente, con el auge de estas nuevas teorías endogenistas del crecimiento han perdiendo fuelle paulatinamente las del desarrollo.
Los presupuestos en que se asienta la teoría del desarrollo son tres: competencia imperfecta, exceso de fuerza de trabajo y rendimientos crecientes, compartiendo con los endogenistas tanto la inferencia de que los rendimientos son crecientes como la existencia de externalidades tecnológicas fruto del "aprendizaje haciendo".
Peter Bauer comienza su libro Crítica de la teoría del desarrollo fijando la obra embrionaria de esta teoría en el "círculo vicioso de la pobreza", postulado por el profesor Ragnar Nurske. Esta tesis, la del círculo vicioso de la pobreza, pasa por ser una de las más destacadas dentro de la teoría del desarrollo.
El círculo vicioso de la pobreza (…) puede resumirse en la vulgar frase: "un país es pobre porque es pobre". Quizá las más importantes relaciones circulares de esta clase son las que afligen a la acumulación de capital en los países atrasados. La oferta de capital se halla regida por la capacidad y disposición de ahorrar; la demanda de capital depende de los incentivos para invertir. Existe una relación circular en ambos lados del problema de la formación e capital en las zonas del mundo dominadas por la pobreza.
Del lado de la oferta, hay una escasa capacidad de ahorro, debido al bajo nivel de la renta real. La baja renta real es el reflejo de la baja productividad, que a su vez se debe en gran parte a la falta de capital. La falta de capital es una consecuencia de la escasa capacidad de ahorro, y de esta forma se completa el círculo.
Del lado de la demanda, puede que la propensión a invertir sea baja debido al escaso poder de compra de la gente, debido a su baja renta real, que a su vez proviene de una baja productividad. El bajo nivel de productividad, sin embrago, es una consecuencia de la escasa cantidad de capital utilizada en la producción, que a su vez puede ser causada, o por lo menos en parte, por la escasa propensión a invertir.
Ragnar Nurske, Problems of capital Formation in Underdeveloped Countries, Oxford, 1953, pp. 4 ss.
Nurske concluía cuáles eran las consecuencias lógicas de este círculo vicioso: la "ampliación de la brecha", de tal forma que "se sigue de la tesis que estas diferencias de renta per capita tienen que aumentar, porque mientras los países desarrollados progresan los países subdesarrollados están estancados o incluso retroceden".
Bauer se mostraba muy crítico con esta teoría, pues de ser cierta, "innumerables individuos, grupos y comunidades no podrían haber pasado de la pobreza a ser ricos. (…) Pero la tesis también se refuta por la existencia de países desarrollados que empezaron siendo pobres, con rentas per capita bajas y bajos niveles de acumulación de capital, esto es, con las características que ahora definen a los países subdesarrollados".
Por su parte las teorías modernas del crecimiento surgen a partir del modelo de Harrod (1939) y Domar (1946) que suele enseñarse en la actualidad como un caso particular del de Solow, con el que se inauguró la teoría del crecimiento neoclásico. Para Solow, la inversión era, en el mejor de los casos, una "condición necesaria pero no suficiente" en el crecimiento económico, dado que la mayor contribución al crecimiento no son los factores de producción (que identificaba como capital y trabajo) sino el elemento de innovación tecnológica. Nunca antes de los trabajos empíricos de Solow se había medido la contribución de los factores de producción al producto total; con la particular conclusión, además, de que el elemento que en mayor medida hacía crecer la relación cantidad de producto obtenido por unidad de trabajo (Y/L) era precisamente el factor tecnológico. De ahí que en sus últimos trabajos, Solow resalte la importancia para el crecimiento económico de actividades como la investigación, la educación o la salud pública. Además de considerar el factor tecnológico como exógeno, admite la ley de rendimientos marginales decrecientes. De ahí que las tasas de crecimiento económico elevadas de manera permanente no se conseguirán si no es con innovaciones tecnológicas continuas, pues los rendimientos marginales del capital tienden a ser decrecientes.
El modelo de Solow siguió predominando hasta el surgimiento de la teoría endogenista, "nueva teoría del crecimiento" o "nuevo paradigma". Se considera como precursores de este nuevo enfoque a Paul M. Romer y a Robert E. Lucas. En la actualidad, esta representa la corriente principal en las teorías de crecimiento económico a largo plazo. Sostienen, como indica el propio nombre de la escuela, que el crecimiento es un resultado endógeno del sistema económico y no al revés.
Para endogenistas como Romer, es vital en el crecimiento a largo plazo la acumulación de conocimientos. El conocimiento, cuando se internaliza en el proceso productivo (como insumo), tiene productividad marginal creciente y efectos positivos externos (externalidades positivas). Por el contrario, la "producción" de conocimientos tiene rendimientos decrecientes. Romer se basará en Smith y su fábrica de alfileres (con la que se ejemplificaban la especialización y división del trabajo) para ilustrar las posiciones de los rendimientos crecientes, echando así abajo uno de los supuestos de Solow. Otras diferencias con este modelo son que no hay competencia perfecta sino monopolística, se supone libre comercio internacional y una participación activa del gobierno para garantizar el crecimiento.
El modelo alternativo al de Solow, propuesto entre otros por Romer, destaca que las tasas de rendimiento no decrecen, sino que aumentan. Además, el antiguo modelo de Solow presuponía que las tasas salariales y la relación capital-trabajo tendían a converger entre los países. Para los endogenistas, la productividad del trabajo (Y/L) crece sin límites, a una tasa creciente en el tiempo. No se produce, por ello mismo, necesariamente convergencia entre países, siendo así que el crecimiento puede perfectamente ser elevado de forma consistente en los países más ricos, y bajo o nulo en países menos desarrollados.
Romer publica un segundo estudio en 1990 que complementa al primero, en el que introduce el factor del capital humano (H) a los inputs del modelo de Solow (A, K, L). De ello colige que sus implicaciones en la convergencia pueden esquematizarse del siguiente modo: los países o economías con un stock de capital humano más grande "experimentarán un crecimiento más rápido". Así pues, las economías con mayor capital humano son más susceptibles de producir crecimientos más elevados que aquellas que simplemente tienen más población. La población no es la clave.
Este argumento se basa en tres premisas: el cambio tecnológico es la base del crecimiento económico; el cambio tecnológico proporciona un incentivo para una continua acumulación de capital, y la suma de ambos muestra el incremento de producción por hora trabajada. Dado que el cambio tecnológico genera incentivos en la acumulación de capital y las personas actúan en respuesta a estos incentivos, el modelo es endógeno y no exógeno.
Interesantes como son todos estos estudios llama la atención el defectuoso instrumental que utilizan todos estos nuevos modelos del crecimiento que hemos presentado, especialmente en lo que se refiere a los conceptos de capital humano y "capital". Lo primero que hay que subrayar es que el trabajo se hace productivo liberando la capacidad empresarial. Es por ello que "capital humano" y educación formal no pueden ser dos conceptos ni remotamente equivalentes. Una educación formal demasiado extendida en el tiempo o alejada de la situación económica en la que se encuentra la población y la propia economía constituye un despilfarro de recursos, más aún en aquellas situaciones en que esta "educación formal" no pueda ser empleada con provecho a través de la actividad empresarial. Cuando además la fijación de contenidos y la administración de la educación formal se realiza en gran parte de forma monopolística por los poderes públicos, la divergencia entre ambos conceptos es si cabe aún mayor.
Por lo que se refiere a la utilización del término capital, los modelos antedichos tienen un marcado concepto orgánico del capital (bienes producidos que sirven para producir). Pero en la economía real, capital es, como señaló Carl Menger, el valor monetario de los factores puestos en una empresa a producir para obtener ganancia. Para que exista capital se necesita, pues, la existencia de empresas y toda la serie de instituciones que configuran un sistema de mercado (precios libres, propiedad privada de los factores, mercados de capitales…) Los bienes de equipo no producen riqueza por sí mismos. Tienen que estar integrados en proyectos empresariales y ser económica y eficientemente utilizados para producir riqueza. Es por ello que los factores que se incorporan como activos en las empresas no tienen que ser necesariamente "bienes producidos": capital pueden ser unos trabajadores investigando, un recurso natural cuya utilidad económica no había sido descubierta hasta entonces o, también, unos bienes de equipo dentro de uno o varios proyectos empresariales que lo demandan. Es en este contexto cuando se aprecia mejor el trabajo de Hernando de Soto o Peter Bauer y su constatación del gran volumen de "capital en potencia" que existe en las zonas subdesarrolladas y que sencillamente no es puesto en producción por el deficiente entorno institucional existente, situación de la cual tienen culpa tanto los gobernantes como los teóricos del desarrollo que tan alegremente abrazan la planificación socialista.
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