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Następna stacja: Racławicka

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Próxima estación: Racławicka, pronunciado algo así como "Nastepna estasia: Rashuavisca". Tales son los nuevos sonidos que escucho todos los días, cada vez que el Metro me acerca a mi casa en Varsovia. La globalización me ha traído a estas tierras polacas para enseñar español a adultos. Esa mundialización que ciertos liberales alentamos, fomentamos y ansiamos precisamente porque no ocultamos las dificultades prácticas que subyacen a tal empeño tampoco resulta incompatible con el reconocimiento e, incluso, el aprecio de las diferencias entre seres humanos, determinadas por su pertenencia a grupos étnicos y culturales diversos. Nuestro enfoque parte, no obstante, de la singularidad del individuo, cualquiera que sea su nacionalidad, y de la sospecha de que las apelaciones colectivistas basadas en conceptos como la nación no son sino abyectas mañas de políticos sin escrúpulos para dominar a las masas dentro de las viejas (o nuevas que quieren crear) fronteras entre estados.

Aunque llevo poco tiempo, resulta llamativa la extraordinaria demanda de idiomas en esta ciudad. Después de más de veinte años de poscomunismo y seis de incorporación a la Unión Europea, parecería como si los polacos, que cuentan con grandes colonias de emigrantes a lo largo y ancho del mundo (Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil, Australia, etc.), anduvieran sedientos de comunicarse con los demás habitantes del mundo no sólo en inglés, sino también en cualquiera de las lenguas conocidas por su gran número de hablantes.

No debe sorprender al visitante la facilidad para tratar en inglés con los menores de cuarenta años, dado que las personas de esa franja de edad quedaron a este lado del corte entre los educados durante la época comunista con programas de enseñanza obligatoria del ruso y los posteriores, instruidos bajo sucesivos gobiernos que viraron hacia Occidente.

Se sabe por el caso español, no obstante, que la imposición de la enseñanza obligatoria de un idioma extranjero por decisión gubernamental no implica necesariamente que la población llegue a dominar la lengua elegida. En este sentido, mucho antes que en Polonia, los últimos gobiernos de Franco tomaron la decisión de sustituir el francés por la lengua de Shakespeare. En parte, por apuntarse a la tendencia dominante, ya entonces, que consideraba al inglés la lingua franca del mundo.

Transcurridos treinta y cinco años, el resultado apetecido no puede calificarse más que como un rotundo fracaso. Los españoles en general, cualquiera que sea su región de procedencia, son conocidos en los países europeos por sus dificultades para comunicarse en inglés, y no digamos en otras lenguas. Acaso quepa apuntar distintas concausas, comunes, por otro lado, a la degradación de la calidad de la enseñanza reglada, a pesar de que los conocimientos dispersos nunca han sido tan amplios. Si, por un lado, las reformas educativas de los gobiernos socialistas reforzaron las tendencias estatistas del franquismo, por otro, la uniformación tiene ahora una escala autonómica y aldeana, con la imposición de lenguas minoritarias sobre la voluntad de los individuos. El pedagogismo contra el conocimiento ha hecho el resto. Para colmo de males, el adoctrinamiento socialista se proyecta transversalmente en los planes de estudio y alcanza el paroxismo con la imposición, como asignatura obligatoria, de educación para la ciudadanía. Los nacionalistas periféricos, como si quisieran subrayar los prejuicios liberticidas frente a la gran sociedad y la civilización que tanto les asemejan a los socialistas, no han despegado la boca frente a una intromisión tan brutal en las conciencias de los rebaños que pretenden pastorear en exclusiva, a cambio de que sus postulados se sirvan también entre el forraje de los establos-escuelas de su competencia.

En claro contraste con esta experiencia, la pujanza del español en Varsovia, siempre detrás del inglés, pero por delante de idiomas cuyas culturas han sido más influyentes históricamente –ruso, alemán, francés e, incluso, italiano–, va acompañada por la pasión entre muchos jóvenes y maduros por la cultura popular hispana. Las discotecas de ritmos sabrosones proliferan por la toda la ciudad y se abarrotan de entusiastas bailones durante las largas veladas de los fines de semana varsovianos. Carteles publicitarios anunciando clases de salsa son visibles por doquier. El otro día, unos alumnos de la Universidad privada Łazarski me comentaban que todo el mundo sabe en Polonia quién es Natalia Oreiro, la cantante y actriz uruguaya afincada en Argentina. A todo ese imaginario lúdico de placeres sensuales unen las soñadas vacaciones en España (desde la Costa Brava pasando por Barcelona, Andalucía, las Canarias a la grandiosidad de Madrid) o, los más pudientes, en Hispanoamérica.

Está por ver si la propia creatividad de quienes tenemos el español como lengua materna permite que, asimismo, sea considerada como una fuente de transmisión de conocimiento y civilización. En este sentido, la concesión del premio Nobel de literatura a Mario Vargas Llosa, ejemplo de escritor total, no le ha convertido en un autor mejor, pero sí ha surtido un efecto publicitario para la difusión del español, a lo cual contribuyó la propia reivindicación del escritor, quien, nada más conocer que se le había concedido el galardón, ensalzó la riqueza del idioma que utiliza. Si parece poco plausible que en los campos de las ciencias naturales y la técnica se produzca un fenómeno de esas características, el surgimiento a ambos lados del Atlántico de personajes y de asociaciones e instituciones liberales, dedicadas a la investigación en el campo de las ciencias sociales y al cultivo de ideas, con proyección universal, puede servir para que nuestra cultura, aderezada de los elementos heterogéneos que la han forjado a lo largo del tiempo, continúe atrayendo la atención de hombres que no han crecido en su seno.

Mientras tanto, al contrario que el personaje de La vida es sueño de Calderón de la Barca, puedo decir que Polonia ha recibido bien a este extranjero. Ahora sólo me falta aprender polaco.

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