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Mimemos el beneficio empresarial

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Después de más de un mes, retomo mi actividad normal en este rincón de VozPópuli. Mi primera reflexión es que han pasado muchas cosas desde entonces y, sin embargo, no ha cambiado nada. La mentalidad es la misma, tanto por parte de los ciudadanos como por parte de los encargados del chiringuito. La situación, también. Eso sí. En medio de mi silencio han pasado las fiestas navideñas. El confeti del día siguiente es sórdido. Y las felicitaciones de año nuevo con sonrisa de “aquí no pasa nada” no es que se vayan a chocar con la realidad, es que ya chocan con ella desde hace tiempo. Aunque no lo notemos.

La ilusión de la calma

Porque uno de los fenómenos que se observa al alejarse del ruedo y prestar atención a lo que se dice en la calle es que, a pesar de las huelgas, los parados y las previsiones, la gente tiene la sensación de que tan mal, tan mal, no estamos y que tampoco vamos a estar mucho peor. Esta idea es alimentada por los responsables del gobierno quienes, una vez conseguido el objetivo de driblar el rescate, esperan seguir alargando lo que tenga que venir. Y “lo que tenga que venir” nadie sabe muy bien qué es.

La explicación es que no hay más datos negativos. No han aumentado las malas noticias y eso alimenta la esperanza de que, por lo menos, no seguimos a tumba abierta. Pero se nos olvida que esta aparente calma no indica que estemos bien. No se han solucionado los problemas que teníamos: seguimos teniendo una deuda inabordable, de la que apenas podemos pagar los intereses; seguimos siendo los campeones del paro; seguimos teniendo una actividad empresarial raquítica… Pero, como no vamos a peor, no vamos mal. Y esa es la falacia, no vamos peor aunque seguimos yendo mal.

Hay que mimar los beneficios empresariales

Uno de los puntos negros que señalan analistas como Daniel Lacalle es el deterioro de los beneficios empresariales. Y sé que suena fatal decirlo porque hay gente comiendo en centros asistenciales y familias al completo en el paro, pero los beneficios empresariales bajos nos perjudican a todos. El que la relación entre los beneficios empresariales y el coste de capital se deteriore choca con la visión generalizada transmitida a la gente de la calle por la evolución de la prima de riesgo y el índice bursátil. ¿No era que una prima de riesgo más relajada significaba que los mercados nos consideran más capaces de devolver las deudas? ¿No significa la trayectoria de la Bolsa que no estamos tan mal? ¿No están por los suelos los tipos de interés? ¿No debería verse estimulada la inversión?

Pues no. O no del todo. Resulta que lo que vemos es el resultado del más o menos hábil manejo de las autoridades de los tipos de interés y las políticas monetarias “escapistas” que consisten en monetizar la deuda, sea a las claras, o vía préstamos blandos del BCE. La intervención de los gobiernos en este sentido no hace desaparecer el riesgo crediticio como por arte de magia, los datos nos dicen que los préstamos morosos siguen subiendo, los beneficios están estancados o empeoran porque a pesar de los tejemanejes políticos la realidad se impone y la maquinaria no tira. Es decir, no se puede sacar de donde no hay. Y da lo mismo que le den una manita de pintura, que bajen tipos, que inyecten por donde sea… no da para más.

La mirada de la gente

Mientras todo esto sucede, en otro lugar de la galaxia, en la calle concretamente, se alimenta la ira contra todo lo que signifique beneficio, empresario, capital, sin saber que los iPads, las cenas de Navidad, los Roscones, los perfumes, las rebajas de Zara, las doce uvas sin pepitas, son fruto de eso… de empresarios que buscaban beneficios e invertían su capital para lograr su propio interés. Porque buscar el propio interés no implica desear o buscar el mal para los demás. Tener más no implica que los demás tengan menos. No hay una cantidad fija de bienes, de riqueza o de dinero. Así que desahogar la frustración del poder adquisitivo perdido es natural, sano y estaría muy bien si se enfocase correctamente hacia quienes tienen responsabilidad en ello.

Por ejemplo, esos gobernantes que manipulan los tipos de interés, las autoridades que aprovechan los créditos blandos del BCE para monetizar deuda, quienes siguen mareando la perdiz rescatando bancos que deberían haber cerrado hace tiempo. Lo cierto es que esos empresarios grandes o pequeños que siguen dando la batalla para mantener la empresa viva, son quienes van a generar puestos de trabajo para nuestros seis millones de parados. Y si no tienen el apoyo de todos, es decir, si no deja de ser una lacra decir “soy empresario” en este país, si no se siento uno impelido a disculparse porque su empresa va bien, o porque obtiene beneficios, o porque está invirtiendo, o porque su empresa se expande… no vamos a conseguir nada. Si cada vez que se nombra la palabra “beneficio empresarial” alguien grita “¡que pague más impuestos que para eso tiene más!”, no vamos a ninguna parte.

El Estado, como decía Juan Ramón Rallo, no son los Reyes Magos que traen a cada uno lo que sueña sin hacer nada. Tú pagas. Por eso, cuando el despilfarro es tan patético que aburre, hay que defender al que sí se gasta su dinero en desarrollar una idea, ponerla en práctica y sacar un beneficio.

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