Dice David Friedman, el hijo rebelde del Nobel de Economía, que en el mundo académico la palabra diversidad es un eufemismo de acción afirmativa y de discriminación. De manera que cuando uno tiene un diversity hire (que es como decir "empleo de diversidad", o en castizo, la cuota famosa) sabe que, en parte, le contratan exclusivamente por pertenecer a una minoría (mujer, discapacitado, negro, gay, o lo que sea).
Para Wendy McElroy, feminista individualista, la acción afirmativa no es otra cosa que una estratagema planificadora: el individuo cede su capacidad de elegir y actuar al planificador, quien se ocupa de redistribuir el poder económico canalizándolo hacia los grupos merecedores. Merecedores de privilegios según su criterio, el del planificador. Y siempre con la inestimable ayuda de la historia, ya que ¿qué mejor argumento que el agravio histórico para redistribuir?
Las supuestas bondades de la acción afirmativa tal y como las enuncia la autora son que la implicación femenina en el mundo laboral es un bien social, lo cual dependería en todo caso de las características de cada mujer, como pasa con los hombres, y también del trabajo en concreto de que se trate; la justicia compensadora, que es el motivo histórico según el cual las generaciones posteriores a las discriminadas son a las que se les compensa por lo padecido por sus antecesores; y, finalmente, el fin igualitario. Esta es la más peligrosa de las argumentaciones porque toca la moral del común de los mortales. La naturaleza nos hace diferentes, pero al ser racionales, podemos hacer algo para restablecer la igualdad entre todos. Porque eso es lo fetén ¿no? ser todos iguales y tener lo mismo.
Sin embargo, en ese caso estaríamos en una sociedad sin incentivos individuales. La desigualdad genera riqueza, como se sabe desde Adam Smith, porque promueve el intercambio.
Friedman, el anarco capitalista, defiende la idea de que, al menos en la universidad, aquellos departamentos que con más ímpetu defienden la contratación de las minorías en nombre de la diversidad son los más intolerantes y reacios a tener alrededor gente que opine diferente.
Y suele ser extrapolable a otros ámbitos. Por ejemplo, los diversos "institutos de la mujer" supranacionales, nacionales, autonómicos y locales (así se pilla más subvención) consideran que la mujer que decide quedarse en casa cuidando de su familia, independientemente de las razones que le lleven a ello, es una pobre ignorante abducida por el patriarcado, criada entre machismo e injusticia y, en definitiva, la chica no decide realmente ella sino que es una víctima más. Por eso existen ellas, las feminazis, para salvarnos a todas. Sin preguntar y con nuestros impuestos, claro. (No puedo poner un vínculo porque me lo han dicho en mi cara).
¿Se trata de discriminar para obtener la igualdad como decía Wendy McElroy? Ni siquiera eso. Se trata de predicar la igualdad para decidir a quién le transfiero poder económico y secuestrar votos. Así de simple.
El caso es que hay minorías y aún hay discriminación, siendo la más grave que no te dejen competir, que te traten como a una incapaz, porque eso realmente te incapacita en el futuro. Una de las virtudes del mercado es que al competir aprendes de tus errores y decides cada vez mejor, hay autoaprendizaje.
Esta virtud se torna abismo cuando en lugar de hablar de las mujeres de la sociedad hablamos de una raza diferente, o de otra cultura. ¿Estaría usted dispuesto a defender la libertad de entrada y salida de personas si quienes entran son más capaces que usted? ¿O más prolíficos? ¿O más entrenados para competir en el mundo laboral?
Casi que no, ¿verdad? Pongamos barreras para que nadie me quite mi puesto de trabajo (ese que lleva mi nombre y huellas digitales desde que nací porque yo lo valgo), para que nadie me "obligue" con su presencia a ser más dispuesto, a prepararme, a despabilar.
Un buen escudo es la cultura patria, hay que mantenerla, hay que defenderla de ataques extranjeros. Cómo vende la patria… ¡qué invento! Cine de barrio, versión española. Y no olviden la versión ampliada: Eurovisión, euro-cine, euro-loquesea… tenemos subvención y euro-subvención. Con nuestro dinero por la diversidad, por la cultura… por nuestro bien.
De repente, ya no sabemos si dejar que el Estado salve a las minorías (en ocasiones a su pesar) a cambio de que no me muestren que no me esfuerzo porque me he vuelto comodón, o ser coherente y que ambas cosas las solucione el mercado.
Se nos olvida que la libertad no es un medio. Es un fin. Esa es la clave.
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