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Los frentes británicos

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La situación económica británica sigue sin mejorar o, cuando menos, no lo hace de una forma tan sobresaliente como desearía el binomio Cameron-Clegg. En consecuencia, los ataques que viene sufriendo el Canciller George Osborne aumentan. Al respecto, un nuevo "paquete de austeridad" fue aprobado con la finalidad de reducir el gasto público, que, tras el control inicial de los dos primeros ejecutivos laboristas (1997-2005), se disparó cuando Gordon Brown se convirtió en Primer Ministro (junio de 2007).

Con este tipo de medidas impopulares, la imagen del gobierno se deteriora y en paralelo mejora la de la oposición. Sin embargo, las recetas que propone Ed Miliband no suponen novedad alguna. Por el contrario, prefiere centrarse en la ortodoxia intervencionista, rememorando con nostalgia los tiempos de Harold Wilson y James Callaghan que dejaron como "legado" la imagen pésima del Labour Party como gestor de las arcas públicas. Les llevó dos décadas recuperarse, para lo cual optaron por la mimetización, en algunos aspectos, con políticas propias del Thatcherismo (entre ellas también las relativas al orden y la seguridad interior o las relaciones con Estados Unidos).

Sin embargo, poco queda actualmente de la Tercera Vía. Los sindicatos han recuperado parte del protagonismo que perdieron en los años 80 y 90, aunque, entre otras razones por la existencia de un gobierno conservador, no tienen la capacidad para dictar la política económica como en los setenta. Tampoco hay un Arthur Scargill que monopolice la demagogia con un discurso de corte marxista, más preocupado en el bienestar de su gremio que en el del país.

Con respecto a la Unión Europea, el Labour Party está apostando por una equidistancia deliberadamente calculada. Ataques a Cameron por su deseo de renegociar las relaciones entre Londres y Bruselas, pero sin hacer una defensa a ultranza del proceso de integración europea, más allá de repetir ciertos tópicos, como que Reino Unido debe jugar un rol clave en las instituciones comunitarias. En este punto, es probable que en la estrategia, compleja y comprometida, seguida por el líder tory, los principales adversarios no sean ni Clegg ni Miliband ni Merkel ni el mediático y populista Farage, sino sectores de su propio partido. Por tanto, los próximos años serán testigos de un intercambio de reproches, ataques y acusaciones. Es predecible que cuando lleguen las elecciones generales (2015), Europa sea uno de los asuntos fundamentales de la campaña, compitiendo en protagonismo con la propia economía.

Sin embargo, existe un tema donde la clase política británica ha dado una nueva lección al resto de democracias occidentales. Nos referimos a su capacidad de unirse para defender la soberanía de la nación ante la amenaza rupturista liderada por el nacionalismo escocés y secundada, aunque con menor protagonismo y más ambigüedad, por los Verdes y los socialistas republicanos. De hecho, para estos dos últimos partidos, formar parte de ‘Yes Scotland’ es una manera de cobrarse un protagonismo que su discurso les niega. Aun así, la constante que se está apreciando, y que indica que serán fagocitados por el SNP, aumentará conforme nos acerquemos al 18 de septiembre de 2014.

Autorizar el referendo no es sinónimo de que David Cameron quiera desmembrar el país y sí de la fe que muestra en los argumentos unionistas. Ésta viene respalda por los hechos que tienen su máximo exponente en la creación de la plataforma ‘Better Together’ que aglutina a conservadores, laboristas y liberales bajo el liderazgo de Alistair Darling, peso pesado del Blairismo.

En definitiva, puede percibirse un consenso alrededor de un objetivo (derrotar al independentismo) que hace que los nombres sean secundarios ante el fin. Además, la exaltación de un pasado común no implica etiquetas tipo "facha" como en otros lares no tan lejanos geográficamente de las Islas.

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