Los que denuncian que los políticos de los distintos partidos nunca se ponen de acuerdo se equivocan. Sí que lo hacen, y mucho más a menudo de lo que pensamos: siempre que tienen que defender a su casta, es decir, sus privilegios. Lo que pasa es que el ciudadano no es consciente de ello o no quiere serlo.
Salvo excepciones sin credibilidad, todos los eurodiputados se han opuesto frontalmente a reducir sus privilegios, entre ellos los vuelos en preferente. Alejo Vidal Quadras argumentaba: "Volar hasta 300 veces al año requiere unas condiciones físicas adecuadas intrínsecas a nuestro trabajo". Y todos nos preguntamos: ¿alguien obliga a punta de pistola al señor Vidal Quadras a ser eurodiputado?
Desde luego, el saneamiento de las cuentas públicas y la legitimidad de la política no pasan por quitar a los políticos unos cuantos vuelos en primera clase o quitarles el coche oficial. Ni muchísimo menos. Esto es el chocolate del loro. Nuestro problema principal no es ese.
Lo que ha puesto de manifiesto la situación no es lo mucho que gastan los políticos (cosa que ya sabíamos), sino la verdadera naturaleza de la política y de su casta. Siempre nos han dicho que los políticos son seres angelicales y sirvientes altruistas del ciudadano. También llevamos en nuestro ADN educativo (gracias a la educación estatal) que, a pesar de que los políticos de turno sean corruptos y malos, la política es honesta en sí misma; simplemente hace falta que suban al poder otros políticos que sean buenos y altruistas; si hubiera políticos honrados en el poder, dicen algunos, todo sería diferente. Estos son unos errores intelectuales insostenibles y negligentes a estas alturas.
Y es que la teoría de la acción humana también se aplica a los políticos. Es posible la aplicación y la extensión del análisis económico a las instituciones y procesos políticos. El análisis político puede resolverse en consideraciones a las que hace frente el individuo como agente decisor. Partiendo de esta base, que no es otra que la del individualismo metodológico, el comportamiento de los burócratas y políticos es maximizador del presupuesto público, principalmente buscando sus propios intereses y después el bienestar social.
El político, como cualquier otro agente social, está motivado por la persecución de sus propios intereses y busca alcanzarlos teniendo en cuenta las limitaciones que tiene. Y para ello no duda en utilizar el presupuesto público, principalmente para proponer infinidad de programas públicos. No es difícil deducir que el beneficio (social) de la acción política es inferior a su coste.
De ahí se explica que el político no se limite a ser un garante de las reglas de juego. No se conforma con ser un árbitro. El político es un jugador activo del partido. Y se protege a él y a su equipo (la casta política) para no perder nunca.
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