La ventaja comparativa del liberalismo respecto de cualquier variante del estatismo radica en la consistencia de sus argumentos.
La amplia mayoría de las personas no se siente identificadas con los principios liberales. Cree, por el contrario, que un orden social regido por el criterio de la espontaneidad derivada de las interacciones voluntarias daría lugar a injusticias y arbitrariedades, y reclama, en consecuencia, una activa intervención del aparato estatal para asegurar la vigencia del derecho y el orden.
Lo primero que es importante dejar señalado es que quienes así piensan, lo hacen, en principio, de buena fe. Quienes reivindicamos al liberalismo presumimos que se trata de personas equivocadas, pero no tenemos derecho a considerar que quienes tienen asumida esa posición (en cualquiera de los matices que expresa la vertiente general del estatismo) actúan movidos por intereses espurios. Se puede ser socialista y buena persona al mismo tiempo… Esto debería ser una obviedad, pero como los debates ideológicos usualmente son muy ardorosos, no está de más dejarlo puntualizado de manera expresa.
Hay una propensión en buena parte de los liberales a manifestar cierta exasperación frente a las posiciones de quienes no son liberales. Se los suele descalificar, como si por el hecho de no adherirse al liberalismo fueran sujetos conceptualmente poco profundos o directamente malintencionados. Y sin perjuicio de que muchas de las críticas que se le hacen al liberalismo son inconsistentes y en algunos casos incluyen falsedades deliberadamente presentadas con el propósito de distorsionar el sentido de las consideraciones liberales, lo cierto es que quienes se expresan en disidencia merecen ser tenidos en cuenta y sus planteos debidamente respondidos, incluso eventualmente reconociéndoles la cuota de verdad que puedan tener en los casos en los que corresponda.
La posibilidad de que los márgenes de libertad se amplíen y que el Estado reduzca, siquiera un poco, sus intromisiones en la vida de los individuos, depende, ante todo, de que tal perspectiva sea vista como promisoria a los ojos de un número creciente de ciudadanos. La razón por la cual el liberalismo no es puesto en práctica es que la mayor parte de las personas cree que el estatismo es un sistema más eficaz, a los efectos de promover el bienestar general, que la libertad. Los liberales creemos -tenemos la convicción, por cierto, y creemos tener razones para pensar de este modo- que esa preferencia por el intervencionismo estatal es un error conceptual. Pero para lograr que esa razón que creemos tener se materialice en acciones concretas, necesitamos obtener un consenso lo suficientemente amplio como para que se genere una demanda colectiva en esa dirección. Mientras siga habiendo amplias mayorías que crean que la acción del Estado, para motorizar el progreso y el bienestar generales, es más eficaz que el ejercicio de la libertad individual es lógico que los políticos sigan encontrando oportunidades e incentivos para mantener grandes focos de intervención sobre la vida de cada individuo porque esas orientaciones son las que obtienen la convalidación más numerosa.
Este es el punto en el que el modo en el que los liberales nos posicionamos frente a quienes defienden el intervencionismo del Estado adquiere relevancia. Porque si aspiramos a que se genere una corriente colectiva de adhesión a los principios y programas liberales, es necesario que le hagamos sentir a quienes deben decidir -usualmente, a través del voto- que la propuesta que nosotros les estamos ofreciendo dará como resultado un incremento del bienestar. Necesitamos que la gente se ilusione con que un orden liberal la llevará a vivir mejor. El socialismo es el sistema por el cual la mayoría se inclina porque lo ven como un camino hacia el bienestar. No es fácil lograrlo, pero esa es la falacia que debemos revertir.
El punto de partida para llevar adelante esta tarea de persuasión masiva es empezar por entender por qué el adversario es convincente. Lo es porque su mensaje es mucho más simple que el nuestro. Lo que a un buen número de liberales les provoca exasperación es que, detrás de esa simpleza, se esconde su inconsistencia. Entonces, en lugar de debatirlo con serenidad y poniendo en evidencia la falsedad de los argumentos socialistas, adoptan actitudes irreductibles y se ofuscan, ya sea con los planteos antiliberales, o con quienes los expresan. Justamente eso es lo que los sostenedores del estatismo quieren: que no haya discusión conceptual, que no prime la racionalidad y que las controversias sean apasionadas y arrebatadas.
Pero nuestro propósito no es -no debería ser, por lo menos- persuadir a quienes defienden ideas socialistas, sino a quienes presencian los debates y se forman criterio sobre la base de lo que ven, escuchan y leen. Porque esos espectadores -y no los voceros del estatismo- son los que finalmente terminan definiendo la orientación del orden público. Por eso no conviene encresparse frente a los planteos falaces de los voceros del socialismo. Tendremos más éxito en el plano de la comunicación si mantenemos la calma que si caemos en la trampa del apasionamiento que los socialistas son propensos a tendernos.
La ventaja comparativa del liberalismo respecto de cualquier variante del estatismo radica en la consistencia de sus argumentos. Pero esa ventaja solo se manifiesta si la discusión se mantiene en el terreno de la lógica y la coherencia, y no en el campo de las emociones y los principios ideológicos absolutos. La superioridad del liberalismo por sobre el socialismo es tecnológica, entendiendo por tal un método para obtener resultados eficientes. Por lo tanto, nuestro “negocio” es discutir sobre métodos apropiados para alcanzar objetivos concretos. Esa sería una buena estrategia para que la cantidad de gente que elija adherir al liberalismo vaya gradualmente en aumento.
2 Comentarios
¿Por favor, podria explicarme
¿Por favor, podria explicarme Vd. Lo que es la eficiencia en el campo de la accion humana? .gracias anticipadas.
Hay tres deidades monstruosas
Hay tres deidades monstruosas y tramposas que acechan todos los días a la naturaleza humana: el tiempo, la fortuna y el amor. Uno nos hace débiles y rígidos, la otra nos defrauda y nos hunde en la ruina, el otro nos confunde y nos angustia.
La gente que «todavía» no es liberal está tan sometida a los maltratos de estos tres diosecilos traviesos como cualquier liberal, con la diferencia de que el objeto de deseo es distinto.
En el caso concreto del amor, vemos que los «no liberales» tienden a obsesionarse con la justicia. La única manera sensata de entender la justicia humana es adhiriéndose a la explicación clásica: justicia es dar a cada cual lo que le corresponde. No es esta la justicia que ellos desean. Más bien, buscan venganza, nadie sabe de qué afrenta, contra individuos que no tienen culpa de nada. El amor los confunde. Igual que a nosotros nos confunde el amor a la libertad.
Pero hay más. Es sabido que el Estado de Bienestar echó a andar en el XIX como una estrategia de contención o apaciguamiento del fuego revolucionario. Es en realidad una dulce esclavitud que contribuyó decisivamente al desarrollo, explosión y traca final de los múltiples desastres totalitarios del siglo posterior. Ahora, en pleno siglo vigésimo primo, nos encontramos con este cadáver en descomposición que sigue generando porblemas, pues alimentando los más bajos institntos de sus víctimas.
¿Qué desean los esclavos? La abolición de los problemas de la vida. Quieren seguridad total. Jamás han pensado, ni admitirán que se les explique, que la seguridad que ellos buscan es algo muy riesgoso, porque está construido sobre grandes injusticias: sobornos, amenazas, manipulaciones, perjurios
Nada estable y perdurable se puede construir sobre la injusticia. Debe haber siempre razón y proporción.
Pero parece que la momia está a punto de convertirse en polvo. Con el final abrupto de esa falsa seguridad, nace un ferviente y desesperado sentimiento de abandono, traición y venganza. ¿Alguien duda de que la diosa fortuna no nos lleva a la ruina?
¿Será la pseudodemocracia cleptocrática reemplazada por monarquías sádicas y asesinas, de esas que usan el Derecho a modo de papel higiénico, o bien por una anarquía pirática que mantenga a raya las ambiciones misantrópicas de la mayoría de los humanos mediante una vaga e inconsistente práctica de violencia y pillaje, sin perjuicio del canibalismo? ¿Cuál será la nueva moda en la violencia interpersonal en la próxima década?
Una gran ventaja de la inseguridad en vida y propiedad es el mayor aprecio por el escaso e incierto tiempo. La gente volverá a aprender a venerar y a aprovechar el tiempo, lo cual les solazará. Pocos se atreverán a manifestar su deseo de llegar con salud a una avanzada edad. Se despreciará a los viejos (de 50 en adelante) como cobardes: de no haber sido cobardes hubieran muerto con honor en el campo de Marte, en el de Mercurio o en el de Afrodita, pero sin insultar al padre tiempo. No cabrá concebir mayor pecado que el de despreciar el tiempo.
Pero en algún momento la gente se aburrirá de la miseria que traen tanto las monarquías psicóticas como los turistas de Isla Tortuga. Volverá el deseo de la estabilidad, el amor por la justicia mal entendida. Y se culpará a la libertad de todo, como si en algún momento la hubiesen experimentado. Solo en la religión, mística o antimística, encontrarán algunos la libertad. Pagando un precio elevado, pues la vida religiosa es muy cara.
No obstante, siempre habrá una minoría de liberales dispuestos a trocar sus principios por prestigio, por brillantes trocitos de metal, o bien por un visado para seguir errando por el mundo, sin destino, eternamente, sin conocer el alivio de la muerte, como castigo al fratricidio fundacional de la sana doctrina liberal.
¿Me se entiende?
Un consejo para los diarreicos: cuiden a su familia. Pongan especial cuidado en su propio hogar. Si no tienen hogar, encarguen uno al señor Bezos. Y esperen con paciencia a que surja una buena ocasión para hablar de lo bella que es la libertad. Si esto no les va, encarguen un disfraz de Indiana Jones, con sombrero y látigo, y salgan a la aventura sin billete de vuelta.