Este artículo debería tratar sobre la educación libre, sobre la indoctrinación y el constructivismo en nuestras escuelas, en fin, sobre el seminario al que asistí el pasado fin de semana en la Universidad Francisco Marroquín. El día que llegué un amigo me contó que Muso estaba muy enfermo y que era improbable que pudiera saludarle. Me entristeció mucho porque siempre es un placer charlar con él. Murió este miércoles.
La primera vez que le vi, en mayo del 2008, con ocasión de la entrega del Premio Juan de Mariana a toda una vida dedicada a la defensa de la libertad, tuve la oportunidad de describir en esta misma página el profundo impacto que me causó conocerle. Meses después, con ocasión de mi primer seminario del Liberty Fund en Guatemala, en casa de Giancarlo Ibargüen, rector de la Universidad Francisco Marroquín, y ante mi sorpresa, Muso me agradecía el artículo. Me hizo gracia que su gesto corroborara el espíritu del artículo. Manuel Ayau era un hombre sencillo. Su talento, por encima de cualquier otra cosa, era no perder de vista el rumbo de sus pasos, persistentes y humildes a un tiempo. Ésa, en mi opinión, es la marca del buen maestro.
Nos mostró a todos, liberales y libertarios, con y sin escuela, cuál es el camino de la libertad: la igualdad en los derechos básicos individuales que son la vida, la propiedad y los contratos. Y más allá, la acción humana imprevisible pondrá cada cosa en su sitio. Con esa sencilla regla, él mismo consiguió hitos en la historia económica de Guatemala. La democracia, que llena la boca de muchos liberticidas, que ilusiona ingenuamente a muchos defensores de la libertad, no es para Manuel Ayau más que una forma de elegir el gobierno, y no debe sobreponerse al derecho a la vida, a la propiedad y a los contratos. La diferencia entre el estado de derecho y el estado legislativo abusador; la proliferación de leyes arbitrarias que sustentan un complejo sistema de privilegios empresariales en este Occidente mercantilista del siglo XXI; la profunda preocupación por la pobreza y su defensa de la libertad de la vida, la propiedad y los contratos de los menos favorecidos para acabar con la miseria, son alguna de las aportaciones que Manuel Ayau se empeñó en explicar en el lenguaje más claro posible, y que la Universidad Francisco Marroquín nos regala a todos desde su magnífica página UFM Media.
Justo el pasado viernes, Giancarlo Ibargüen, nos explicaba cómo Muso, en un acto de generosidad e inteligencia tan típico de él, decidió delegar su puesto de rector de la Universidad y quedar en un lugar secundario, honorífico, como quien suelta de la mano a la hija que se ha hecho grande y debe caminar sola. Como siempre, dando ejemplo en algo tan infrecuente como es ceder la responsabilidad a otros para evitar que el relevo se haga imposible. E hizo bien, a la vista de cómo creció la universidad y de la calidad humana y profesional de Giancarlo, los profesores y los alumnos de la Marroquín. Conocerles es algo que siempre le deberé a Gabriel Calzada, presidente del Instituto Juan de Mariana.
Pero por más que me entristece la pérdida de Muso, no puedo evitar que se me dibuje una sonrisa cuando repaso sus entrevistas. Primero, porque siempre le vi sonriendo. Segundo, porque las personas que le conocían más que yo, sonríen cuando me hablan de él. Y no me extraña. Tenía el desparpajo suficiente para ganarse la simpatía de todos los alumnos de la Marroquín. Una de esas alumnas me enseñaba el vídeo de Muso cantando al estilo Sinatra en el homenaje que le dedicaron los alumnos en el año 2006. Y lo primero que se me ocurrió fue pensar que yo quería un rector así. ¡Cualquiera querría!
Todos los think tanks y organizaciones liberales y libertarias en América Latina, Europa y en Estados Unidos se lamentan y recuerdan sus logros, su preparación, su coraje. Y creo que lo mejor que podemos hacer para honrar su memoria es seguir sus consejos. En la entrevista que le hizo la Fundación Ecuador Libre explica que, tras cuarenta años, lo que le seguía motivando era su amor por la libertad y su preocupación por el sufrimiento innecesario del mundo. Hay que iluminar y aprender, usar la razón, dejar las ideologías a un lado y solucionar la pobreza y la miseria.
Es decir, hay que seguir manos a la obra. Gracias, Muso.
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