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No hay que ser asesor fiscal para vigilar al Taxman

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El Gobierno ya incrementó el año pasado el Impuesto sobre Sociedades (IS) y pretende hacerlo ahora otra vez. Sin embargo, el incremento no ha sido fácil de entender para el ciudadano de a pie porque se ha basado en cambiar disposiciones técnicas y, además, orientadas principalmente a las grandes empresas, que por ser grandes parece que incluso se lo merezcan (como si no sufrieran los incrementos de impuestos, o los absorbieran solamente ellas y no sus clientes, proveedores, accionistas, etc.).

Los aspectos técnicos de este Impuesto, aunque no conocidos por una mayoría, son determinantes para la población si lo que se quiere es la prosperidad económica. Y aun siendo temas técnicos, tan sólo con disponer de un sencillo enfoque de lo que debería ser la política y su intervención en la vida de los ciudadanos permitirá a éstos no dejarse engañar por sus políticos, y ante cualquier incremento sutil y técnico de impuestos, interponer un freno social a ese monstruo lovecraftiano que es el Taxman.

El IS es uno de los impuestos más distorsionadores de la actividad económica. Una de esas distorsiones es la creada por la posibilidad de deducción de los gastos financieros frente a la no deducción del coste de oportunidad de los fondos propios. Esto, junto con otras características del Impuesto, ha favorecido el uso de la deuda, la inversión en inmuebles, la complejidad en la financiación de las empresas (deuda híbrida) y de las transacciones financieras.

Tanto es así que en trabajos académicos recientes ya se ha llamado la atención sobre el papel que ha tenido este Impuesto en el fomento y agravamiento de la actual crisis económica, y no es que ésta haya surgido por el Impuesto, pero ha sido favorecida y engrandecida por él.

Ante esto, las respuestas académicas son diversas, pero mayoritariamente se centran en tratar de equiparar la deuda con los fondos propios, bien a través de la eliminación de la deducción de los gastos financieros, bien creando una nueva deducción para los fondos propios (la deducción de una especie de coste de oportunidad). De ese modo, ambas partidas estarían igualmente tratadas: o bien penalizándolas a las dos o no penalizándolas (tanto).

¿Y cuál creen que ha sido la respuesta política mayoritaria? La que más se está extendiendo hasta el momento ha sido la aplicada y liderada por Dinamarca y Alemania: limitar la deducción de los gastos financieros, es decir, acercar los tratamientos por la vía de la penalización también de la deuda. Como decía, esta es también la seguida por Montoro, y aplaudida por su partido.

Pero penalizar igualmente las fuentes de financiación de las empresas no es la solución. Además, hay muchas más distorsiones creadas por el IS que han sido cómplices de la crisis. Por eso, tampoco sería un remedio completo introducir una deducción para los fondos propios. Lo que realmente suavizaría no solo estas sino todas las distorsiones de este impuesto sería reducir los tipos impositivos nominales drásticamente (superiores a la media de la UE). Son los tipos nominales los que se ceban especialmente con los proyectos de inversión más rentables, aquellos que más beneficios traen a la sociedad, y son los más distorsionadores de la creatividad empresarial y del beneficio puro empresarial (cuantos más beneficios, el tipo efectivo se acerca más al tipo nominal).

Por tanto, aunque desde la academia la asimetría de tratamiento fiscal fondos propios/deuda ha sido más que identificada y se hayan ofrecido diversas soluciones, depende de la población vigilar cuál adopta el político e incluso corregir el sesgo liberticida de los propios entendidos. Y sobre todo, presionar para que unos y otros reduzcan su ingeniería social y sus ganas por el ¡exprópiese!

Si, por ejemplo, los políticos empiezan a limitar la deducción de los gastos financieros para las empresas, no debemos pasar por alto esta maniobra porque se aplique a las grandes empresas, que por ser grandes, son malignas, claro. De hecho, como en cualquier intervención estatal, lo que empieza por algo nimio y sin importancia, al final acaba por extenderse al resto de población (ya sea de personas físicas o jurídicas), y entonces ya es más difícil que la propia población se movilice en su contra. Véase el propio Impuesto sobre la Renta o el IVA, que nacieron en los países occidentales con tipos impositivos irrisorios y ahora alcanzan el 52% o 21% en nuestro país.

No hace falta entender de leyes fiscales. Pero al igual que debemos incrementar nuestra cultura financiera y saber cómo funcionan los negocios y el dinero (y que estos deben ser respetados) también debemos ser furibundos defensores de cualquier contribuyente, por muy mala prensa que tenga, y vigilar siempre al Taxman y sus cómplices.

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