Vivimos días en los que el trabajo y la especialización, esa excelencia en el oficio tan socrática, ha pasado a estar en entredicho constante. Nadie confía en el éxito o la realización, ya solo hablamos de si somos desiguales o de si existen ganadores y perdedores en una fábrica descorazonada y alienada. Todo mentira estadísticamente, por cierto, nadie parece querer premiar al que dedica su vida a intentar ser el mejor, sin antes juzgarle y casi obligarle a que devuelva casi todo lo ganado para completar su obra. Y, lo que es peor, algunas de las mentes más maravillosas del mundo parecen comprar el discurso, porque se ha conseguido que no solo no entren los ricos en el Reino de los Cielos sino vetarles otros reinos en la tierra.
Hemos elegido exigir antes que intentar no necesitar, el profesor Berlin ha fracasado.
Cristiano Ronaldo dijo una vez que había gente que le envidiaba por ser rico, guapo y buen jugador. La gente se le echó encima por arrogante. En ese momento matamos al ídolo por decir la verdad que quizá no estamos preparados para oír.
Sin embargo, la semana que muere Maradona parece que murió un padre para muchos. En realidad, lo que nos queda es su figura de mal padre, mal amigo, detestable amante (fundamentalmente por maltratador), pésimo profesional aunque, eso sí, excelente jugador. Vistos los homenajes, no hay duda, estamos ante una sociedad que admira el talento antes que el trabajo. La gente no admira la autoestima de Ronaldo porque eso conlleva levantarse a las 7 a.m. y acostarse a la 1 a.m. queriendo ser mejor que el día anterior, sin importar el resto. La gente no admira a Ronaldo porque para admirar a Ronaldo lo primero que tenemos que ser es valientes, hacen falta muchos cojones, con perdón.
¿Qué preferimos entonces? Preferimos la sociedad que reparte a la hora de nacer unos dones con cada vez más posibilidades, por un tema de probabilidad pura y prosperidad reinante. Esperamos que nosotros o nuestros hijos sean esos elegidos, sin importar para lo que se preparen. Preferimos decirle a nuestro hijo “tranquilo, que lo que tú sabes es útil y llegará el trabajo de tus sueños”, antes que decirle “¿por qué no te reciclas? Con internet puedes hacerlo por un módico precio”. Ronaldo era extremo y ahora es delantero porque tuvo la humildad, no la arrogancia, de admitir que había extremos mejores que él.
El momento, sin embargo, es diferente a los tiempos del burgués Carlos Marx. Ahora no es un problema de falta de burguesía, ni de control de los medios de producción, ahora lo que ocurre es que es tiempo de jugar a la lotería porque este mundo en el que el 90% es burguesía (y no el 10% como en tiempos marxianos) nos ofrece la posibilidad de “tener suerte” más veces que antes. Como en La lotería de Babilonia de Borges, hemos fiado nuestro bienestar a los Estados, cada día más grandes, y a que le toque el boleto a tu hijo de ser buen cantante, buen futbolista o buen torero. Con la paradoja añadida de que son los Ronaldos del mundo los que hacen que cada día se ofrezcan más posibilidades de ser rico arriesgando menos.
Hemos dejado de confiar en la movilidad social, en que no estar entre los 10.000 niños más agraciados para el tenis no te evita ser Rafael Nadal; preferimos cruzar los dedos admirando a Federer. La realidad es que nuestro peor escenario es pedirle al Estado que te ayude a sobrevivir imprimiendo dinero, es decir, a costa del ahorro de los demás. Hemos dejado de confiar en el trabajo como vía para la consecución de nuestros ideales y exigimos al que se precie que nos resuelva los problemas que nos encontramos: al Estado, a nuestros padres o a Dios. Al que sea, con tal de no levantarnos a las 7 a.m. o de dejar nuestro sueño de ser “extremos». Aún recuerdo cómo había gente que exigía a Rajoy que le diera un trabajo.
De esta inopia hay un receta y la tiene, como siempre, don Antonio Escohotado: «Vive y deja vivir, afánate en aprender a prestar servicios útiles”. El que diga otra cosa, te estará engañando.
P.D. En Twitter le preguntaron a mi amigo Pedro Oriol, golfista profesional, que si no pensaba que estaba gafado. Respondió algo así como “¿Gafado? Lo que tengo que hacer es trabajar más”. Sócrates no lo hubiera respondido mejor. Hay esperanza. Seguimos.
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