Dado que las primarias de los demócratas siguen bien empatadas, pero las de los republicanos ya han dado un ganador claro, parece el mejor momento de hablar de quién es John McCain, qué defiende y si a los liberales debería gustarnos, o no. Como suele suceder, tiene cosas buenas y malas, y siendo un político, las malas son más numerosas. Pero no son quizá tantas como pudiera parecer a primera vista.
A McCain se le ha comparado con Gallardón por estar más a la izquierda de lo que le gusta al partido y ser adorado por los medios progres estadounidenses. Pero quizá la principal razón para ello sea más su carácter que sus ideas. No es una persona diplomática ni sabe llevar el desacuerdo con elegancia, de modo que tiende a descalificar al adversario en lugar de argumentar. Y como sus posturas, en diversas y especialmente polémicas ocasiones, han sido distintas o incluso opuestas a las de su partido y su base, los destinatarios de sus invectivas han terminado siendo a menudo sus propios correligionarios. Normal, entonces, el cariño que recibe del New York Times, el Washington Post y demás templos de la progresía y la manía que se le tiene en su propio bando.
Una ventaja de ese carácter endemoniado suyo, seguramente heredado de su historial militar y familiar, pues su padre y su abuelo fueron almirantes y él estuvo preso del Vietcong cinco años, es que no es un candidato que cambie de ideas así como así. Él cree en lo que cree, y aunque pueda cambiar de opinión, no lo hace con frecuencia ni por ganar votos. No se le puede acusar de veleta como sí se ha hecho con Mitt Romney. Así, es fácil hacerse una idea de cómo sería una presidencia suya; basta mirar su historial.
En temas de libertades civiles, McCain no es un defensor a ultranza de los derechos individuales, sino un pragmático que igual puede defender que atacar una libertad concreta por lo que estima son sus resultados. De ahí una de las peores cosas que ha hecho en su carrera, arrejuntarse con el muy izquierdista Feingold para aprobar una ley que coarta gravemente la libertad de expresión durante las campañas políticas, seas o no obispo. También es enemigo de la libertad de poseer armas de fuego.
Tampoco es precisamente el candidato ideal en asuntos medioambientales. Votó en contra de que se extrajera petróleo de Alaska y cree que el hombre está provocando el calentamiento global. Aquí, en cambio, su pragmatismo es una ventaja: no es tampoco un fiel seguidor de las paparruchas apocalípticas de Gore y cree que el camino hacia la independencia energética y la reducción del CO2 en la atmósfera es la energía nuclear, y que cualquier acuerdo sobre restricción de emisiones debe contar con China e India, lo que se acerca mucho a no apoyar acuerdo alguno en la práctica.
Sin embargo, en temas económicos su postura es bastante liberal. Votó en contra de los recortes de impuestos de Bush, pero argumentó que lo hizo por no ir acompañados de recortes equivalentes en gasto público. Es favorable al libre comercio y a la reducción del peso del Estado en la economía. Está en contra de la nacionalización de la sanidad y propone que puedan comprarse seguros médicos en estados distintos (reduciendo así la regulación excesiva mediante la competencia) y que quienes se pagan ellos mismos el seguro tengan exenciones fiscales que lo hagan asequible. También está a favor de los cheques escolares.
Entrando en asuntos más polémicos y con más divergencias entre liberales, es evidente que es un halcón en política exterior, un militar duro; eso es lo que todo el mundo sabe de él. En inmigración ha cambiado de postura, aunque tampoco mucho. Sigue siendo favorable a amnistiar a los ilegales ya establecidos en Estados Unidos, cosa que le granjeó un sinfín de críticas de su propio partido, pero ahora apoya que se blinden las fronteras antes de hacerlo para evitar un efecto llamada. Está a favor de la financiación federal de la investigación con células madre, pero en contra del aborto. No está a favor del matrimonio homosexual, pero sí de una unión civil.
¿Será el próximo presidente de Estados Unidos? Es difícil de decir, porque aunque pueda ganarse votos de independientes, también es probable que los pierda de su propia base, que no acaba de considerarle de los suyos. Si Hillary fuera la nominada en el lado demócrata, seguramente ésta le haría el favor de movilizar a los republicanos en contra suya, pero no parece que con Obama sucediera lo mismo. En cualquier caso, y visto que será sin duda el candidato republicano, la comparación con cualquiera de los dos posibles rivales demócratas lo hacen emerger como un mal muy menor.
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