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Nacionalismo liberal vs. intervencionismo secesionista

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Es factible que los planteamientos esgrimidos por el llamado nacionalismo liberal levanten suspicacias y resquemores entre muchos liberales. Tal situación es debida a una combinación de dos elementos: por un lado, prejuicio al aproximarse a los fundamentos y conclusiones de la teoría; y por otro, que dicha teoría no ha sido contrastada con la realidad de forma explicativa.

El nacionalismo liberal concibe las naciones como subconjuntos de la sociedad civil. Su entidad es evolutiva, cambia constantemente sin que sea posible domar dichos cambios de forma intencional. Las naciones son comunidades políticas donde no sólo se establecen lazos interpersonales en base a una lengua común, un sustrato cultural similar o identificable, e incluso una raza, sino también por el intenso intercambio comercial entre sus grupos definidos.

Las naciones mutan, se escinden y fusionan. Es imposible hablar de naciones puras determinadas por uno o varios elementos de comunión social. La realidad es otra muy distinta, la espontaneidad prima sobre las apreciaciones que individuos concretos, movidos por sus propios juicios, puedan inferir del orden social en el que se desenvuelven.

Todo esto se hace añicos en el momento en que estructuras de dominación con base territorial irrumpen en el proceso social y de mercado. Una cosa es la organización concreta que cierta comunidad, o parte de esta, adopte en la resolución de cuestiones puestas en común, politizadas y hechas públicas, como pueda ser la persecución de los ilícitos o la definición y defensa de la propiedad. Las estructuras de dominación son otra muy distinta. Lo que hoy llamamos Estado no es únicamente organización política, sino también agresión arbitraria sistemática e institucionalizada. En ese sentido enfocamos nuestra crítica y lo introducimos en la reflexión sobre el nacionalismo liberal.

Los Estados se atribuyen competencias que sobrepasan con creces el interés espontáneo de puesta en común, o discusión política, sobre problemas o conflictos concretos de la comunidad. Cuando un Estado pretende su propia pervivencia apuesta por una sociedad cohesionada en torno a lazos de los que sólo la realidad nacional es capaz. Los Estados pueden surgir sobre una base nacional definida; esto facilita las cosas, aunque padecerá de igual manera los cambios futuros. Del mismo modo, los Estados pueden imponerse sobre realidades nacionales mixtas, o diversas, adoptando un patrón concreto, ya sea en cuanto a instituciones políticas, cultura o lengua, que trata de asignar al todo como herramienta de cohesión social. Es ahí donde comienza el desastre.

España, y esa es mi impresión, como otras muchas grandes naciones (hablo en territorio y población) existía mucho antes de que se constituyera sobre ella un Estado. España surgió de forma espontánea; la extensión del castellano y su conversión en lengua española, por su uso común, no se impuso, fue libre y progresivo (preferimos no remontarnos mucho más en el tiempo, no merece la pena). España, al margen de la monarquía o del Estado moderno, existía como nación en su diversidad; refiriéndonos a épocas tan antiguas, con unas comunicaciones difíciles y una forma de vida muy distinta a la actual, inevitablemente la "pureza nacional" prácticamente se reducía a la comarca, cuando no a la aldea.

Las tendencias actuales de secesión nacionalista no se fundamentan en movimientos libertarios que apuesten por la desaparición del Estado español y la vuelta al proceso libre de formación nacional. El nacionalismo anti-español de nuestros días es profundamente intervencionista, y no hablo ya de medidas económicas concretas, sino en su aspiración por construir realidades nacionales a partir de la imposición coactiva de lengua, cultura o creencias populares. Ese rasgo desprestigia cualquier movimiento nacionalista, sea periférico, o centralista. El Estado (todo él, comunidades autónomas y ayuntamientos incluidos) no es o no debería ser quién para tratar de diseñar lo que es un ejemplo evidente del orden espontáneo y el cambio social indeliberado.

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