A lo largo del siglo XX hemos vivido el intento de suplantación de la Iglesia por el Estado. Las tareas tradicionalmente atribuibles a la Iglesia por ser la institución en cuyas manos Dios ha delegado parte de su labor de pastoreo fueron objeto del intrusismo "profesional" de los mandatarios y gobernantes.
Por ejemplo, el conocimiento era un don divino y por ello el alumno de las universidades medievales no pagaba por recibirlo. Ahora el Estado asegura una educación gratuita para todos. El matiz es que gratuito ahora significa cobrado anticipadamente vía impuestos. El cuidado de los enfermos, dar cobijo al que no tiene techo, vigilar la moral de los parroquianos… poco a poco esas funciones han sido usurpadas por el Estado que se ha convertido en el objeto de una nueva religión.
Y como sucede en la religión católica, muchos son los llamados pero pocos los elegidos. Sólo que en este caso todos son los llamados a pagar y pocos los elegidos para recibir. Tiene usted que pertenecer a una congregación (o lobby) cercana al poder del nuevo Papa (el gobernante de turno): jóvenes, mujeres, inmigrantes… en una palabra, potenciales votantes. Si es usted mayor de cuarenta, hombre, divorciado y no comulga con ruedas de molino, está usted fuera de juego. Esa es la nueva igualdad.
Pero esta situación ha ido evolucionando con el cambio de siglo. En primer lugar, en lugar de pretender configurarse como una nueva religión "a la antigua", nuestros gobernantes se han convertido en predicadores de película, a la americana. Obsérvense si no los mítines en grandes estadios, los mensajes al más puro estilo Warren Sánchez, el personaje de Les Luthiers. ¿Quién va a un mitin pensando que le van a decir la verdad? ¿Qué director de campaña, redactor de discursos, asesor de comunicación, pone su empeño en otra cosa que no sea la obtención de votos, financiación o ambas cosas? ¿Qué mayor logro que la captura de incautos votantes, a ser posible convencidos del mensaje?
De la misma manera que para un predicador de tres al cuarto, para conservar a los adeptos el mayor tiempo posible se imponen cada vez más conductas sectarias. Y me refiero a la definición amplia: un conjunto de tendencias internas subyacentes en todo grupo humano que gira alrededor de un concepto aglutinante y que tienden a provocar la separación y/o división del grupo "madre" generando subgrupos que tienden a aislarse de su contexto socio-cultural reivindicando la exclusividad de la verdad. Los partidos políticos en el poder cumplen las características definitorias de las sectas de acuerdo con la conclusión de la Jonhson Foundations Winspread Conference Center, reunida en 1985 en Racine (EE.UU.):
- La adscripción de personas totalmente dependientes de las ideas de un líder y de las doctrinas del grupo.
- Puede presentarse bajo la forma de identidad religiosa, asociación cultural, centro científico o grupo terapéutico.
- Utiliza las técnicas de control mental y persuasión coercitiva para que todos los miembros dependan de la dinámica del grupo y pierdan su estructura de pensamiento individual en favor de la idea colectiva y del grupo, creándose muchas veces un fenómeno de epidemia psíquica y un fenómeno de pensamiento colectivo, sin que tenga que ver la personalidad propia del individuo.
En el ámbito de los gobernantes del siglo XXI, cada vez más se prioriza el seguimiento del líder frente al objetivo principal: la política está al servicio del ciudadano, el líder es secundario. Y como sucede en estas religiones de masas, siempre surgen divisiones, nuevos líderes que cuestionan el status quo. Las soluciones pueden ser la escisión o la comunión. O se crea un nuevo partido que opta a imponerse o se integran a los discrepantes. ¿Les suena?
Sin embargo, y contra todo pronóstico, la cosa va a peor, y quienes detentan el poder estatal no solamente actúan como una secta multitudinaria como las descritas, sino que ahora predican doctrinas de autoayuda llevadas a la política. Las recetas de Zapatero para combatir la crisis parecen sacadas del best-seller Aprenda a gobernar mientras espera el ascensor (si no está escrito, alguien debería hacerlo). Las consignas ministeriales se parecen cada vez más a las páginas en las que gurús de pacotilla te enseñan todo tipo de tácticas para lo de siempre: "Diez trucos para acabar con la celulitis en diez minutos", "Como conservar la templanza cuando su jefe le toca las narices" o "Cómo pasar del sedentarismo a correr en cinco pasos". Los argumentos aportados son tan peregrinos como los títulos: diviértete mientras corres, cálmate para no enfadarte, bebe agua para que la piel esté hidratada…
De forma similar, nuestros renovados pastores nos ofrecen soluciones vacías, insultantemente vacías, para solucionar temas serios, y nos llevan a situaciones notoriamente peores a las iniciales. Incluso los candidatos a gobernantes muestran sus habilidades y montan congresos multitudinarios con líderes y disidentes, palabras huecas y tópicos al uso.
¿Por qué siguen saliendo elegidos entre aclamaciones y vítores? Bueno… para eso sirve la manipulación. Por más que parezca que el centro político está superpoblado, en realidad, en el centro no hay nada. Y como la nada no es nada, puede ser cualquier cosa.
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