En su libro “Colapso: Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen”, Jared Diamond cuenta cómo se produjo una catástrofe medioambiental en la isla de Pascua, que la dejó sin árboles para los restos. En efecto, los habitantes de dicha isla se dedicaban a erigir Moais, las famosas estatuas de desproporcionada cabeza y exótico aspecto, y para ello necesitaban usar de forma intensiva los troncos de los árboles.
Las citadas estatuas se esculpían en la cantera de Rano Raraku, situada en la parte oriental de la isla, y desde allí habían de ser trasladadas al lugar elegido para su erección. Habida cuenta del peso de los ídolos, lo que hacían erausar troncos de árboles a modo de ruedas por las dificultosas sendas. Una vez en destino, quedaba el reto de ponerlas verticales, algo para lo que se ha encontrado recientemente una hipótesis explicativa.
El propósito de tan pintorescas estatuas es desconocido, aunque a la vista de la localización de sus altares debía de tener que ver con el mar, fuera para protegerse de él o para hacerle sacrificios. En todo caso, parece indudable que la continua erección de estas estatuas acabó con los árboles de la isla, y llevó a la extinción a los creyentes en los Moais. De aquella cultura solo nos quedan ahora esos maravillosos vestigios, que bien justifican un viaje a la remota isla, para solaz de los allí residentes que no sé de qué podrían vivir sin turismo.
Desde una perspectiva actual, las acciones de aquellos humanos nos pueden parecer cuanto menos estúpidas. Pero lo cierto es que ellos estaban convencidos de que su supervivencia pasaba más por tener esos Moais sobre los altares, que por disponer de árboles en su territorio. De ahí su actuación, que se demostró equivocada como cualquier científico les hubiera podido anticipar que ocurriría.
Cuando uno viaja por España, y también por un creciente número de países, es inevitable contemplar la profusión de nuevos moais. Me refiero a dos tipos de moais: los generadores de energía eólica (también llamados “molinillos”) y las células fotovoltaicas. Los primeros interrumpen el paisaje llenándolo de pilotes y sombras de aspas, que se transforman en fantasmagóricas luciérnagas rojas por la noche, mientras continúa inexorable el batir de aspas. Las segundas cubren interminables llanuras, donde otrora únicamente el cielo era el límite. Y, como los Moais des la isla de Pascua, ambos tienen su origen en las supersticiones que ha tocado vivir en nuestra época.
La superstición que asola Occidente, como la desconocida que tenía convencidos a la cultura Moai, es que el ser humano con sus acciones está ocasionando un cambio climático devastador para su futuro, un cambio climático tan rápido que será imposible adaptarse a él y pereceremos como civilización. La mitología se está metiendo en vena en la sociedad, hasta el punto de que es frecuente encontrar casos de escolares sufriendo ansiedad y llorando por el fin de la civilización, y esto por no referirse a artículos supuestamente académicos procedentes de prestigiosas universidades, que siempre empiezan con el consabido sonsonete “En tiempos de crisis climática” o “En un mundo que se desmorona, mirar más allá de un apocalipsis…”.
Para prevenir la inminente catástrofe, lo que se propone, más bien impone, en el ámbito del consume energético, es que optemos por las energías renovables, tipo eólica o solar, en lugar de otras más contaminantes como el carbón o el petróleo.
Lo que pasa es que la ciencia es muy testaruda, y los cálculos matemáticos muy simples. Sabemos la energía por superficie que producen tanto una célula solar como un “molinillo”. Y como sabemos también cuál en el consumo energético actual de las ciudades, nos encontramos con números directamente imposibles, del tipo “For example, if the United States were to try to generate all of the energy it uses with renewables, 25 percent to 50 percent of all land in the United States would be required”.
Aunque tampoco tenemos que hacer cálculos tan profundos para saber que los nuevos moais no están saliendo bastante caros: basta asomarse a la factura de la luz de los últimos meses.
Vamos, que quienes defienden que la humanidad solo será viable consumiendo energías renovables, lo que nos están diciendo en el fondo es que vamos a tener que cambiar de vida y reducir nuestro consumo energético, porque es evidente que ese consumo será imposible de mantener a base de dichas energías. En otras palabras, para confrontar el cambio climático nos exigen que nos empobrezcamos.
Pudiera ser que no quedara otra solución, que de verdad fuera cierto lo del cambio climático, y no hubiera otra que apretarse el cinturón. Pero es que eso es también mentira, porque desde mediados del siglo XX conocemos una fuente de energía prácticamente inagotable y baratísima, que es la energía nuclear. Así pues, tenemos ya en nuestras manos esa fuente de energía que nos permitiría mantener e incrementar nuestro nivel de vida sin poner en riesgo el entorno.
Y como ya conocemos la tecnología, no hay que inventarla, es realmente cuestión de tiempo que la opinión pública fuerce a los gobiernos a permitir y facilitar su uso, abandonando prejuicios ideológicos contra la sociedad. Se está viendo ya en la mismísima Unión Europea, que trastan solo un par de meses de precios altos de la luz, incluyóla energía nuclear como energía verde (Por cierto, algo nada extraño si estas decisiones fueran científicas en vez de políticas).
En el momento, cada vez más cercano y acelerándose por la reciente invasión rusa de Ucrania, en que la sociedad se vuelva a dar a sí misma permiso para utilizar la energía nuclear, el abandono de parques solares y fotovoltaicos será inmediato. Ninguna de estas energías puede competir, ni remotamente, en costes económicos y medioambientales con la nuclear.
En 50 ó 60 años, quien viaje por España verá mástiles con grandes aspas caídas a sus pies, e incomprensibles superficies de cristal roto, esperemos que bien valladas, en los lugares más inesperados. La mayor parte de la gente no sabrá para qué servían, y los pocos que sí, tendrán a nuestra generación por imbéciles y supersticiosos. Exactamente igual que lo que pensamos ahora de la cultura Moai.
Lo que pasa es que, si hay que colapsar, mejor dejar para el recuerdo espectaculares Moais que insufribles boscuchos de mástiles blancos y ciénagas de cristal. En eso, los antiguos habitantes de Rapa Nui habrán demostrado ser más listos que nosotros.
1 Comentario
Hallo¡ Los llamados «calentólogos» opinan que debemos utilizar energías renovables, y de paso insistir en la «economía circular». Las medidas del clima no son objetivas y debido a la presión del lobby ecologista hemos desechado por peligrosa la energía nuclear. Pero es necesario darse cuenta de que la energía eólica y fotovoltaica contamina el paisaje y ambas no son competitivas. De lo que se deduce que estamos anclados en la superstición y la solución de momento no es científica; tiene un componente ideológico, por eso nos asustan con los 4 jinetes del Apocalipsis.