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Maximalismos y excusas en tiempos de crisis

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La humanidad se ha visto envuelta en encrucijadas de todo tipo a lo largo de la historia y pudo afrontarlas con éxito.

Es por todos conocida la situación que hoy atraviesa el mundo como consecuencia de la expansión del coronavirus. Los registros oficiales establecen que al día de hoy son dos millones y medio de personas contagiadas y más de 17.000 fallecidos en todo el mundo.

En ese marco, el decurso de los acontecimientos cada día toma un rumbo inevitable y cierto: ningún gobierno se plantea otra cosa más allá del debate sobre la fragilidad del sistema sanitario y la detención de una epidemia que parece escurrirse entre los dedos, y la contención de una crisis económica ineludible. Entre esas dos orillas se mueve el quehacer político y la interacción social se ha adaptado a la síntesis de la situación en la que nos encontramos con una cuarentena generalizada.

Precisamente, como en cualquier momento de crisis a la que hemos sido sometidos los seres humanos, ya sea por propia intervención o por la suerte librada por la naturaleza o los fenómenos que, hasta hoy, somos incapaces de prever, pretendemos buscar responsables y responsabilidades que, de algún modo, nos ayuden a canalizar las propias culpas. Ese sentimiento lo manifestamos cada uno con diferente intensidad y a título individual, pero los gobiernos alrededor del mundo no son menos ajenos a caer en la misma tentación, de hecho, en muchos casos, son ellos mismos quienes la provocan.

Las últimas semanas se ha dicho bastante acerca del posible y sibilino papel que pudo interpretar China en la transmisión oportuna y veraz de información sobre el entonces desconocido virus cuya virulencia es atroz. El carácter totalitario de su gobierno no ayudó a resolver tales  cuestionamientos, al contrario, los intensificó y la hoy conocida tasa de mortalidad y el número total de fallecidos que dio a conocer el país asiático una vez superada la emergencia sanitaria es, sencillamente, inaceptable.

La otra purga se focalizó en la Organización Mundial de la Salud (OMS) que funciona como una organización multinacional con autonomía de gestión y cuyo criterio y recomendaciones están sujetas al amparo de la medicina y de la comunidad científica. La Organización ha sido catalogada con diversos adjetivos sin fundamento ni sustento probado a tal punto que algunos mandatarios le han acusado de “parcialidad” hacia el régimen chino. Ha sido el propio presidente americano quien ha ordenado la suspensión de la cuota de su país a la Organización.

No obstante, si bien parte de aquella información puede ser cierta, cuestión que comprobaremos los próximos meses, la situación en la que la hoy se encuentran países como Estados Unidos, España o Italia no es una consecuencia de la actitud de unos y otros frente a la pandemia y la sinceridad o no en el tratamiento de la información. Podemos templar las deficiencias de estos gobiernos y exculparlos de responsabilidad engañándonos a nosotros mismos, pero lo cierto es que el problema se evidencia, no en la desinformación por parte del gobierno chino y su relación con el exterior ni en la titubeante posición del secretario general de la OMS, sino en la ausencia de un plan previo con información que ya era de conocimiento público y que era suficiente para prever escenarios y plantear acciones en un margen de tiempo, si bien corto, considerable como para poner en peso la gravedad del asunto y remangarse las mangas a tiempo para hacer frente a la crisis sanitaria que, tarde o temprano, iba a llegar. Así nos ahorrábamos declaraciones como aquella que seguimos repitiéndonos conscientemente: “España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado”[1]. En última instancia, son ellos quienes ocultaron y ocultan información, no el gobierno chino.

Y es que intentan apelar a la responsabilidad ajena para excusar su ineptitud, y su elocuencia, que más parece una pantomima, no es un analgésico a las terribles y tangibles consecuencias que observamos los ciudadanos día tras día. De modo tal que es hora de exigir responsabilidades a aquellos mandatarios y gobiernos que las tengan y de llamar las cosas por su nombre. No se puede dejar que el azar y la imposición de mensajes, que merman nuestra libertad de expresión, nos arrebaten ese ligero discernimiento que nos queda a cada uno, a pesar del encierro y la incertidumbre constante.

El problema sigue siendo el mismo. Mandatarios como Trump, Sánchez o Bolsonaro tienden a matizar la verdad evidente con palabras y discursos exagerados y repetitivos hasta la saciedad con el fin de desviar la atención del problema real o intentar crear una nueva verdad que se aleja de la certeza de los acontecimientos de los cuales todos somos testigos. Al final, caen en el mismo vicio que intentaron vencer: son populistas, nacionalistas y negacionistas.

No hemos dejado de escuchar las últimas semanas declaraciones como: “a la luz del ataque del enemigo invisible”, “esta es la peor situación desde la guerra civil” o «en la guerra al virus, jamás nos doblegaremos”. Con ello, uno y otro mandatario intenta escudarse de su responsabilidad directa y de su intervencionismo desmedido. Lo cierto es que el uso constante de esos maximalismos, a los que se refiere F. Savater en una reciente entrevista, justifica aquel brazo interventor y no hace sino poner en evidencia la carencia de liderazgo y el nefasto resultado de sus decisiones tardías, torpes y hasta, en algunos casos, contradictorias.

No obstante, a modo de epílogo y más allá de la crítica, es preciso manifestar que nos enfrentamos a un desafío que pondrá a prueba a todos y cada uno. Nuevamente, debe aflorar nuestra capacidad de adaptación y respuesta a la crisis. La humanidad se ha visto envuelta en encrucijadas de todo tipo a lo largo de la historia y pudo afrontarlas con éxito. Hoy nos toca a nosotros ser protagonistas de este acontecimiento.


[1] Ministerio de Sanidad. Rueda de prensa del director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón: 31.01.2020.

 

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