«Mil quinientos veintiuno, y en abril para más señas, en Villalar ajustician a quien justicia pidieran». Estos versos los escribió el poeta leonés Luis López Álvarez en 1972, y musicados por el Nuevo Mester de Juglaría en 1976, convirtiendo Castilla: canto de esperanza en un himno para varias generaciones de castellanos. Pero, ¿cuáles fueron los hechos que precedieron aquel 23 de abril de 1521, hace hoy 503 años? Veámoslo.
La idea esencial es que la revuelta de los comuneros de Castilla fue inicialmente una revuelta de la burguesía industrial castellana, quizás precursora de las que sí triunfarían en el siglo XVIII en Francia y en Estados Unidos. Por desgracia, la revuelta cambió de piel cuando, aprovechando la coyuntura, se añade la sublevación de los siervos contra la nobleza, que le otorga esa visión de revuelta feudal que tiene actualmente en el imaginario colectivo.
Pero repasemos en primer lugar el contexto histórico. Tras los eventos históricos más icónicos del reinado de los Reyes Católicos (toma de Granada y descubrimiento de América, año 1492), Isabel y Fernando reinan en Castilla hasta la muerte de Isabel (1504), quedando luego Fernando como regente hasta su muerte (1516), a pesar de que Juana y Fernando se habían ya coronado como reyes (1506). Fernando fallece el mismo año de su coronación, y Juana queda internada en Tordesillas, supuestamente por loca, en 1509.
Cambio económico en Castilla
Así, a la muerte de Fernando, se corona como rey Carlos I (de España, y V de Alemania), hijo de Juana y Felipe, a la edad de 16 años. Nacido y criado en Gante, no dominaba el castellano con fluidez, prefiriendo expresarse en francés y flamenco en su vida diaria. Esto, unido a su juventud e inexperiencia, y a su ánimo de resultar elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, un título que anteriormente había ostentado su abuelo, Maximiliano I, generarán la desconfianza de los castellanos.
El reinado de Isabel y Fernando fue tan prolífico en lo referente a la extensión territorial, que los importantes cambios sucedidos en los ámbitos social y económico se pasan frecuentemente por alto. Desde el punto de vista social, hay que recalcar el favoritismo mostrado por los reyes hacia la baja nobleza, compuesta por hidalgos, caballeros y letrados, frente a la alta nobleza, a la que obligaron a devolver ciertas rentas que los reyes consideraban usurpadas y a la que desplazaron del poder mediante el Consejo Real.
Por otra parte, se observaba un crecimiento de la clase media, formada principalmente por mercaderes que se enriquecían gracias al comercio internacional de lana y que aspiraban a integrarse en la nobleza. Por su parte, desde el ámbito económico hay que destacar los privilegios concedidos a la Mesta y el auge de la industria textil en las ciudades.
Revuelta de los comuneros
Y estos son precisamente los tres factores que determinaron la revuelta de los comuneros y su posterior desarrollo. La Mesta fue una poderosa organización ganadera establecida en la Corona de Castilla en el siglo XIII por el rey Alfonso X. Su consolidación como institución se dio en los siglos siguientes, y adquirió un gran poder durante el reinado de los Reyes Católicos, cuando obtuvo una serie de privilegios y concesiones que fortalecieron su posición y contribuyeron a su dominio sobre la ganadería en Castilla. La política de exportación de lana de la Mesta perjudicaba a los industriales castellanos del textil, creando un conflicto de intereses entre exportadores e industriales que exacerbó las tensiones comerciales, especialmente con Burgos, principal exportador de lana.
La crisis económica que se produjo entre 1504 y 1506 no produjo otra cosa que el incremento de las tensiones sociales: las malas cosechas, el hambre y la presión fiscal insostenible alimentaron el descontento popular. Dicho descontento se concentra en la región central de Castilla, que está menos expuesta al comercio: Toledo, Segovia, Salamanca, Guadalajara, Valladolid, Zamora o Toro, por citar algunas. El descontento de las ciudades se hace evidente en las Cortes de Valladolid de 1518 y Santiago y La Coruña de abril 1520, donde ya le discuten al rey sus ánimos imperiales.
Oposición a los planes del Rey
Es en esta última Corte donde se presenta el manifiesto redactado por los frailes de Salamanca, que representa una firme oposición a las Cortes convocadas por el Rey. Y marca el punto de partida del movimiento comunero. En ella, se delinean tres ideas principales: el rechazo a cualquier nuevo tributo, la negativa a aceptar la imposición imperial y la necesidad de que las Comunidades actuaran en defensa de sus intereses si fuera necesario. Así, surge por primera vez el término “Comunidad”, abarcando a las instituciones nacionales, los municipios, los ciudadanos y el bien común.
Comuneros: carta de los frailes de Salamanca
Como se ve, una revuelta de la sociedad civil contra el poder absolutista real, que en la visión del historiador Joseph Pérez supone un adelanto de lo que el pensamiento ilustrado del siglo XVIII tardaría todavía dos siglos en plantear.
En abril y mayo de 1520 se inician las revueltas en Toledo y Segovia, y con ello emergen los comuneros como un ejército de las ciudades, liderados por Juan Bravo (un caballero segoviano), Juan de Padilla (un noble toledano) y Francisco Maldonado (un letrado salmantino). El carácter urbano e industrial de la revuelta duraría solo unos meses: el 1 de septiembre de 1520 los súbditos del conde de Buendía se levantaron, cambiando el cariz de la revuelta, inicialmente liderada por mercaderes pero transmutada ahora en un levantamiento popular contra la aristocracia opresiva. Quizás por ello, Burgos decide retirar su apoyo a la revuelta, seguida del clero que, a pesar de sus críticas iniciales al rey, vuelve ahora a respaldarlo.
Comuneros: derrota en Villalar
La revuelta encontró su fin el 23 de abril de 1521, cuando el ejército imperial derrota al ejército de los comuneros en la batalla de Villalar, aprovechando la superioridad de la caballería noble y la fatiga de la infantería comunera tras una larga marcha bajo una fuerte lluvia torrencial. Los líderes de la revuelta, Padilla, Bravo y Maldonado, quienes justicia pidieran, fueron ajusticiados.
No es descabellado pensar que esta revuelta, de haber sido exitosa, podría haber limitado el poder real. Habría evitado su posición de institución extractiva, que en juicio de quien esto escribe, supuso el retraso económico del país en relación con otros de nuestro entorno. Más allá de estos juicios de valor subjetivos, es un hecho objetivo que las consecuencias de la derrota comunera fueron devastadoras. La industria textil del centro de Castilla sufrió graves daños, sumiendo a la región en una profunda depresión económica. Además, las ciudades rebeldes tuvieron que hacer frente a enormes indemnizaciones por los disturbios, prolongando aún más la crisis económica durante varias décadas.
En términos sociales, la revuelta comunera no logró establecer una clase media urbana que se distinguiera claramente de la nobleza y los siervos rurales. Esta falta de desarrollo económico significativo dejó a Castilla y España rezagadas, perdiendo la oportunidad de embarcarse en un camino de progreso, que no hizo sino empeorar con el siguiente siglo de guerras.
Ver también
La Europa de Carlos V. (León Gómez Rivas).
Los movimientos antifiscales como motor de la historia. (Juan Navarrete).
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