El informe Stern ha sido el primero de cierta importancia, digamos, institucional sobre el calentamiento global encargado a un economista. El Gobierno británico quería saber cuánto costaría el fenómeno y cuánto costaría evitarlo. Hasta entonces, los análisis venían a decir que no venía a cuenta estabilizar las emisiones de CO2, aún en el supuesto de que fuera posible, porque los costes eran superiores. Pero llegó Stern y, con él, un nuevo mantra convenientemente agitado por los ecologistas sandía: por un 1% del PIB mundial todos los años, nos ahorramos unos gastos del 20% del PIB mundial dentro de unas décadas. Lo asombroso no es ya que las conclusiones fueran contrarias a las de otros economistas, sino que lo fueran en un grado tan enorme. ¿Cómo se consiguió semejante milagro?
La respuesta es sencilla: exagerando los costes de no hacer nada y disminuyendo los de actuar hoy. La principal crítica que se le ha hecho es optar por una tasa de descuento irreal y extremadamente baja. El problema es que las personas normales y corrientes, cuando escuchamos esto, nos quedamos con cara de idiota. La tasa de descuento no es más que el tipo de interés cuando lo empleamos para calcular al revés. Es decir, si el interés está al 4% anual y se tienen 100 euros en el banco, el año que viene tendremos 104, es decir 100*(1+0,04). Pero si lo que queremos es tener 100 euros en el banco el año que viene, ¿cuánto debemos ingresar hoy? La respuesta es que ha de ser 100/(1+0,04), es decir, 96,15€. Bueno, pues cuando se usa el interés para hacer este tipo de cálculos, los economistas, supongo que por fastidiar a los legos, lo llaman tasa de descuento.
Stern considera que, moralmente, sería injusto para las generaciones venideras emplear una tasa de descuento alta, léase realista, porque colocaríamos nuestras necesidades por encima de las suyas. ¿Por qué? Volvamos al ejemplo, pero más a lo bruto. Si damos exactamente la misma importancia a las generaciones futuras que a las actuales, un ahorro de 100 euros dentro de cien años merecería la pena aunque nos costara 99 hoy (de hecho, empleando el 0,1% de Stern eso es justo lo que nos daría). En los términos del informe, significa que los costes que tendrán las catástrofes predichas por los creyentes en el apocalipsis climático para dentro de varias décadas tienen el mismo valor que si sucedieran hoy mismo.
Tratar la tasa de descuento como un problema moral es un error; los seres humanos, los de hoy y los del futuro, preferimos tener algo ahora que tenerlo más tarde. Así ha sido desde que el mundo es mundo. Sólo ahorramos cuando se nos ofrece algo suculento a cambio. Por ejemplo, un interés del 4%, que es la media histórica y la que se utiliza habitualmente. Cuando se emplean cifras absurdamente alejadas se obtienen resultados absurdos. Pero aún si se tratara de un asunto moral, la cosa no es tan sencilla. En el futuro, la humanidad será más rica, y los costes brutales que esos desastres provocarían hoy serían para ellos algo mucho menos importante. El gasto que propone Stern es un impuesto que redistribuye de los relativamente pobres que somos nosotros ahora a los relativamente ricos que serán dentro de cien años. Y luego dicen que los liberales somos insensibles con los pobres.
Además del lioso asunto de la tasa de descuento, Stern hace otras cosas, que se resumen en que siempre escoge la peor opción. Demográficamente, elige un modelo del IPCC tremendamente irreal, con muy poco crecimiento per cápita pero mucho aumento de la población, especialmente en latitudes bajas donde sería más perjudicial el calentamiento global. No tiene en cuenta la capacidad de adaptación del hombre hasta unos extremos ridículos: no piensa en la posibilidad de que se construyan presas contras las inundaciones, o que los granjeros cambien los granos que siembran al no ser los actuales adecuados para el nuevo clima o que la gente no se morirá de calor porque se adaptará progresivamente a la temperatura; al fin y al cabo, los españoles estamos mejor adaptados que los suecos. El caso es que, con estos trucos y otros parecidos, amplía el coste del 3% para el 2100 calculado por Nordhaus, y que ya está entre las estimaciones más altas, hasta llegar a un 20%.
En fin, Stern fue uno de los economistas que en los 80 predijeron que sucederían grandes desastres si se adoptaba la política propuesta por Thatcher. Habría que hacerle ahora el mismo caso que se le hizo entonces.
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