Las últimas declaraciones de Mariano Rajoy, a propósito de la exclusión de Alberto Ruiz Gallardón de las listas para las elecciones al Congreso, manifestando que él sólo depende de la gente de la calle, me han recordado vagamente lo que Benjamin Franklin proclamó ante la Convención Constitucional de manera mucho más solemne, como requería la ocasión, "en los gobiernos libres los gobernantes son los sirvientes, y las gentes (el pueblo) sus superiores y soberanos". Cierto es que Rajoy no es presidente del Gobierno ni un empleado del Estado. Sin embargo, en su condición de político y candidato, se postula como futurible para la administración de nuestros preciosos derechos, lo que le convierte, al menos interinamente, en sirviente de sus potenciales votantes. Desgraciadamente esta sumisión se olvida o, lo que es peor, se invierte indefectiblemente una vez que el político llega al poder. Delegamos el propio a cambio de derechos positivos cuyo ámbito se estira o encoge al albur de fines mucho más elevados como el bienestar social, la Alianza de Civilizaciones, la "lucha" contra el cambio climático o una igualdad impostada: ciudadanos por un día, nos convertimos en súbditos hasta que el político vuelve a necesitarnos en las siguientes elecciones.
Para las de marzo apenas quedan dos meses.
"La mirada positiva" ha sido el leitmotiv de estos cuatro años de Gobierno socialista. El eslogan de campaña que ha escogido Zapatero se entiende como un anhelo, el deseo vehemente de cerrar página y, como en mayo de 2007, mirar adelante. Siempre adelante. Decían David Horowitz y Peter Collier, en Destructive Generation, que el verdadero genio del radicalismo es su constante recreación y reaparición en nuevas formas; el progresismo en sentido lato. Zapatero es su caricatura. Jesús Caldera ha esbozado los tres ejes en los que se articulará el programa electoral del PSOE, la "propuesta de proyecto" que han consensuado más de mil personas "con un profundo conocimiento de la realidad española". Bienestar social, centrado en la consecución del pleno empleo; modernización para, entre otros retos, plantarle cara al cambio climático; y convivencia. Como se ve tres sólidos ejes para sostener un castillo de naipes.
Ya vimos en noviembre que entre las "ideas claras" del PP escaseaban las propuestas de tinte liberal, al contrario. Los ejes básicos del programa político de los populares están ahora "centrados en nuestro futuro", imagino que se trata de un deliberado juego de palabras que resume el deseo de concordia que quiere ofrecer Mariano Rajoy; desde luego con él, si de él depende, seguro que es posible. Como señalaba Manuel, buena parte de las propuestas del PP para los años venideros son un remedo de las recetas progresistas, entre las que, no obstante, cabe destacar positivamente la propuesta de reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial o la del Ministerio Fiscal; la creación de un carta de Transparencia con el Ciudadano, con la que conoceremos un poco mejor en qué se gastan nuestro dinero; la reforma del Código Penal, todavía muy blanda, por concretar qué pasa con las penas (¿por qué no una segunda enmienda?); la reducción del Impuesto de Sociedades; o una nueva ley de Educación. Esta magra enumeración, que podrá ampliarse (poco) no rescata al PP del marasmo progresista, digamos, no-liberal en el que está inmerso, pero dado lo movido del terreno y que no existe un limbo terrenal en el que criar a nuestros hijos me parece de lejos la opción menos mala.
Dicen los que conocen la política que en España votamos "en contra de". Supongo que así es, aunque en esta ocasión no votaré en contra del PSOE, sino de mis principios y es que hay propuestas del PP que provocan autentico bochorno, como la creación de un Ministerio de la Familia, la política exterior, la del fomento de la cultura o la energética que, por ejemplo, nada dice de la energía nuclear.
Un programa que, en definitiva, no esconde su vocación intervencionista.
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